Por Javier Hernández Alpízar
“Huele a tiranía o, mejor, es propio de sicofantes tratar a la plebe del mismo modo que los domadores suelen tratar a una bestia feroz, para quienes la primera preocupación consiste en observar de qué modo se amansa o irrita y, luego, según convenga, la irritan o la halagan, como dijo Platón sabiamente.”
(Erasmo de Rotterdam)
Son ya clásicos, algunos textos sobre las políticas de masas y el fenómeno recursivo de su movilización en el mundo moderno: del psicólogo social Serge Moscovici, La era de las multitudes, un tratado histórico de la psicología de masas; Elías Canetti con Masa y poder o La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset, entre otros.
Tenían ante su mirada, la irrupción de movimientos de masas en Europa, como las de Hitler y Mussolini. La primera y la segunda guerras mundiales fueron masivas, en agresores y en muertos.
Sin embargo, no es nueva la actuación de líderes hábiles en la manipulación de masas, mediante la oratoria, la retórica y la adulación. La referencia de Erasmo de Rotterdam a Platón nos lleva al nacimiento de la política en la cuna que le dio su nombre: la polis griega.
Con la polis griega nació la política como el gobierno entre iguales, ya no el gobierno de un rey (basileus) sobre súbditos, sino el de gobernantes ciudadanos sobre gobernados ciudadanos. Nacieron ahí los primeros libros que pueden considerarse tratados o estudios de la política: la República y las Leyes de Platón y la Política de Aristóteles.
Surgió un fenómeno nuevo: un espacio público (el ágora) en donde todos los ciudadanos tienen derecho a opinar y ser escuchados (excluidas las mujeres, los menores de edad y, por supuesto, los esclavos). Con todo y su limitación, fue el nacimiento de la democracia.
Sin embargo, todas las formas de gobierno tienen su forma política, aquella que mira por el bien común, el bien de la polis, la sociedad, y sus formas corruptas, donde los gobernantes buscan su propio interés y no el de la polis, los despotismos. El gobierno de uno solo (monarquía), cuya forma corrupta es la tiranía; el gobierno de unos pocos (aristocracia, nobleza), cuya forma corrupta es la oligarquía (el gobierno de los ricos, hoy lo llamamos también plutocracia y plutonomía); y la república, donde el pueblo (los pobres, los artesanos, etc.) modera las ambiciones de la oligarquía, cuya degeneración es (en opinión de Aristóteles) la democracia, lo que hoy llamaríamos demagogia y populismo, una manipulación de las bajas pasiones de la mayoría, otra forma de tiranía.
Se usaba ya en la polis griega la manipulación de las mayorías mediante el lenguaje oral, la palabra, la oratoria, la retórica, la exacerbación de las pasiones, las emociones: miedo, resentimiento, envidia, odio, etcétera, los argumentos falaces, llamados paralogismos y sofismas, en alusión a los encantadores de asambleas: los sofistas y sus alumnos.
La descripción de Platón de esa manipulación, a la que alude Erasmo de Rotterdam, aparece en La República. Es una imagen que se le quedó profundamente grabada a Simone Weil, quien siempre vio a esas masas manipuladas por los fascistas, los nazis, como el Gran Animal o la Gran Bestia.
La propaganda nazi de Hitler, momento culminante de esa manipulación de masas, parece haber sido ya usada por los sofistas, encantadores de multitudes. El carisma es una de las fuentes de “legitimidad”, según Max Weber. Los liderazgos carismáticos son fascinantes, en el sentido hipnótico, mesmérico, con el que un hábil entrenador controla a un animal. El mesmerismo hablaba de un “magnetismo animal”.
