Por Javier Hernández Alpízar
“El mal contra el mal.” Lankester Merrin, personaje de El Exorcista.
Manes fue un predicador crucificado en Persia en el año 276, nos ilustra Ramón Xirau. Sus discípulos creían que Manes era el Espíritu Santo. Combinando doctrinas gnósticas y cristianas ganaron discípulos para la creencia de que existen dos principios supremos el Bien y el Mal, ambos equiparables en potencia y actividad, cuya lucha explica lo que ocurre en el mundo.
Durante un tiempo, San Agustín fue maniqueo. Sin embargo, luego de convertirse al cristianismo (el catolicismo) desarrolló una concepción teológica y filosófica que explicó de otra manera la presencia del mal en el mundo. De ese modo, San Agustín refutó a los maniqueos.
Según esta explicación, el mal no es un principio equiparable al bien. El bien es el ser, el mal es solamente su ausencia total o parcial (no ser): es una carencia, no una fuerza o potencia activa.
A pesar de haber rechazado y refutado el maniqueísmo, probablemente San Agustín recayó en él e hizo recaer a muchos con su filosofía de la historia: Dos amores fundaron dos ciudades. El amor de Dios fundó la Ciudad de Dios y al amor de sí mismo la Ciudad del Diablo, la ciudad del mal (el Imperio Romano, la gran Babilonia del Apocalipsis y el reggae rastafari, el Imperio del Mal de Reagan y Bush).
La dicotomía del bien contra el mal que había desactivado al derrotar lógicamente a los maniqueos regresó mediante la narrativa histórica y hoy que están de moda las narrativas, los relatos, el maniqueísmo se vuelve una ideología dominante que pone el mundo en blanco y negro y obliga a los habitantes de este país y de este planeta a tomar partido: con Dios o con el Diablo, sin medias tintas ni matices.
Uno de los problemas de esta ideología es que la verdad no importa: no importan los hechos, la información, las evidencias, los razonamientos, no importa la realidad. Importa la fidelidad al bueno, al santo, justo y mártir, todo lo que se le oponga es malo de una pieza, abominable. Lo malo no se debe conocer, no debe ser oído, leído, visto, sino rechazado en bloque. Debe ser borrado, apagado.
México
En México el maniqueísmo no es nuevo, pero hoy es explotado políticamente para dividir las aguas: Conmigo o contra mí. Amigo o enemigo y adversario. Entre ciertos fanáticos religiosos, “adversario” es sinónimo del Diablo.
La narrativa gubernamental me recuerda a los inquisidores, católicos, luteranos y calvinistas:
Las religiones fanáticas dicen promover al amor al prójimo, pero lo que promueven en realidad es el odio y la persecución del otro, la otra, de quien no comparte su fanatismo: el pagano, el gentil, el hereje, el infiel, el ateo, la bruja, el pecador, el condenado, el judío, el gitano, el comunista, el publicano, el extremista, el anarquista, el ultra, el impío, el “conservador”, el apátrida, el “traidor a la patria”, el extranjero, el moro, el indio, el negro, el que opina diferente.
Y cuando no pueden lincharlo y quemarlo en persona, lo queman, la queman, “en efigie”, lo demonizan y buscan su ostracismo y muerte moral mediante la difamación.
La moneda falsa de ese fanatismo es la hipocresía que perdona en sí mismos y en sus líderes todo lo que condenan en sus perseguidos.
El mundo
Y a nivel internacional, lo mismo: hay solo dos bandos o bloques y el que no toma partido por uno recibe el fuego cruzado, porque lo atacan ambos bandos. O estás con Putin o con la OTAN. (¿El capitalismo bueno contra el capitalismo malo?)
Durante la guerra fría, estabas obligado a tomar partido por Washington o por Moscú. Según el bando que eligieras, debías atacar al otro por sus invasiones militares y masacres y represiones, pero justificar y aún negar las cometidas por el bando que defendías.
Las verdaderas luchas de los pueblos por su liberación se vieron oscurecidas por esa lógica maniquea. El deseo de libertad de Vietnam, agredido por una invasión de Estados Unidos. El deseo de libertad de Checoslovaquia, aplastado por la invasión soviética.
Las brújulas políticas estaban estropeadas por la bilateralidad. Las pocas y pocos que tuvieron la lucidez de criticar a ambos imperios, eran marginales y fueron atacados por ambos, o peor, fueron deformados por uno de los bandos, que pretendió hacerlos pasar por suyos.
Las grandes narrativas maniqueas son exitosas porque explotan la pasión tribal y beligerante, el resentimiento y la simplicidad. Impiden el pensamiento crítico, y si pueden, el pensamiento a secas, y exaltan la santidad y el martirologio de la pasión fiel.
Por el contrario, una lógica desapasionada, no fanatizada, recomienda no simplificar una discusión en dos tesis opuestas sin alternativa. Porque esa simplificación puede estar excluyendo lógicas más sensatas.
En el tablero de ajedrez, nacional o mundial, las vidas, dignidades, libertades, derechos y opiniones de las personas son sacrificadas. Y las víctimas suelen ser víctimas de ambos bandos. En México hay miles de víctimas de los gobiernos del PRI y el PAN revictimizadas, negadas y a veces reprimidas y calumniadas por el gobierno de Morena y sus seguidores.
A nivel mundial, los habitantes de Ucrania hoy son víctimas del ajedrez sangriento de Putin y la OTAN. Y una nostalgia pro-rusa nos hace recordar el comentario de Marx a Hegel: la historia se repite, pero la segunda vez en clave de farsa. Si el estalinismo ya era la complicidad con un dictador totalitario y genocida, el putinismo es eso mismo reducido al ridículo: la complicidad con un dictador capitalista totalitario y genocida. Pero claro, si lo criticas, el simplismo maniqueo te pone en el terreno de la OTAN.
Son muy pocas las voces que critican a ambos imperialismos capitalistas: muy pocas las que dicen: ni Putin ni la OTAN. Una gran mayoría se acomoda en la pasión maniquea.
Incluso ha regresado la posibilidad de un apocalipsis nuclear que nos aniquile antes que el apocalipsis del cambio climático.
Por eso hago, para cerrar, este posicionamiento:
En los casos de guerra, yo no soy neutral: estoy a favor del derecho de los pueblos a vivir en paz y, por ende, contra todo belicismo, armamentismo y todo militarismo.
En las guerras, los poderosos se disputan botines y los pueblos ponen los muertos, los heridos, los lisiados, las viudas, los huérfanos, los desplazados.
El mundo entero padece los coletazos económicos con pobreza y zozobra.
Solamente puede idealizar la guerra quien no la conoce. No hay nada honorable en usar a los humanos como piezas sacrificables y mandarlos a matar y morir.
En la guerra, los seres humanos son medios y la muerte, un gran negocio de los poderosos.
La paz no es un ideal cursi, es una necesidad de los pueblos y un derecho. Y no viene sola, se construye con organización y trabajo y movilización.