Por Javier Hernández Alpízar
A la memoria de la Dra. María del Carmen Rovira
Los tiempos que vivimos son apocalípticos en toda la extensión de la palabra. No es meramente imaginaria la posibilidad de acabar con la vida humana en la Tierra o, por lo menos, de reducirla a un nivel de vida tan precario y brutal como si el trabajo cultural de siglos hubiera sido en vano.
Son tiempos apocalípticos, en los dos sentidos de la palabra. El más comúnmente usado, como imagen del fin del mundo. Y el sentido etimológico, pues tanto en griego como en latín significa: revelación.
Revelar es lo contrario de velar, es desocultar, mostrar, es el momento del descubrimiento de algo. ¿Qué se muestra en esta revelación? Se muestra que el sistema industrial capitalista, en su afán de crecer sin límites, provoca masivamente destrucción y muerte.
Como dijera Jean Robert, en uno de los seminarios de reflexión convocados por los zapatistas actuales: Se nos dijo que el capitalismo es un modo de producción, pero hoy tenemos que comenzar a reconocerlo como un modo de destrucción.
Esta situación, la posibilidad real y actual de la destrucción de la población humana, y de mucho de la vida, incluso quizá toda la vida en el planeta, se hizo presente al menos desde 1945, con las bombas nucleares con las que los Estados Unidos cometieron los genocidios de Hiroshima y Nagasaki. Hoy el club nuclear es más amplio, no solamente los Estados Unidos y los fragmentos de la ex Unión Soviética o Israel, sino incluso países que aún padecen miseria y hambre como la India.
Sin embargo, hoy la vida peligra no solo por la industria de la guerra y la muerte, sino por la producción de las industrias “pacíficas”: la industria de producción de bienes y servicios, edificios, ropa, calzado, alimentos, especialmente carnes y lácteos, medicamentos, autos, electrodomésticos, infraestructuras, turismo, además de la industria de muerte: armas, drogas…
El extractivismo de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) y de minerales, lo mismo que la agricultura y la ganadería, todo el sistema de producción industrial produce gases de efecto invernadero que alteran el clima.
Hoy toda defensa del sistema capitalista es negacionista de la crisis climática, que ya no es el futuro: es el presente en ciudades, costas, islas, países, territorios de los cinco continentes.
Erich Fromm, en casi todas sus obras, discutió que el carácter humano, “el corazón del hombre”, púede desarrollarse en uno de dos sentidos opuestos: al amor a la vida, la biofilia, o el patológico amor a la muerte, la necrofilia. Fromm se comprometió políticamente por la biofilia, al menos en las elecciones que ganó en Estados Unidos Nixon: Contra la candidatura de Nixon participaron, entre otros, Erich Fromm y John Lennon.
Estos conceptos de biofilia y necrofilia vinieron a mi mente al leer o escuchar palabras de los zapatistas actuales. El concepto de biofilia lo recordé al escuchar las palabras del subcomandante Moisés en Viena (la ciudad donde vivió Freud, uno de los teóricos que retomó Erich Fromm). Moisés dijo que los zapatistas hoy no quieren matar ni morir, quieren vivir. Esa es biofilia, esa defensa de la vida, esa militancia por la vida, con palabras y con sus autonomías, el hecho zapatista más subversivo, como lo llamara alguna vez Laura Castellanos.
Y la necrofilia le recordé en el momento en que el subcomandante Galeano llama a movilizarse en la Europa insumisa y en todo el mundo para exigir que pare la contrainsurgencia paramilitar, y que el gobierno chiapaneco, encabezado por Rutilio Escandón, abandone su culto a la muerte. Esa es la necrofilia, el culto a la muerte de los grupos paramilitares como la ORCAO o los paramilitares de Chenalhó, o los grupos paramilitares y criminales que asolan los territorios indígenas, lo mismo a los yaquis en el norte que al CIPOG-EZ en Guerrero, o los que actúan en Colombia o en otras naciones.
Es también necrófilo el culto al dinero, a la bolsa de valores, a los mercados y los tratados de libre comercio y a los megaproyectos desarrollistas y extractivistas, algunos de los cuales son deseados por el capital desde hace siglos: el corredor interoceánico en el Istmo de Tehuantepec lo deseaban los Estados Unidos del frustrado Tratado McLane-Ocampo, pero también el dictador francés Luis Bonaparte, quien apoyó el imperio de Maximiliano y proyectaba ese corredor en el Istmo, como el Canal de Suez que efectivamente abrió.
Hoy es momento de tomar partido. O con el sistema de destrucción que amenaza la vida en el planeta o con quienes defienden la vida y a la Madre Tierra. Hoy ser de izquierda, en términos frommeanos, es biofilia, amor a la vida, militancia en defensa de la vida. No es romanticismo ni poesía ni metáfora: es una tarea urgente. El capitalismo ya produce más muerte que vida, no es “extremista” querer otro camino. Lo ciegamente fanático es seguir defendiendo el desarrollismo necrófilo del industrialismo y el extractivismo capitalista.