El tiempo es un lugar, un espacio dentro del cual suceden textos, una persona se presenta como un texto. El tiempo es un lugar alrededor del cual suceden fenómenos paratemporales. Un fenómeno paratemporal es aquél que no está ligado al tiempo en el que ocurre, es un fenómeno cíclico que va y viene dependiendo de contextos; se liga al contexto, se supedita, pero no se liga al tiempo. El descontento de una nación -Nación es un concepto bastante nuevo, y México como nación tiene apenas 200 años de existencia-, es un fenómeno que acontece a través del tiempo cuando coinciden -de encuentro y no de coincidencia- factores como la desigualdad social, la violencia como método de represión, un gobierno tirano, que obligan a las personas a poner un alto y detenerse para observar qué está sucediendo con una comunidad social -la suya- que se supone tiene un pacto que rige su desarrollo. ¿Cuántas muertes atrás debimos habernos detenido? Que es otra forma de preguntar ¿Hace desde cuándo tiempo que nos perdimos?
Una marcha es uno de los pocos lugares de encuentro que tiene la sociedad civil, ante la poca o nula práctica de ello: de ser sociedad civil, no se me ocurre otro lugar similar, ni de lejos. Una marcha como lugar de encuentro es necesaria. También es necesario salir a las calles y caminar, dentro de un contingente o de contingente en contingente, todo el recorrido o solo algunas partes. O salir a la acera y observar a la gente pasar, gente pintada o disfrazada; escuchar las consignas, las porras, las exigencias, las afrentas al Estado, los odios al Estado. Es necesario estar en ese lugar porque en ese acto inédito, que no contempla el tiempo, se encuentra al ciudadano colectivo o al ciudadano como ente colectivo. No hay otro espacio ni oportunidad de ese tamaño, al menos en México.
Estar en esa marcha del 5 de noviembre «remember remember the fifth of november» -ayer-, grande, enorme, descomunal, mirando los contingentes de organizaciones civiles, estudiantiles, colectivos, sindicatos; pensar que llevaban caminando 8 kilómetros arengando contra todo y contra todos con las voces ya desgastadas y las gargantas a punto de reventarles en pedazos; pensar en ese llanto canto de numeración como rezo del 1 al 43; pensar que si en ese momento algo movía y se movía en el mundo era el motivo de la desaparición de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa por el Estado mexicano, por su representación en Iguala, sí, el Estado es responsable; pensar que el mundo se movía, solidario, que México se movía, solidario, que la gente busca lo que representan los normalistas: vida. Pensar que con la suma de todos esos pasos seguramente se le darían cinco vueltas al mundo por el ecuador. Pensar que Guerrero es inexpugnable, que México es el país de los desaparecidos; pensar y sostener una bandera con el escudo nacional y los flancos en negro porque en este país se nos entierra sin ningún motivo; todo ese pensar, todo ese sostener el pensamiento, para tratar de entender el quiebre y la ruptura que da cabida a una manifestación como esa, no el contexto, sino los hechos que dan origen al contexto. Y alrededor de todo ello transcurría la marcha.
Cuatro de la tarde, sale de los pinos, seis de la tarde, llega al Hemiciclo a Juárez, esperamos en la explanada del Palacio de Bellas Artes. Y los contingentes doblan en Eje Central para entrar por 5 de Mayo, que no 5 de noviembre «remember remember the fifth of november» -ayer-. Las normales desfilan, de pronto se me ocurre pensar en un carnaval y en acróbatas que saltan encima de las banderas. Se me ocurre que el canto rezo llanto del 1 al 43 es una invocación que mantiene unido por lo pronto a un país con su historia. Nosotros, los ahí manifestantes, y quienes estaban en sus casas, somos el ente histórico, nadie en el futuro nos juzgará por nuestro nombre, sino por nuestro estar sincrónico en la primera mitad del siglo XXI.
La manifestación, el flujo, los cantos, las consignas -son las consignas las que marchan, el ruido, el sonido, la lengua- entró por 5 de Mayo y Madero. En el Zócalo un mínimo se quedaba al mitin. En el templete los oradores, que coincidían en el tiempo -como en un poema de Borges en donde todas las cosas han sido dispuestas para hacer coincidir fatalmente a dos cuchilleros en un duelo-, también coincidían en el discurso: nada se iba a detener, nada, nadie, no las protestas, no la furia ni el coraje, hasta que se supiera dónde estaban los 43 normalistas de Ayotzinapa.
¿Hace cuántas muertes que no estábamos todos los que estábamos ahí reunidos, reunidos? Como un gran funeral, que les juro no tenía pinta de funeral sino de un encuentro de algo similar al júbilo -es que cuando se encuentra la sociedad civil, se siente el júbilo; celebración, grito de alegría, eso significa júbilo en su etimología, los campesinos reunidos emitían gritos de alegría, iubilare-.
Después todos se fueron a sus casas, o sus lugares de donde venían. No hacía frío, como las anteriores noches de la Ciudad de México.
@edgarkhonde
Foto: Argelia Guerrero