Por Javier Hernández Alpízar
A la memoria de Regina Martínez, Samir Flores y todas las comunicadoras y comunicadores asesinados
La realidad de las reporteras y reporteros en México no es homogénea. La elite de conductores de televisión que ganan altos salarios es minoritaria y no es representativa de la gran cantidad de trabajadores de los medios de comunicación que realizan el trabajo de investigación y comunicación, con condiciones salariales y laborales precarias, en el país más peligroso del continente para la prensa y los defensores de derechos humanos.
Es una retórica falaz y manipuladora, la que pretende encasillar a todo periodista y comunicador que no se convierte en correa de transmisión de la propaganda del gobierno en un ser venal, corrupto y mercenario. Son bastantes las y los periodistas honestos y sus ingresos están muy por debajo de los de los gobernantes y, ahora lo sabemos, de sus privilegiados vástagos.
En México, para buena fortuna de los ciudadanos mexicanos, existe un amplio sector de periodistas de investigación. Se trata de un tipo de periodista distinto al reportero tradicional que tenía por únicas fuentes a los declarantes que grababa en audio.
De hecho, el modelo que el gobierno aspira a posicionar es el tradicional, ejercido en medios como La Jornada o Unomásuno, que en lugar de periodismo de investigación se limita a la información oficial o a las filtraciones realizadas desde el poder. Ese no es periodismo de investigación., sino una extensión de la comunicación social del gobierno: estenografía del poder.
El periodismo de investigación tiene muchas más fuentes que las declaraciones de diversos entrevistados. Para empezar, no entrevista solamente a los gobernantes o a los actores políticos más visibles. Busca las voces de otros actores como comunidades, organizaciones, académicos, investigadores, de preferencia directamente a las víctimas y los sectores que protagonizan los procesos políticos y sociales. Por ejemplo: no puede informar sobre la pandemia solamente a partir de la voz gubernamental sin entrevistar a sobrevivientes, deudos de las víctimas, personal del sector salud, expertos de diferentes instituciones y universidades.
Los periodistas de investigación leen informes, expedientes, artículos y tesis académicas, libros, revistas, no solamente para encontrar la información ya publicada sobre un tema, sino para ver qué no se sabe aún y a quién se le puede preguntar o cómo se puede saber.
Sea como parte de su formación profesional o mediante aprendizajes a que los va obligando su desempeño profesional, los periodistas investigadores tienen que irse actualizando en leyes, reglamentos, minería de datos (escondidos, cada vez más, en las páginas oficiales), cartografía, análisis de data y de las redes.
Una fuente que abrió las puertas de mucha información valiosa a los periodistas investigadores fueron los mecanismos de transparencia a que el Estado mexicano se vio obligado por sus acuerdos internacionales firmados (a veces aparejados a tratados de libre comercio). Ningún gobierno mexicano ha estado a gusto con estas obligaciones de transparencia. En sexenios anteriores intentaban negarles la información por “protección de datos personales”, y en este sexenio, la moda es negarlos por “seguridad nacional”.
Las y los reporteros investigadores tienen que litigar, prácticamente, con el Instituto Nacional de Acceso a la Información, para probar que la información que piden debe ser pública, porque es de interés público, por ejemplo, porque tiene que ver con derechos humanos. Y cuando la obtienen, la interpretan y difunden ampliando nuestro saber y disminuyendo la opacidad del poder.
El trabajo de un periodista investigador es extenuante y estresante. Riesgoso en un país como México, donde “es más peligroso investigar un asesinato que cometer uno” (John Gibler). En gran parte del territorio nacional, en medio de un escenario de guerra, las y los reporteros tienen el nivel de riesgo de un combatiente, pero están desarmados, dotados sólo de una cámara de foto-video, una grabadora y una libreta.
Los periodistas cotidianamente están en riesgo. Por ejemplo, durante la pandemia, riesgo de contagio, cuando muchos de ellos no tienen seguridad social o seguro médico. Muchos padecen las secuelas del oficio, como estrés postraumático, migraña y otros padecimientos que son “gajes del oficio”.
Los periodistas investigadores no solamente son detestados por el presidente y siempre por el poder en turno. Incluso amplios sectores de la sociedad desconocen su trabajo y lo asimilan al cliché de la “prensa vendida”. Paradójicamente algunos comunicadores que actúan como propagandistas de los poderosos son muy populares entre sus correligionarios, como extensión del carisma de los políticos a quienes sirven, sin investigar, sin correr riesgos y, ellos sí, libando de las mieles del poder.
Dos o tres últimos aspectos: las mujeres padecen doble violencia, por ser periodistas incómodas y la violencia de género. Son acosadas y amenazadas, escarnecidas por injurias misóginas y su condición de mujeres (a veces, madres) es aprovechada para violentarlas por el poder, por poderes de facto y por sectores fanáticos.
Los medios libres son excluidos entre los excluidos, y trabajan uniendo a los riesgos anteriores los de la marginalidad, el anonimato y la militancia en organizaciones y movimientos sociales. A veces son incomprendidos incluso por los propios movimientos sociales.
Las y los comunicadores indígenas, como Samir Flores Soberanes, son el eslabón más castigado quizás. A todos los motivos de riesgo anteriores se suma, en su caso, el racismo y la contrainsurgencia que hoy se despliega para despojar a los indígenas de sus territorios. La retoma de las instalaciones de Bonafont por la Guardia Nacional es solo el caso más reciente.
México es uno de los países más peligrosos del mundo para periodistas, medios y comunicadores porque vivimos en medio de una guerra por el territorio, una fase del capitalismo de acumulación militarizada. La guerra no quiere testigos: su primer enemigo es la verdad. Intentan acallar la verdad asesinando, agrediendo o al menos calumniando y tratando de dar una muerte moral a las y los periodistas.
Les molesta la prensa libre e independiente porque les molesta la verdad.
La sociedad mexicana le debe más a sus periodistas independientes que a cualquier político. Y me refiero a todos los políticos.
Optimista, creo que cuando los poderosos hoy encumbrados sean cosa pasada seguirá habiendo quienes investiguen y comuniquen.
La verdad y el anhelo de libertad son muy fuertes.