Por Javier Hernández Alpízar
La historia siempre se escribe desde el presente y desde los intereses del presente. Normalmente la escriben desde el poder, por eso se dice que la escriben los vencedores. Y dice Simone Weil que la justicia es desertora del campo de los vencedores.
Es verdad que hay un tipo de historia que se propone ser ciencia, pero normalmente no es la que se enseña a la sociedad. Masivamente, se enseña una narrativa cómoda para el poder, una versión que justifica y legitima al poderoso o a la clase poderosa en turno.
Tlacaelel
El hecho de que nuestro país se llame “México” y que en Tenochtitlán vivieran los mexicas hace creer que todos somos descendientes de los aztecas y reduce la diversidad cultural del país a un mestizaje homogeneizante (50% azteca y 50% español) que borra la diversidad de pueblos y culturas que forman parte del país.
La caída de Tenochtitlán se identifica con la conquista de México, la cual no se dio sino después de siglos de guerras, incluso ya en el México independiente, y aún hoy: la militarización y los megaproyectos siguen siendo guerras de conquista contra las que resisten pueblos indígenas que dicen “no nos conquistaron, aún resistimos”.
Pero incluso antes de que los españoles encabezaran la alianza de pueblos indígenas que conquistó Tenochtitlán, ya los aztecas habían escrito una historia épica desde el poder.
Llegaron desde el norte, en calidad de pueblo nómada que busca donde asentarse, y en el altiplano fueron vasallos de otros pueblos que habían llegado mucho antes y tenían una civilización sedentaria. Mediante alianzas y guerras, llegaron a tener la hegemonía y a constituir un “imperio” que pedía tributo a pueblos avasallados.
Entonces Tlacaelel aconsejó que destruyeran los libros de historia, porque en ellos los aztecas no figuraban o lo hacían de una manera marginal. Y después escribieron nuevos libros donde los aztecas aparecen como pueblo elegido de Huitzilopochtli que llega a su tierra prometida (como los hebreos en Medio Oriente) y que estaban destinados (el destino manifiesto mesoamericano) a ser el altépetl más poderoso.
Los criollos retomaron esa leyenda porque necesitaban deslindarse de la España de la que se independizaban y tener un “pasado indígena”, al mismo tiempo que seguían oprimiendo a los pueblos indígenas vivos.
¿La visión de los vencidos?
El sabio Miguel León Portilla compiló textos traducidos del náhuatl por Ángel María Garibay sobre los recuerdos de sobrevivientes mexicas de la caída de México Tenochtitlán y los llamó La visión de los vencidos.
En esas crónicas, hechas ya bajo el dominio español, se cuela algo de la visión de los vencedores. Especialmente la idea de que los aztecas pensaron que los españoles eran Quetzalcóatl que regresaba. Esta idea es de los dominadores: que los mexicas los consideraron dioses.
En realidad, desde que los españoles llegaron tuvieron resistencia: los mayas no pactaron con ellos, porque ya habían vivido entre ellos dos españoles náufragos de una expedición anterior y por ello sabían que eran los españoles eran conquistadores y no una expedición liberadora.
Los aztecas tenían espías e informantes en todos sus dominios y sabían que los españoles eran hombres, que comían, tenían sexo con mujeres y morían como hombres. Pero la idea de que los confundieron con Quetzalcóatl era parte de la ideología española dominante.
La Biblia
Los teólogos de la liberación reconocen que la Biblia fue escrita por humanos para responder a intereses humanos. El pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, fue escrito para establecer una línea narrativa y genealógica desde Adán hasta la casa del rey David. Era una operación legitimadora de la dinastía davídica. Los vencedores se ostentaban como reyes por derecho divino, en un hilo genealógico desde el patriarca Adán hasta David.
Luego el Nuevo Testamento incluyó los libros que narraban la legitimidad del papado romano supuestamente heredada directamente del apóstol Pedro. Jesucristo, por supuesto, es heredero del rey David por línea materna (así era entre los pueblos semitas, como los hebreos y los egipcios). De manera que era un rey legítimo y nombraba su vicario a Pedro y de él descendía la legitimidad del papado romano.
La burguesía
Por supuesto, esa costumbre de reescribir la historia desde el poder no desaparece con el inicio de la modernidad. Por el contrario, la burguesía triunfante con la revolución francesa y el ascenso del capitalismo nos cuenta que ella desciende culturalmente de la antigüedad clásica grecolatina, por ello su movimiento cultural se llama “renacimiento”.
