Por Javier Hernández Alpízar
Dado que la libertad democrática de la disputa de opiniones descansa sobre el temor respetuoso, no es casual que los regímenes totalitarios en el siglo XX hayan abandonado todo temor y hayan aniquilado como sabandijas a los grupos humanos que declararon como indeseables.
Klaus Held.
La democracia no es la continuación natural de las desigualdades jerárquicas a que los colectivos humanos, pueblos, culturas, se vieron sometidos por la necesidad de sobrevivir y de reproducir su población. En estas sociedades el modelo es la familia, el padre o el patriarca es el caudillo, el jefe nato. La desigualdad es la base y su cuestionamiento es una subversión del orden y un peligro para el funcionamiento del colectivo y para la eficiencia en su labor de producir y reproducir su vida y cultura.
Por ello escribió Klaus Held: “Lo más antinatural de la democracia desde la perspectiva de las estructuras familiares tradicionales consiste en que la comunidad de la vida en común no descansa aquí en una armonía garantizada por jerarquías, sino precisamente en la confrontación y disputa entre las múltiples opiniones. Si la democracia comprendida así puede ser capaz de sostenerse en absoluto, esto hay que atribuirlo al hecho de que el campo libre para la libertad de opinión se conserva abierto, antes de todo aseguramiento institucional, por una forma especial de respeto ante cada ciudadano particular.”
La consecuencia en el mundo colectivo es que deviene también altamente jerárquico y desigual, dominado por una autoridad fuerte y no cuestionable: sea un gobernante o una minoría especializada en mandar.
Así, la democracia implica una ruptura. Es lo que Klaus Held subraya con “antinatural”. Contrario al orden jerárquico (que desde un horizonte democrático podemos ver como “autoritario”), en la democracia se acepta e incluye la diversidad de opiniones y su confrontación en un espacio público de discusión. Con este derecho de opinar y ser escuchado para intentar convencer a los demás con argumentos, además de la obligación de escuchar y poder ser convencido por otros, está implícita “una forma especial de respeto ante cada ciudadano particular”.
La tesis de Klaus Held es que la democracia y el conocimiento filosófico-científico nacieron, no por casualidad, en la Grecia clásica. Así como la filosofía nació del asombro o de la admiración, la democracia nació del “temor respetuoso frente a cada ciudadano” y de lo que, siguiendo a Hannah Arendt, Klaus Held llama “natalidad”, pues:
“Con cada nacimiento de un hombre se rompe de nuevo esta oscuridad y se produce el mundo como luz para el aparecer de las cosas. De esta forma cada nacimiento tiene algo de creación del mundo.”
La legitimidad de los diferentes puntos de vista en la discusión pública, en el ágora, viene de un nuevo descubrimiento no menos radical que el de la natalidad: descubrimiento de que además del horizonte particular de cada ciudadano hay un horizonte común, compartido: la pólis.
Mientras en Atenas descubrían que además de cada horizonte privado (idion) los ciudadanos son capaces de moverse en el horizonte de la pólis, de la política, Heráclito descubría, en Éfeso, que además de los muchos mundos privados, en los que cada cual vive como en un sueño, hay un mundo-uno, un cosmos, que es cognoscible porque lo rige un logos.
La lectura de los griegos en estos términos por Klaus Held es posible usando el concepto de “horizonte”, tomado de Edmund Husserl. De este modo, puede verse que la democracia y el conocimiento científico comparten el descubrimiento de un horizonte común, que rebasa los particulares, del mundo de la vida, y ese horizonte, que desde el punto de vista del asombro filosófico es el cosmos, desde el punto de vista del respeto a cada ciudadano es lo público, el lugar donde todas las opiniones tienen derecho a ser expresadas, permitidas y escuchadas.
Aunque la opinión de un ciudadano nace de su mundo, horizonte particular, comparte legitimidad con otras opiniones, y todas intentan referirse, remitirse, al horizonte compartido público, el mundo político. Es legítima la diversidad en la pluralidad de horizontes y la unidad en un “sentido común” compartido por los ciudadanos.
El derecho a la participación tiene entonces raíces no triviales: la democracia es política y epistémica (aunque a la primera la forman opiniones y a la segunda, conocimientos), y el referente de cada una es un horizonte compartido que rebasa el particular.
A Klaus Held no se le escapa que Europa, que se reclama heredera de esta visión democrática y científica, ha transgredido este temor respetuoso y violado el principio de natalidad con los colonialismos. Pero también reivindica que ha habido una autocrítica europea en pensadores como Fray Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria, pensamiento crítico que dio lugar al derecho de gentes.
Ni Europa ni Estados Unidos pueden imponer imperialistamente su idea de democracia y de derechos humanos, pero pueden proponerlos en un mundo político intercultural. A fin de cuentas, la civilización europea no solamente retomó elementos de Grecia y Roma, sino de las culturas (de origen asiático) hebrea, cristiana y el Islam. Eso, le parece a Klaus Held (con influencia de Edmund Husserl) una característica distintiva de Europa: una identidad no cerrada, sino abierta a las otras culturas, cuyos horizontes son otros tantos nacimientos del mundo y cuyas aportaciones pueden favorecer nuevos renacimientos de Europa.
En México, una cultura, civilización y apuesta política indígena arraigada en Chiapas ha dicho que necesitamos “Un mundo donde quepan muchos mundos”. Probablemente por eso entre los activistas y defensores de derechos humanos europeos ha tenido eco su palabra. Un horizonte mayor que los horizontes particulares. Un cosmos común a todas las polis: horizonte cosmopolita. Heráclito, Edmund Husserl y Klaus Held, me parece, suscribirían el lema “un mundo donde quepan muchos mundos”.
¿Y cómo podría ordenarse, organizarse, ese horizonte cosmopolita intercultural que permita la democracia y la pluralidad entre pueblos, culturas y civilizaciones del planeta? Klaus Held retoma un concepto que han planteado en Europa los movimientos antiautoritarios: la federación.
“Cuando la apertura para la multiplicidad de mundos culturales se impone políticamente, aparece como principio del federalismo.”
Así que la democracia tiene una raíz antigua y una vigencia total: así como la ciencia busca un mundo-uno en el conocimiento, en la política puede haber un mundo político común que no implique oprimir ni suprimir la diversidad de horizontes y mundos ciudadanos y culturales.
Los textos de Klaus Held, en (2012), Ética y política en perspectiva fenomenológica. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.