Por Argelia Guerrero
Resulta sorprendente mirar las carpas y pasillos que frente a la catedral en la Ciudad de México, delimitan el ayuno de los padres de los compañeros ausentes, incluyendo a las familias de nuestros compañeros asesinados; sorprende porque pareciera increíble que un horror de tal dimensión pueda gestar a su vez una cálida solidaridad.
Mezclados entre los medios de paga insensibles como siempre, tras la rapiña de la nota y la foto, se puede distinguir la labor de medios libres transmitiendo 43 horas ininterrumpidas, médicos solidarios pendientes de la salud de estos padres y madres que no se quiebran con nada, guardias en los accesos, baños, comedores y templete; compañeros y compañeras que circularon durante estas horas para entregar cobijas, medicamentos, miel, agua y más.
Las horas pasan, cayó la lluvia, arreció el frío; pero la banda siempre solidaria se mantuvo firme, pues firmes siguen los padres.
Claro que tampoco se puede ocultar la rabia desatada por la estéril reunión con quien ostenta el cargo de presidente en este México de contrastes. Se escuchan los gritos ¡Fue el estado! ¡Abran los cuarteles! ¡Asesino!, el tono característico de los jóvenes normalistas cimbra a todos lo que estamos presentes, jóvenes que, como ha quedado demostrado, siempre han hablado con la verdad.
Y la reacción no es ni será para menos, Enrique Peña recibió a los padres en un museo tecnológico, sin propuestas, sin sensibilidad, sin interés por resolver el tema, insensibilidad acrecentada por el maltrato de parte del estado mayor denunciado por los padres.
Resulta increíble la insensibilidad del poder frente al dolor de 43 padres que buscan a sus hijos, entonces adquiere mayor sentido lo declarado por los zapatistas en mayo pasado cuando afirman “hay quien piensa que la manera con la que ha enfrentado el gobierno federal mexicano y la clase política en su conjunto, el crimen de Ayotzinapa mostró su debilidad, su torpeza, su incapacidad. Puede ser. Lo que nosotras, nosotros, vimos y vemos es que lo administran disfrutando cada uno de los pasos. Se regocijaron con cada lágrima de los familiares. Festejan la rabia y la impotencia…”
Toda esta rabia nos debiera llevar a pensarnos más allá de la acción solidaria y buscar verdaderamente esfuerzos organizativos que nos permitan avanzar en acciones constructivas y que de entrada la causa de los padres en pie de lucha de pie a un desarrollo crítico y comprometido de nuestros quehaceres, sea prensa libre, arte, medicina, diseño, docencia, investigación, abogacía, etc; que todo este cúmulo de seres y saberes ofrezca herramientas que nos permitan operar no sólo la resistencia sino la construcción de las alternativas de vida que buscamos y proponemos.
Los padres ofrendaron por la verdad y la justicia 43 horas de ayuno, una por cada uno de los estudiantes desaparecidos; cada una de esas horas debieron servir también para pensar y buscar caminos que nos permitan construir la justicia que definitivamente NO será un regalo otorgado por la soberbia del poder. 43 horas que rearticulen la memoria para hacerla resistencia y organización.
Estamos por cumplir un año de aquella noche que aunque deseamos olvidar, es nuestro deber recordar. Los padres vuelven a convocar a salir a la calle, a no tener miedo, a no quedarse en casa y ser indiferentes al dolor, “lleven tropa a la marcha” dice Omar García, normalista sobreviviente del ataque de aquel 26 de septiembre; los padres llaman a los demás familiares de desaparecidos a sumarse a su lucha, a no permitir que el olvido gane. Nos convocan a no perder la batalla de la memoria y la verdad.
¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS¡
Fotos: Argelia Guerrero, Padres y madres de Ayotzinapa y Brigada Solidaria.