La crisis humanitaria, es decir, la violación masiva, estructural y sistémica de los derechos humanos de los trabajadores y ciudadanos migrantes, principalmente haitianos y centroamericanos, contenidos militarmente por la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración en la frontera sur, es apenas un síntoma del mundo que tendremos que vivir de ahora en adelante. Un mundo de cambio climático y migraciones masivas desde los países que el “desarrollo” capitalista destruyó hacia los países metrópoli.
La imagen de La Bestia, el tren de carga en el que intentan viajar los migrantes, es un retrato de la esencia del sistema capitalista. En el tren de carga van, dentro de los contenedores, aseguradas y cuidadosamente embaladas, protegidas por las leyes y por militares, policías y funcionarios, las mercancías. Y encima del tren, como “polizones”, sin papeles, expuestos a caer y morir o a perder extremidades de su cuerpo, a ser vejados, violados, asesinados, reclutados por leva forzosa por el crimen organizado o expuestos a ser “contenidos” violentamente por los brazos armados del Estado y el capital, viajan los seres humanos, integrantes de la clase trabajadora, despojados de su ciudadanía y criminalizados.
Los tratados de libre comercio, como el firmado con Estados Unidos y Canadá por el gobierno de Salinas de Gortari y el firmado más recientemente por el gobierno de Peña Nieto, con el aval del gobierno electo de López Obrador, garantizan el libre flujo de mercancías, pero no el de ciudadanos y trabajadores.
En los países que fueron metrópoli de las colonias, como los Estados Unidos y Europa, o los que han jugado un papel estratégico en las relaciones coloniales y capitalistas, como México, se genera una reacción muy peligrosa de animadversión, odio y rechazo a los migrantes. No a los extranjeros blancos del norte y el occidente que llegan con dólares o euros a vacacionar o incluso a comprar propiedades para residir durante el periodo de frío en su país de origen; es un rechazo a los migrantes pobres (aporofobia), expulsados de su lugar de origen por el hambruna, la violencia, las dictaduras civiles o militares y los desastres “naturales” agudizados por el cambio climático.
Una reacción posible de los gobiernos y de algunos sectores de la sociedad es pretender encerrarse y negar el paso a estas migraciones masivas. Un gobierno que recibe con hoteles de lujo a los turistas adinerados, recibe con operativos policiacos o militares a los emigrantes pobres. Un gobierno que ofrece asilo a refugiados insignes (ex gobernantes, periodistas o activistas de renombre) da trato de criminales a los pobres que piden refugio y asilo.
Una tentación para gobiernos y sociedades “nacionalistas” es usar a los migrantes pobres como chivos expiatorios o brujas para distraer de los verdaderos problemas: los cientos de miles de muertos por la pandemia y las, al menos, decenas de miles de asesinados y desaparecidos por la epidemia de violencia y represión.
En un pasaje del Antiguo Testamento, el pueblo hebreo que camina por el desierto buscando la Tierra Prometida realiza un ritual por el que deposita en una cabra macho los pecados del pueblo para expiarlos, y luego deja perder el animal en el desierto como sacrificio expiatorio. Se acostumbraban sacrificios en la antigüedad para expiar los pecados, las faltas o los males. Dice Franz Hinkelammert que cuando se evitó el sacrificio de Isaac en manos de su padre, se abrió la posibilidad de una nueva sociedad sin sacrificios. Pero en el capitalismo se sacrifica a millones de pobres en aras de la ganancia capitalista.
Marvin Harris explica que las brujas eran cazadas y linchadas, en su mayoría por creyentes en el cristianismo de la Reforma, en Europa y los Estados Unidos, no sólo para despojarlas de sus bienes, sino para ocultar que los verdaderos responsables de los males sociales eran la élite política y económica.
El sacrificio de chivos expiatorios y las cacerías de brujas sirven para ocultar la verdadera fractura y el antagonismo de la sociedad entre opresores y oprimidos.
Los gobiernos y regímenes “nacionalistas” pueden encontrar un enemigo interno o externo a quien culpar de los problemas económicos y políticos. La cacería de esos enemigos distrae de los verdaderos responsables. Arthur Miller expresó el macartismo anticomunista en los Estados Unidos de la guerra fría en el paralelismo con la quema de brujas en Las brujas de Salem.
Un régimen que necesita distraer y desviar los odios, resentimientos y las bajas pasiones de una sociedad, encuentra a un sector a quien linchar simbólica o realmente: judíos, comunistas, gitanos, negros, indígenas, extranjeros, jóvenes rebeldes, brujas, el que sea, con tal de desviar la mirada de los responsables de los problemas y descargar la fuerza punitiva en un grupo que sirve de chivo expiatorio.
Ya deberíamos tener memoria histórica de lo mal que terminan estos operativos xenófobos, racistas y aporófobos. La Alemania nazi y el sur racista de los Estados Unidos se deslizaron cuesta abajo por esa pendiente de los discursos y las prácticas de odio.
Quizá todavía es tiempo de evitar que nuestro país, ya víctima de tanta muerte, violencia y crimen, se deslice aún más abajo.