A la época histórica anterior, la llama “edad media” y la estigmatizan como una etapa de oscuridad que luego sería dejada atrás por el siglo de las luces o iluminismo. Que la edad llamada “media” no fue de oscuridad, lo atestiguan los investigadores que la estudian y encuentran en su pensamiento tanta sabiduría como la que hay antes o después; y que el iluminismo no es todo luz sino luz y sombras, lo explican muy bien Adorno y Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo. Pero ese maniqueísmo, luz moderna y oscuridad medieval, convenía para legitimar la ideología burguesa individualista y liberal (hoy neoliberal).
Los liberales
En México, el siglo XIX fue de lucha entre dos facciones de la elite económica y política, primero entre centralistas y federalistas y finalmente entre conservadores y liberales. Los que ganaron la guerra, los liberales, nos cuentan también una historia maniquea en la que los liberales son héroes y los conservadores demonios, cobardes y “cangrejos”. Los momentos incómodos de esa historia se explican con malabares escolásticos y se mantiene una narrativa de “lucha entre el bien y el mal”.
Regímenes herederos del desarrollismo de Porfirio Díaz se muestran liberales y revolucionarios mientras pactan con los sectores conservadores que se renuevan en la oligarquía mexicana de ayer y de hoy.
El nacionalismo revolucionario
En un nacionalismo oficialista la Nueva España es una edad oscura y la independencia un renacimiento del imperio mexica como “México”. Lo cual es falso.
En la revolución mexicana, los líderes del sector revolucionario popular son asesinados (los Magón, Zapata y Villa), pero los herederos de sus asesinos, líderes de una revolución burguesa (Carranza, Obregón, Calles), se inventan una revolución institucional que establece una monarquía sexenal hereditaria, con derecho del monarca saliente a elegir a su sucesor.
Zapata y Villa son incorporados al panteón de los héroes, al lado de sus asesinos. Conciliados todos en una “familia revolucionaria”, los priistas gobiernan durante décadas un país con elecciones, pero sin democracia. Vargas Llosa lo llamó “la dictadura perfecta”: tenía incluso su propia oposición y crítica leal, en el fondo, pues “lo que resiste apoya”. La historia patria culminaba con los colores de la bandera en el escudo del PRI.
Luis Echeverría decía que la historia de México era una sinfonía en la que su gobierno era el “cuarto movimiento”. El nacionalismo revolucionario justifica el régimen de partido único.
La mal llamada 4t
Hoy, la idea de Echeverría de una sinfonía de cuatro movimientos es reciclada en la llamada “cuarta transformación”, que pretende reescribir la historia para hacer aparecer a Obrador como heredero de Hidalgo, Juárez y Madero. Aunque su desarrollismo y militarismo lo emparentan más con Porfirio Díaz, como han dicho indígenas defensores del territorio.
Walter Benjamin
Decía Benjamin que los vencedores no solo vencieron en el pasado, siguen venciendo hoy y, por ello, apropiándose de nuestros combatientes caídos. De manera que hay que defender a nuestros luchadores por el cambio de la expropiación que quieren hacer de ellos los gobiernos herederos de los opresores de siempre.
Por ejemplo: que un gobierno centralista y autoritario se pretenda heredero de los Magón y llame a su periódico de propaganda “Regeneración”. Y es el mismo gobierno que impone proyectos desarrollistas ecocidas y etnocidas, como los del régimen de Díaz que los magonistas combatieron.
Cómo se cuenta la historia
Disputar la narrativa es esencial. La historia tiene un papel estratégico en la formación de la conciencia. O dejamos que les cuenten a los niños una historia que justifica a los opresores o les enseñamos a investigar y reflexionar críticamente la historia y reconocer que los opresores la han reescrito una y otra vez para investir de prestigio al nuevo opresor. Si reconocemos los hechos, podemos ver que el rey va desnudo: que pretendiéndose “progre” es conservador, que diciéndose heredero de las luchas populares representa a un opresor.
En todo el mundo, la historia que se cuenta a los niños sirve para justificar el régimen establecido o para justificar la resistencia y rebeldía de los oprimidos, así lo explica Marc Ferro en Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero.
Esa memoria de la resistencia no se debe perder. Nuestra historia no es una maqueta ni un espectáculo de luces y sonido: está viva en los pueblos que hoy defienden el territorio, como los pueblos indígenas: los otomies que tienen tomado el INPI, los defensores del agua que tomaron la Bonafont o los que resisten al Proyecto Integral Morelos, el tren maya y el corredor en el Istmo. Como dicen los zapatistas mayas que “invadieron” Europa: “no nos han conquistado, resistimos”.