Por Javier Hernández Alpízar
Lukas Avendaño nos había acostumbrado en espectáculos unipersonales como Réquiem para un alcaraván y No soy persona, Soy mariposa, a su presencia escénica fuertemente asida a la palabra, al discurso que interpela, reforzado por los elementos de una perfomance transgénerica: rompiendo los límites de poesía, danza, teatro, canto, instalación y hasta cabaret.
Esta vez la Compañía Transnacional de Performance deja el paso a una empresa con un espectáculo colectivo, masivo, con 15 intérpretes en escena. Lukas Avendaño, coreógrafo y director, los observó desde la primera fila de la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario en el Festival Cultura UNAM, del cual Lemnískata fue sin duda uno de los platos fuertes, los días 8 y 9 de octubre.
Siempre exigente consigo mismo, este espectáculo de Avendaño es exigente con sus intérpretes y su compañía escénica y sobre todo, con el público. Casi como rasgo de autor, Lemnískata empieza en silencio, y con una larga evolución lenta que logra captar la atención de un público que ya ha pactado presenciar un espectáculo experimental, contemporáneo, difícil incluso.
La síntesis de investigaciones antropológicas (Lukas es no sólo artista sino antropólogo y un acucioso pensador de los temas que aborda) muestra un espectáculo (instalación para cuerpos humanos, esta vez colectiva) que evoca mitos, génesis y remembranzas cósmicas que se pueden remontar al subsuelo arquetípico de la conciencia humana.
Es altamente sintomático que uno de los espectáculos más audaces en escena hoy sea obra de una artista zapoteco de Tehuantepec y los lleve a escena con intérpretes incluidos en un trabajo de investigación y creación en Guadalajara. La más refinada cultura ya hace mucho que no es exclusiva del México central.
Si habíamos visto la capacidad en escena del artista y activista Lukas Avendaño siempre encarnada en sí mismo, hoy la apreciamos en su creación intelectual y corporeizada por un elenco de catorce intérpretes hombres y una mujer, quienes llevan la audacia al movimiento, a la presencia escénica en la cual el cuerpo desnudo es materia plástica de un espectáculo ambicioso, con largas secuencias silentes, mucho tiempo de espaldas al público y un lento crescendo que al final estalla alegremente.
Además, Lukas Avendaño cuenta esta vez con el respaldo de una empresa como Moves, Producción, Gestión y Promoción Escénica y financiamiento privado, dando una lección de ética artística al presentar un espectáculo radical, sin concesiones en el discurso crítico del autor.