Dos noticias capaces de hacernos sentir como en la película de Terry Giliiam, 12 Monos. Nos referimos a las noticias de que la Organización Mundial de la Salud confirmó casos de infecciones por una mutación del SarsCov2 que puede haber ocurrido en visones de granja y que en Dinamarca sacrificaran a 15 millones de visones por temor a esta mutación del virus causante del Covid19. No estamos todavía viviendo bajo la tierra, como en esa película de ciencia ficción, pero pasar meses encerrados es algo así de sombrío.
El virus SarsCov2, causante de la pandemia que hoy tiene semiparalizado el mundo debería hacernos caer en la cuenta de que lo que está en cuestión es nuestra relación con el planeta, con la naturaleza, con los ecosistemas. Parece estar en crisis nuestra manera de habitar.
Sin embargo, todavía no perdemos la ilusión de tener el control. Incluso, según una lúcida reflexión de la arquitecta, socióloga urbana y docente en la UNAM Silvia Carbone, la discusión acerca del si el virus fue o no producido en un laboratorio se basa en la idea de que un producto de la naturaleza no podría poner en jaque nuestro orgulloso mundo moderno, si lo ha hecho: debe ser producto de diseño humano. No aprendemos la lección del maestro Shifu de abandonar la ilusión de control.
Incluso los mejores deseos de que el encierro por la pandemia nos haría pensar más allá del corto plazo se han visto decepcionados. Pero no nos queda sino perseverar en el intento de que la reflexión no seje de ser un rasgo humano. Temas que podían parecer abstractos, como la bioética, al enfrentar la crisis sanitaria del Covid 19 se han vuelto necesarios, esenciales.
Por eso hoy compartimos una entrevista con la doctora en filosofía, especialista en bioética, Lizbeth Sagols. La doctora Sagols es experta en ética y filosofía de la cultura, catedrática en la UNAM e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.
Para ayudarnos a entender la bioética, la doctora nos explicó que la bioética surgió cuando el bioquímico estadunidense Van Rensselaer Potter uso por primera vez el término de manera que implicó consecuencias teóricas.
Potter era oncólogo y observó aumentar el cáncer en la población de su sociedad. Trabajaba en el Laboratorio McArdle de Investigaciones sobre Cáncer de la Universidad de Wisconsin-Madison, en Estados Unidos. Se dio cuenta de que los ciudadanos enfermaban de cáncer por beber agua del río, contaminada por la energía atómica.
Así comenzó Potter a reflexionar en cómo la tecnología y el medio ambiente tecnológico estaban afectando a la población humana y a la población del planeta en general. A partir de esa problemática, Potter dijo: necesitamos una nueva sabiduría, que sea ética, por un lado, y que nos ayude a rescatar el “bíos”, todo lo vivo.
Con este pensamiento, el oncólogo volvió a poner en la mesa la dimensión ética, es decir, “con qué valores nos estamos relacionando con el medio ambiente, con qué valores estamos habitando la tierra, e incluso nuestro hogar, ya sea el individual o el de los seres humanos, si tomamos el hogar de la Tierra. Se vuelven a poner en juego los valores”.
Aquí la filósofa recurrió a las etimologías griegas: “Ética” viene de “ethos”, y uno de los significados que tiene “ethos”, uno de los más importantes, es “habitar”. El “ethos” es habitar. Tener una ética es tener un habitar interno, es morada. Ética es morada, sintetizó Lizbeth Sagols, “porque es la reflexión interior, donde cobras conciencia de ti y de tu estar en el mundo.” Por ende, donde hay un habitar tiene que haber una ética y la ética aspira a un correcto habitar, tanto interno como externo. Están íntimamente relacionados, la ética y el habitar.
Sin embargo, hoy nuestro habitar parece estar desligado de la ética: la pandemia es solo un síntoma de una injusticia global que sacrifica a los humanos más pobres y a los seres vivos y los ecosistemas mismos.
Un primer problema es la escala a la que hemos crecido. La doctora señaló que hemos aumentado la cantidad de población, la cantidad de transporte, la cantidad de consumo, y “es el aumento de cantidad lo que nos ha dado un pésimo habitar, un pésimo entorno”.
Con la pandemia y el cambio climático, el hábitat queda en cuestión. Por ejemplo, con la pandemia, pues confiesa la filósofa, “al principio pensé: vamos a tener oportunidad de fomentar la reflexión. ¿Por qué? Porque estamos recluidos, digamos. Pero ¿qué pasó?, que la realidad social es mucho más dura. Y nos hemos encontrado con el fenómeno de agresiones a las mujeres, problemas en la familia, o sea que habitar, sobre todo si no hay una buena arquitectura, si no hay espacios de materiales saludables, o sea, que no dañen a las personas y que sean espacios suficientes, entonces, el habitar es muy problemático.”
