Por Argelia Guerrero
Tomé el metro para llegar a la marcha, entré a ese mundo subterráneo y me encontré con ríos de gente que gritaba, portaba mantas, cámaras, banderas y mochilas, uno entiende de pronto que esa es su ruta. Una señora me dijo:
– isculpe, ¿ésta es la ruta para el Ángel?
– Sí, señora, respondí
– ¿Usted va a la marcha?
– Sí, qué bueno, yo también, me voy con ustedes porque no sé llegar.
Así la señora se arropó de un grupo de personas que no se conocían, pero que comparten hoy un dolor llamado Ayotzinapa.
Los contingentes avanzaban llenando de color y luz avenida reforma, muchos gritaban, otros asombraban con un paso silencioso que ensordeció a la ciudad.
A la vanguardia de la marcha, los padres de los estudiantes nombraban uno a uno y por su nombre a los desaparecidos, todos exigían ¡con vida!
Los trabajadores en resistencia del SME se agrupaban para marchar y gritar a los normalistas que su dolor es de todos.
La Escuela Nacional de música interpretaba a su paso piezas musicales que acompasaban las titilantes luces de los manifestantes.
Muchos pintaron en sus rostros el doloroso número 43 que hoy marca nuestra rabia.
Los muchachos normalistas perfectamente formados portando sobre sus rostros la fotografía de sus compañeros desaparecidos enmudecían a quienes se encontraban alrededor.
Los emblemáticos machetes de Atenco se hicieron presentes., y también las batas de estudiantes de medicina en el poli y la unam.
La escuela superior de educación física, la benemérita normal de maestros, la UAM, UNAM UACM, la Ibero con grandes contingentes que se acompañaban para reventar el miedo.
Olía a cera, incienso y copal…
Se respiraba un ambiente de duelo y rabia, pero también un empeño por defender la alegría, el canto y la LIBERTAD.
Nos faltaron horas, nos faltaron calles y nos sobraba rabia. Eran casi las 11 de la noche cuando el último contingente entraba aún gritando, aún enorme, aún rabioso a la plancha del zócalo; pocos quedaban ya, pero la gente seguía entrando, se hacía necesario cumplir el recorrido, resistir, pues.
El camino de regreso se convirtió en otra marcha, por contingentes la gente iba de vuelta a casa, muchos de los muchachos a resguardar las escuelas pues la jornada de lucha incluye en muchas de ellas un paro.
Ya en los andenes del metro se siguen escuchando voces que gritan, algunas en grupo, otras en solitario, de repente los andenes se convierten en tribunas y de uno y otro lado se proponen consignas, se lanzan respuestas. Nos reconocemos en nuestra rabia y nos sabemos acompañados; no estamos solos. Por fin llega el tren, los vagones siguen transportando contingentes de muchachos cantando, gritando, desafiando el miedo y siendo lo que son: jóvenes y estudiantes como los 43 normalistas que hoy nos duelen porque nos faltan; pero que nos convocan para luchar. Nos despedimos al bajar no sin antes recordar.
¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!