Por Javier Hernández Alpízar
Al finalizar el siglo y el milenio pasados, siglo XX, milenio segundo, La Jornada Semanal publicó una serie de textos sobre objetos que fueron las grandes novedades del siglo XX. Objetos como la aspirina o la minifalda. Recuerdo que el análisis de la minifalda mostraba cómo, pese al aura de ser un elemento de liberación, en los hechos limitaba la acción y el movimiento de las mujeres porque las hacía objeto de las miradas masculinas.
Uno de los objetos novedosos era la credencial de identificación con fotografía. El artículo revelaba que la credencial no nació como medio de identificación ciudadana, nació como elemento de identificación-ficha en las cárceles, en los reclusorios. Eran solamente quienes habían delinquido, quienes habían transgredido la ley y eran reos del Estado quienes eran catalogados en tarjetas con foto, nombre completo, firma, huellas dactilares.
En ese tiempo, un ciudadano libre se habría sentido ofendido de que se le propusiera hacer un documento con sus datos generales, firma, foto y huella digital. Lo haría equiparable a un prisionero, lo trataría como delincuente.
Luego, las credenciales con foto de tipo laboral, escolar, académico, deportivo, de clubes, etcétera, nos familiarizó con la idea de poner nuestros datos en una tarjeta, con foto, con firma, acaso con huella digital, un primer dato biométrico para atribuir responsabilidad.
Según Federico Nietzsche, la idea de un yo individual identificable tiene que ver mucho con la atribución de culpa, deuda y responsabilidad penal.
En México, la credencial con fotografía para identificar al ciudadano-elector fue resultado de la histórica desconfianza en los fraudes electorales. Partidos domo el PAN exigieron a un sistema electoral dominado por el PRI, donde el poder organizaba las elecciones y las ganaba “normalmente”, que hubiera esa identificación como forma de evitar que alguien votara más de una vez o votara suplantando a otro elector.
Nuestros datos personales, incluso los más generales eran propios, privados, confidenciales. Los dábamos solamente para trámites en instituciones en las cuales confiáramos.
El poder siempre usó el espionaje. Los opositores políticos eran espiados por agentes de una policía política más o menos encubiertos y la información sobre estos ciudadanos y ciudadanas disidentes, opositores o rebeldes era conocida y guardada en secreto por el aparato represivo del Estado.
Las cosas comenzaron a cambiar con la internet, especialmente con las llamadas redes sociales, mejor sería llamarlas redes digitales. Nos fuimos habituando a tener publicados y disponibles en línea datos que antes solamente hubieran conocido los más cercanos a nosotros. Y fotografías, detalles de vida cotidiana, gustos, ideas, opiniones, lecturas, parentescos, emociones, viajes.
Las redes digitales se volvieron el paraíso de los espías. Y las nuevas generaciones aprendieron una idea muy nueva y muy poco usual de intimidad: algunas personas se acostumbraron a postear en sus redes, por ejemplo, fotos en traje de baño, en la playa, en contextos que antes no serían expuestas en espacios públicos. Es engañosa la idea de que tener solamente unos contactos seleccionados hace privada la información en línea.
En el sexenio de Felipe Calderón, en el contexto de un país militarizado y sumamente violento, el presidente panista propuso hacer un registro de todos los teléfonos móviles, que en México llamamos celulares, con datos generales como el nombre y datos privados como el domicilio, la clave única de registro de población (CURP), e incluso datos biométricos. Las siglas de ese registro eran “RENAUT” y no se realizó por violatoria de los derechos humanos.
En esta nueva administración, el senado acaba de aprobar esa misma iniciativa con otro nombre, es el mismo “RENAUT” solamente que presentado por un poder que dice “no somos iguales” y “no haremos mal uso de esa información”. Ya solo falta que el titular del poder ejecutivo la publiqué para que ente en vigor. Y lo hará, porque ya la ha defendido y asumido como algo suyo.
Para poder tener un teléfono o dispositivo móvil cada usuario que será obligado a entregar información personal delicada, nombre, dirección, CURP, datos biométricos, como huellas dactilares, fondo del ojo, registro de voz.
Y cualquier mal uso que alguien pudiera hacer de su dispositivo como extorsiones u otros delitos, será responsabilidad de quien haya registrado ese teléfono móvil.
Es el paraíso de los delincuentes, quienes jamás registrarán un móvil con sus datos para delinquir, pero pueden robar, clonar, usurpar el número y los datos de otro ciudadano para delinquir.
Y el resultado será asimétrico e injusto: impunidad para un delincuente anónimo y castigo para un ciudadano inocente, pero cautivo de un padrón de corte totalitario, porque dictatorial y autoritario se quedan cortos: totalitario.
Esas fichas con fotos, nombres, huellas digitales y datos personales harán inexistente la privacidad: Serán el fichero policíaco de una sociedad cautiva y de un poder policíaco.
Apenas hace días, alguien filtró a redes sociales y a medios nada éticos “fichas” con fotos, nombres, cuentas de redes y datos de mujeres xalapeñas a quienes acusaba de los “horribles delitos” de ser feministas, de salir a las calles a marchar, de organizarse, de hacer grupos de Whatsapp para comunicarse, organizarse y convocarse. Todavía quien lo hizo tuvo que recopilarlas en redes, en poco tiempo, estarán todas en ese registro que van a aprobar.
Toda la información de los ciudadanos mexicanos en un solo lugar, a disposición del Estado, de las fuerzas armadas, de la policía y de quien pueda robar, hackear, vender o comprar esa información. El poder anónimo, cada vez más opaco y sin rendición de cuentas, pero la ciudadanía presa, con su nombre en un catálogo donde aparece su información más privada e íntima, sus datos biométricos.
Decían que habían desaparecido la policía política y el espionaje del antes “CISEN”. Algo indica que, en lugar de desaparecer, se volvió el centro del Estado, y su voz nos dice: “no teman, no haremos mal uso de toda la información personal que les obligaremos a darnos”.
George Orwell en México sería un autor costumbrista.