Benjamín Ascencio Bautista, a 39 días de tu desaparición y la de tus 42 compañeros, nosotros y nosotras te nombramos. Y recordamos como ya traíaes eso de ser maestro y te enrolaste como educador comunitario, cómo creciste con tu abuelito pues tus papás se tuvieron que ir pal norte por en México nomás no hay trabajo ni la posibilidad de una vida digna. Una banca de escuela te espera estos días jutno a otras 42 en muchas escuelas, centros comunitarios y espacios de lucha a lo largo y ancho de México y en muchos otros lados del mundo donde hay gente que lucha, que recuerda, que no olvida y que van construyendo otra cosa desde el lugar de acción de cada quien.
1.- Antes de ingresar a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Benjamín, de 19 años, había sido educador comunitario del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), un sistema de la Secretaría de Educación Pública, mediante el cual se comisiona a jóvenes voluntarios para realizar labores de alfabetización en poblaciones marginadas, aisladas, rurales e indígenas de todo el país. “Él ya había dado clases –destaca un compañero, con admiración–, y por lo mismo, le interesó desarrollar su vocación de profesor. Él nos comenta que le gustó trabajar con los niños de primaria, el compañero tiene mucho interés en ser maestro. Y, por lo mismo, al compañero le gusta estudiar, incluso él se pone enfrente de nosotros y lee el libro, y provoca una discusión sobre el tema que se está planteando… él se pone ora sí que como moderador, y también da sus puntos de vista, me llevo muy bien con el compañero, es amable, respetuoso, y recién apenas se acaba de juntar con su esposa…”
Sus amigos lucen tristes al hablar de él, pero luego una chispa de alegría brota. “Benjamín tiene distintos apodos –dice uno–, le decimos Comelón, por ejemplo…” Y otro normalista se apresta a añadir: “Y también le decimos Dormilón”…
“En fin –resume el primero– todo lo que termine en ‘ón’… Dormilón porque duerme mucho el camarada, y Comelón, porque un día hubo una mesa de diálogo, y pusieron unas galletas, y él se las acabó todas… Él es originario de un pueblito de adelante de Chilapa, es un chavo serio y a la vez relajista…”
Y entonces interviene nuevamente el segundo amigo: “¡Sí! El Comelón tiene tiene una voz muy grave, y su risa, cuando se ríe, él contagia, porque lo hace de una manera especial, muy grave, pero no feo, él contagia con su risa…”
2.- Juan Bautista Melchor sólo tiene un pensamiento desde hace tres semanas: “¿Dónde tendrán a Benjamín? ¿Quién lo tiene, dónde? ¿Le darán de comer? ¿Lo hacen sufrir?”.
Benjamín Ascencio Bautista tiene 19 años, es su nieto, el más cercano a su corazón. El abuelo prefiere ya no escuchar ni oír tanta información sin confirmar que llega desde el exterior de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa; “tanto chisme”, dice, que sólo perturba el estado de espera angustiosa en que se encuentra sumido el grupo de familiares de los 43 estudiantes desaparecidos.
El sufrimiento de este campesino apacible es doble: no saber dónde anda metido ese nieto tan querido, y ver tan desesperada a su hija Cristina, la mamá de Benjamín, el normalista desaparecido en Iguala la noche del 26 de septiembre, junto con 42 compañeros.
“El gobierno se está haciendo tonto. Aquí nos tiene espere y espere, y ellos mientras andan buscando donde saben que no están. Si de verdad quisieran encontrarlos, de volada nos los traerían de regreso, o nos dirían algo que sea verdad comprobada, no todas esas cosas que andan inventando.”
La última vez que Juan Bautista Melchor vio a su nieto Benjamín fue en junio de este año.
“Me vino a ver al ranchito, allá por Alpuyecancingo”. Repasa, palabra por palabra, la conversación:
–Abuelito, ya me voy a estudiar a la universidad.
–¿Pues con qué, si sabes que no hay dinero?
–En Ayotzinapa, abuelo. Ya averigüé. Ahí no se paga nada.
–¿Estás seguro?
–Seguro. Voy a hacer el examen, y si paso me quedo. Ya le dije a mi mamá.
Y pues, “yo creo que pasó el examen, porque ya no regresó”, agrega Juan Bautista.
3.- La madre del estudiante Benjamín Ascencio Bautista, Cristina Bautista dijo: “lloramos no porque aceptemos su muerte sino porque los extrañamos…Nos han dicho que están muertos, pero no hay pruebas…Personas que dicen que sólo molestamos, les aseguro que sí su hijo estuviera aquí, también lo buscarían… Vamos a marchar hasta que nos entreguen a nuestros hijos”.