Por Javier Hernández Alpízar
Los zapatistas actuales nos están enseñando a mirar la historia sin odios, fobias, resentimientos ni rencores. A la manera de Spinoza, nos invitan a ver la historia no para reír, llorar, indignarse o lamentar sino para comprender.
Mirar la historia es mirarnos a nosotros mismos. En un sentido mucho más profundo que en el didactismo pragmático de Maquiavelo, la historia es maestra.
Hace 500 años la ciudad- metrópoli del altépetl más poderoso en Mesoamérica fue sitiada y militarmente arrasada por un ejército compuesto por escasos mil quinientos combatientes españoles y un ejército masivo formado por miles de indígenas totonacos, tlaxcaltecas, texcocanos, chalcas, apoyados por sus pueblos…
La caída de Tenochtitlán fue un hecho histórico definitivo, irreversible. Hasta hoy no hemos comprendido la importancia de que hayan sido miles de indígenas quienes dieron fin al mundo azteca.
Luego, la conquista y colonización del resto de lo que fue la Nueva España fue hegemonizada por los españoles, pero realizada militarmente por ejércitos indígenas.
Los indígenas siempre se vieron como diferentes naciones. La diferencia entre unos y otros era, como en la época de las dos guerras mundiales, la diferencia entre rusos y alemanes, ingleses e italianos, estadunidenses y japoneses.
Y así como los Estados Unidos encabezaron una alianza con Francia, Rusia e Inglaterra que luego dejó en sus manos la hegemonía mundial, Hernán Cortés encabezó una alianza con pueblos y naciones indígenas que le dejó a España una hegemonía mundial.
La mayor habilidad de Cortés fue diplomática y política: supo leer el descontento de los pueblos tributarios de los aztecas y capitalizarlo prometiéndoles el fin del dominio mexica, y un nuevo comienzo en el que, pese a ser minoría numérica y militar comparados con los miles de combatientes indígenas, los españoles tuvieron la hegemonía.
Jaques Lafaye dice, en Los conquistadores, que Hernán Cortés actuó como habría aconsejado Maquiavelo. Esto es posible, pese a que El príncipe se publicó después de 1521, porque ese saber de ser caudillo y encabezar alianzas políticas y militares era patrimonio en la Europa de las casas reinantes y más allá. Y también en Mesoamérica, donde los aztecas ascendieron de pueblo chichimeca recién llegado a ser un “imperio” mediante alianzas políticas y militares.
Ese esquema general siguió operando en las siguientes conquistas, colonizaciones, guerras, revoluciones, reformas y “transformaciones” de México: los ejércitos fueron formados siempre por una mayoría indígena y mestiza (las “castas”) y liderados por los españoles y sus descendientes (los “criollos”). Las pocas veces que hubo líderes indígenas y populares terminaron siendo asesinados por los militares de la élite.
Hasta ahora, las guerras sucias e irregulares que se viven en el país son con una mayoría popular, mestiza e indígena, que pone los muertos, de todos los bandos, y una élite blanca (con algunos mestizos) y de cuello blanco que se embolsa el botín.
Y la mayor habilidad de los líderes es la maquiavélica, concertar alianzas con base en promesas falsas, mentiras y verdades a medias y luego el gatopardismo: que todo cambie para que arriba quede una élite, como siempre, y abajo se reparta el “honor” del sacrificio, la austeridad y, siempre, los muertos.
Pero los zapatistas, lo mismo que otros pueblos indígenas y organizaciones de la izquierda de abajo no son fatalistas: no se conforman con buscar un nuevo amo que se diga benévolo, cristiano o humanista. Por eso los zapatistas han llegado a Europa en una contraconquista: alianza de los de abajo, sin cúpulas de “héroes” ni promesas destinadas a no cumplirse. Se trata de luchar ahora no por el poder y el dominio sino por la vida.
Por un lado, lo desastres climáticos asolan los cinco continentes, por otro, los zapatistas y sus aliados (CNI, FPDTA…) recorrerán el mundo (después planean ir a los demás continentes) para alentar una lucha mundial por la vida.
Los indígenas zapatistas nos ponen la muestra de lo que es no ser sectario: no sólo convocan a todos los indígenas aino a todos los excluidos, todos los “desechables”, todos los que luchan por la vida.
Respecto al planeta Tierra, todos somos indígenas y “criollos”, todos somos terrícolas e hijos de la Madre Tierra: nos salvamos o nos hundimos en el desastre, juntos. La profunda sabiduría indígena y la ciencia coinciden: Tenemos que hacer algo ya, el planeta no aguanta más.
Y en México, no podemos seguir con la hipocresía de buscar villanos y héroes de hace 500 años y, al mismo tiempo, negarles verdad y justicia a las víctimas de la violencia estructural, al menos, de los años sesenta a la fecha. Una Comisión de la Verdad formada desde la sociedad, independiente del Estado, los partidos y la oligarquía (la de la 4t y la opositora) será posible, si todos los que somos más amigos de la verdad que de los partidos e ideologías apoyamos a las organizaciones de víctimas.
Una alianza de los de abajo, no con mentiras y “nacionalismos” sino con la verdad. Debemos rebasar a Maquiavelo por la izquierda.