Nuestra relación con los otros está marcada por la injusticia. “La manera de planear las ciudades -explica la docente universitaria- revela justicia e injusticia, lo muestra el solo hecho de que asimilemos la idea de lo suburbano, los cinturones de miseria, y que las colonias bien establecidas, de gran confort tienen alrededor colonias de una pobreza extrema impresionante.”
Con libros como La ética ante la crisis ecológica, la doctora ha enfatizado que es necesaria “una educación reproductiva para que justamente quepamos en un espacio, pero una cantidad razonable. No vamos a matar a nadie, no vamos a eliminar ninguna población, pero sí podemos prever que no siga proliferando la población, pues esto ya está estallando. Y el cambio climático nos está revelando que las peores consecuencias son para los más vulnerables.” Es un tema que se considera incómodo, pero la reflexión no es para dejar cómodo a nadie.
Enfrentar la sobrepoblación implica enfrentar el patriarcado, pues “mientras no le demos a la mujer el derecho de decidir sobre su propio cuerpo, seguiremos enredados en este caos de sobrepoblación, pero eso también nos lleva a transformar el patriarcado. Sería maravilloso que los hombres tuvieran esta conciencia y no imponer el número de hijos que ellos quieren. Si eso se diera, magnífico, pero como no se da, tenemos que darle a la mujer el derecho de decidir y saber qué hacer.”
Además de la sobrepoblación, es un problema la sobreexplotación: “seguimos explotando al entorno, seguimos explotando al petróleo y con métodos cada vez más violentos como el fracking y las excavaciones en los océanos. Estamos empeñados en que haya más. No nos conformamos con el límite que se nos está manifestando, pero además estamos yendo con el nitrógeno, con el uranio, haciendo centrales nucleares. Le pedimos demasiado al ambiente.”
La ética hace una crítica, desde el punto de vista de la vida. Así lo expresa la doctora Sagols: “Lo que hemos planteado desde la ética ecológica es esa concentración en lo humano que se voltea contra lo humano, porque no miramos hacia el medio ambiente, no miramos cómo vamos desplazando los animales de la ciudad. No estamos considerando a los demás seres vivos y mientras n incorporemos lo vivo en los diseños urbanos, nos vamos a seguir comiendo el medio ambiente y afectando la salud.”
Estas preocupaciones se reflejan poco en la educación y en los institutos educativos. La universitaria critica: “la escuela no propicia una apertura de miras, no hay una educación para ser inconformes con los límites a los que estamos cada vez más restringidos.
Lizbeth Sagols pone un ejemplo de la política nacional: “el plan antiecológico del gobierno actual, de seguir con el petróleo, de no darle pie a las energías renovables. Los profesionistas deberíamos estar protestando en las calles igual que los padres de familia, pues qué futuro van a vivir sus hijos, con una contaminación extrema, pero el habitar se ha vuelto tan pequeño que es nada más el aquí y el ahora y los diez metros que me circundan.”
Recordamos en la conversación la reacción virulenta buena parte del mundo adulto contra Greta Thunberg. “Lo que ella dice es: nuestro hábitat se está quemando. Yo creo que ahí hay una muy buena reflexión: ¿Qué hacer cuando nuestro hábitat se está quemando?, ¿qué tenemos que cambiar cuando el hábitat se está quemando?”
Pero atacar al mensajero no es nuevo, la entrevistada nos cuenta que “al primer científico que denunció el cambio climático, en 1957, les pareció tan peligroso que lo corrieron. Por privilegiar lo inmediato, “nos hemos convertido en demasiado inmediatistas y el largo plazo no lo vemos. El cortoplacismo impera, pero trae la reducción terrible del hábitat.”
Y el recurso de no ver, de mirar para otro lado, de negar la verdad. Así lo explica Lizbeth Sagols: “Porque lo otro da temor, da temor que sea verdad, entonces lo elimino corriendo a la persona o diciendo que no existe. Nos falta mucho realismo.”
Le pedimos, al final de la conversación, recomendarnos dos lecturas introductorias para quienes deseen saber de qué trata la bioética. La filósofa nos recomendó estos títulos:
Pensamiento verde, una antología de distintos autores y temas en relación a los humanos en el medio ambiente. El compilador es Andrew Dobson, en la editorial Trotta. Otro libro que también se consigue en internet es un libro pequeño, con quien empezó la reflexión ecoética: Una ética de la Tierra, de Aldo Leopold, editado por Libros de la Catarata.
El mensaje final de la entrevistada es: “La ciudad se ha convertido en amenazante: qué espacios habitables de la casa y la ciudad vamos a dejar. Pensemos en que nuestro estar en la Tierra y en la vida es fugaz y, en esta fugacidad, qué vamos a dejar para las nuevas generaciones.”