Este lunes 15 de febrero, a un día de que se cumplieran los 20 años de la firma de los Acuerdos de San Andrés Larraínzar entre el gobierno mexicano y el Ejército Zapatista de Liberación nacional (EZLN), el papa Francisco pisó el territorio sagrado de los mayas. Llegó al centro deportivo municipal de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, la sede episcopal que presidió por 40 años el añorado obispo Samuel Ruiz Tatic, el gran mediador en el conflicto armado protagonizado por el EZLN, que en la madrugada del primero de enero de 1994 le declaró la guerra al Ejército.
El Papa honró la lucha histórica de los pueblos indígenas del sureste mexicano y reinvindicó la figura señera de don Samuel Ruiz, obispo que siguió los pasos de su antiguo predecesor Fray Bartolomé de las Casas, por su incansable labor pastoral en defensa de los derechos y la cultura de los pueblos indígenas.
La ciudad gobernada por los coletos fue tomada nuevamente por los indígenas que colmaron las calles y se apostaron en la entrada del deportivo. Fue una celebración memorable que recuperó la simbología de los mayas y que el papa Francisco, como muestra de su aprecio y respeto por las lenguas maternas, inició su homilía con la cita de un salmo en tzotzil. Trajo a la memoria también al Popol Vuh, el libro sagrado que explica el origen del mundo entre los mayas. Los cantos con el coro de Acteal honraron la lucha de los caídos. El Cristo crucificado, que simboliza al pueblo que sufre, ocupó un lugar prominente en la monumental escenografía, ataviada con su arte milenario.
Su visita fue más que elocuente por su mensaje en favor de los pueblos originarios y por llegar hasta la catedral de la paz para rezar ante la tumba de Tatic, el obispo que fue vituperado por los gobiernos priístas y que fue calificado como “el obispo rojo” y “el comandante de la guerrilla”. No hubo forma de impedir que el Papa Francisco visitara una de las diócesis más polémicas del país –por su opción pastoral en favor de los pobres y su trabajo comprometido con las comunidades indígenas. La diócesis de San Cristóbal de las Casas y el mismo Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, ante el alzamiento zapatista, fueron considerados como focos rojos, porque supuestamente alentaban la insurrección armada. Si aquellos años candentes de la guerra de los zapatistas hubieran coincidido con una visita papal, seguramente Chiapas habría sido vetado por las autoridades de México, como hoy lo hicieron con el estado de Guerrero, la entidad más violenta, donde se condensa la tragedia que vive nuestro país y donde se han consumado, desde los años de la guerra sucia, graves violaciones a los derechos humanos. El caso de los tres estudiantes asesinados y los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, a manos de la policía municipal, conmocionó al mundo y ha sido motivo de preocupación internacional por la impunidad y la corrupción imperantes y por la incontrolable situación de violencia que sigue acrecentando el número de personas asesinadas y desaparecidas.
Este hecho que marca uno de los momentos más críticos que vive nuestro país, es ineludible, no puede ignorarse, mucho menos puede silenciarse a las víctimas que claman justicia. Es comprensible que los papás y mamás de los 43 estudiantes esperaran pacientemente contar con una oportunidad para reunirse con el papa Francisco. Entendieron que no sería fácil encontrar un espacio en su agenda, más nunca imaginaron que las autoridades federales se empeñarían en obstruir cualquier intento y bloquear cualquier resquicio que diera la posibilidad de que los padres y madres de los 43 y de los otros desaparecidos tuvieran la dicha de saludarlo y expresarle su dolor y su profunda esperanza por encontrar a sus hijos.