El texto de Platón en La República dice:
“Cada uno de los que por un salario educan privadamente, a los cuales aquéllos llaman ‘sofistas’ y tienen por sus competidores, no enseñan otra cosa que las convicciones que la multitud se forja cuando se congrega, y a lo cual los sofistas denominan ‘sabiduría’. Es como si alguien, puesto a criar a una bestia grande y fuerte, conociera sus impulsos y deseos, cómo debería acercársele y cómo tocarla, cuándo y porqué se vuelve más feroz o más mansa, qué sonidos acostumbra a emitir en qué ocasiones y cuáles sonidos emitidos por otro, a su vez, la tornan mansa o salvaje; y tras aprender todas estas cosas durante largo tiempo en su compañía, diera a esto el nombre de ‘sabiduría’, lo sistematizara como arte y se abocara a su enseñanza, sin saber verdaderamente nada de lo que en estas convicciones y apetitos es bello o feo o bueno o malo o justo o injusto; y aplicara todos estos términos a las opiniones del gran animal, denominando ‘buenas’ a las cosas que a éste regocijan y ‘malas ‘ a las que lo oprimen, aunque no pudiese dar cuenta de ellas, sino que llamara ‘bellas’ y ‘justas’ a las cosas necesarias, sin advertir en cuánto difiere realmente la naturaleza de lo necesario de la de lo bueno, ni ser capaz de mostrarlo.”
La manera en que el manipulador adula a las multitudes utilizando sus emociones tiene mucho de lo que hoy llamaríamos conductismo. Ante ello, Simone Weil propuso una radical defensa del pensar individual, el único que existe, según ella. Una corriente de pensadores políticos ha meditado en cómo usar la razón para atemperar las pasiones: comenzando por el gobierno de sí mismo y de las propias pasiones.
Sin embargo, en el siglo XX se hizo creer que la imposición del poder sobre sus dominados y oprimidos no proviene de la explotación, el despojo, la represión, la violencia, la fuerza y la manipulación de las pasiones sino de la razón (occidental, mala esencialmente).
Entre otras cosas, la manipulación de las emociones, ha dado lugar a los grandes aduladores, quienes usan la mentira, la palabra engañosa, la información adulterada (los “otros datos”), la propaganda, la agitación de las pasiones y prejuicios (nacionalismo, chauvinismo, patriotismo, machismo, supremacismo, xenofobia, misoginia, etcétera) para aupar a líderes carismáticos que congregan masas apasionadas, fanatizadas.
La popularidad de los ayatolas es hoy un recurso del poder para subordinar a las masas: nuevamente la agitación de las pasiones para abdicar de la razón. El magnetismo animal, hoy como en la polis griega.
Podemos analizar las falacias, los paralogismos, los sofismas en la propaganda de estos líderes de masas, el problema está en que las emociones y la visceralidad no atienden tanto a la razón como a las emociones. Por ello los partidarios fanatizados son inmunes a la información: prefieren odiar al mensajero que reconsiderar sus opiniones a la luz de información públicamente verificable.
En nada ayuda el narcisismo contemporáneo que lleva a cada uno a leer y buscar solamente la información que confirma sus prejuicios y no la que los contradice, cuestiona o pone en tela de juicio. Además de que nos anegan con información confusa e incluso absurda, o como dirían los zapatistas “Si no estás bien confundido es porque no estás bien informado”.
En turbulentos tiempos de crisis, en México, el 70% de los mexicanos prefiere el desarrollo económico que la democracia, según una encuesta citada por Armando Bartra, uno de los intelectuales del régimen. De por sí la democracia no es muy popular, comparada con “el desarrollo” (el fetichismo de la mercancía), y menos lo será con la falsificación de la participación y la destrucción de la democracia (diálogo plural) por la manipulación y la fabricación de consensos inducidos desde el poder.
El lenguaje mismo, el sentido de las palabras, es trastocado por la manipulación de las emociones. La verdad “no importa”, se construye una verdad, una narrativa exitosa, al gusto de los poderosos: posverdad en tiempos de posdemocracia.
Si jubilamos la razón y damos todo el poder a las pasiones, gana el líder carismático, el encantador del Gran Animal.