Una de las mamás de los 43 jóvenes desaparecidos voló a Chiapas con la ilusión de acercarse al Papa. Las organizaciones hermanas hicieron todo lo que estuvo a su alcance para que pudiera saludarlo. El cerco que se ha formado en torno al Papa es tan férreo que es imposible vencer todos los bloques de guardias que giran a su alrededor. Por lo menos una carta firmada con el corazón en la mano fue el último consuelo que les quedó para que el Papa escuchara su palabra a través de su letra. Tampoco se pudo lograr. A pesar de este muro infranqueable del poder, los papás y mamás constataron que su lucha por la verdad y la justicia no se circunscribe únicamente a quienes han sido víctimas de la violencia y que tienen hijos o hijas desparecidas, sino que es una lucha de todo México, es una causa que ha sido enarbolada por vastos sectores de la sociedad y que la misma población católica la asume como una demanda legítima, como sucedió este martes en Morelia, Michoacán donde el número de los 43 retumbó en el estadio de futbol.
El compromiso del papa Francisco con los excluidos de la tierra y su palabra firme frente a los poderosos ha reanimado a la población pobre de México que lucha por un cambio, ha dado fuerza espiritual a quienes se organizan para defender su vida y que salen a las calles arriesgando todo para gritar que acabe tanta indolencia del gobierno y para exigir que haya verdad y justicia sobre el caso de los desaparecidos.
No en vano ha dicho el Papa que “Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder, o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. Reivindicó a los jóvenes que son la esperanza de México. De los pueblos indígenas manifestó que “muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir ¡perdón!, perdón hermanos. El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes”.
Esta alocución es una radiografía de lo que enfrentan desde hace siglos los pueblos indígenas de México y de Guerrero. En nuestro estado, los cacicazgos políticos han querido acabar con la población originaria. Los militares y las corporaciones policíacas se han encargado de masacrarlos, de destruir el tejido comunitario y de someterlos políticamente. Sus territorios, desde la época colonial han sido botín de los gobernantes en turno. No sólo despojan sus riquezas naturales, sino que legalizan el saqueo y se coluden con los grupos de la delincuencia para narcotizar sus territorios y dar concesiones mineras a las empresas extranjeras para que hagan un negocio redondo con actividades lícitas e ilícitas que se realizan en enclaves donde se han instalado empresas mineras.
El viacrucis de los pueblos indígenas no solo los desangra a causa de la disputa por sus territorios por parte de los grupos criminales, sino por el trabajo semiesclavo al que se ven sometidos por las empresas agrícolas que los explotan con el corte de los vegetales chinos. En esta Montaña sagrada, nadie vela por los derechos de los pueblos originarios, y lo que es peor nadie los ve ni atiende, sobre todo los gobernantes que están “mareados por el poder”, que “sólo buscan el privilegio o beneficio de las minorías en detrimento del bien de todos” como bien lo expresó el Papa ante el presidente de la República. No se equivocó al decir que esta forma de actuar de los políticos “se convierte en terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia, el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”.
Con el cierre de la visita del Papa, el gobierno de México ha quedado evidenciado con su actitud despreciativa con la gente que sufre, y por eso no puso en la misma balanza a quienes han sido víctimas de la violencia y que representan el clamor más profundo del México que nos duele, con las elites políticas y económicas, que sí ocuparon los primeros asientos en todos los actos públicos y tuvieron la oportunidad de encontrarse con el Papa en espacios privados.
Los pobres y los que luchan por la justicia, que son los que han cimbrado este sistema que los excluye, son los que mejor han interiorizado el mensaje del Papa y saben que por las enseñanzas de Jesucristo son los preferidos de Dios y de la Iglesia comprometida con la gente sencilla. Sus mensajes caerán en tierra fértil, y los que hoy fueron excluidos de la agenda oficial son los que marcarán el derrotero de nuestro país y se erigirán en los verdaderos constructores del reino de Dios que es vida, justicia, verdad y paz para todos y todas.
Los papás y mamás de los 43 encontrarán más fuerza en estos días de prueba, donde su fe en el Dios de la vida y en la palabra del evangelio y del mismo Papa, se mantiene inquebrantable, para dar la batalla en estos momentos cruciales en que el gobierno se empecina en reeditar su “verdad histórica” sobre lo que pasó en Iguala y en proteger a las autoridades civiles y militares, que de alguna manera participaron en la desaparición de sus hijos.
Publicado originalmente en: http://www.tlachinollan.org/opinion-mareados-por-el-poder/