Por Javier Hernández Alpízar
“¿Qué le importa al proletariado, inclinado sobre su trabajo, abrumado por el peso de su destino, que algunos oradores tengan el derecho de hablar y algunos periodistas el de escribir? Habéis creado derechos que, para la masa popular, incapacitada como está de utilizarlos, permanecerán eternamente en el estado de meras facultades. Tales derechos, cuyo goce ideal la ley les reconoce, y cuyo ejercicio real les niega la necesidad, no son para ellos otra cosa que una amarga ironía del destino. Os digo que un día el pueblo comenzará a odiarlos y él mismo se encargará de destruirlos, para entregarse al despotismo.”
(Maquiavelo en el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly)
La prensa es un poder político, porque si bien el poder de un gobierno se basa principalmente en el “monopolio de la violencia legítima” (Max Weber), la otra fuente de poder es que la sociedad experimente la obediencia como razonable, porque el poder tiene consenso y hegemonía (Antonio Gramsci).
La “fabricación del consenso”, como dice Noam Chomsky, tiene lugar en los que Louis Althusser llamó “aparatos ideológicos del Estado” (prensa, universidades, iglesias, partidos, propaganda). Por ello la prensa es clave para lograr el control, la obediencia social, lo que hoy se llama lucha por la narrativa o por el sentido común.
Un periodista debe tener muy claro todo esto. Así lo tuvo en el siglo XIX Maurice Joly. Al darse cuenta de que Luis Bonaparte, militar, dictador, emperador (Napoleón III, quien gobernó Francia entre 1848 y 1870) y populista ejercía el poder de manera despótica, controlando las instituciones sin desaparecerlas, dejando sus nombres democráticos, pero cambiándolas por dentro para hacerlas servir a su poder, decidió hacer lo que los periodistas hacen: escribir.
La censura en la prensa y los libros le impedía hacerlo abiertamente, por lo cual lo publicó de manera anónima y bajo un subterfugio literario, un diálogo entre dos clásicos del pensamiento político en un infierno como el de Dante: el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu.
En ese diálogo, Maquiavelo describe el modo de operar despótico, dictatorial, disfrazado de democrático, de Luis Bonaparte:
“no destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquiciará su mecanismo. De este modo iré golpeando por turno la organización judicial, el sufragio, la prensa, la libertad individual, la enseñanza.”
El “maestro de tiranos” describe un golpe de Estado y su legitimación plebiscitaria, el control de la burocracia y de la opinión pública, la modificación de las leyes e instituciones al servicio del Estado, y siendo Maurice Joly periodista, es especialmente detallado en el trato de un poder autoritario a la prensa:
“En los países parlamentarios, los gobiernos sucumben casi siempre por obra de la prensa; pues bien, vislumbro la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma. Puesto que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿sabéis qué hará mi gobierno? Se hará periodista, será la encarnación del periodismo.”
Un gobierno “periodista”, uno que dicte la agenda a los medios. Como se ve no es una novedad, en el siglo XIX ya un dictador lo tenía en cuenta.
El gobierno del emperador es un espectáculo vertiginoso. El gobernante está por todas partes y a toda hora. El poder es un espectáculo omnipresente:
…“las masas consienten en permanecer inactivas, a condición de que sus gobernantes les ofrezcan el espectáculo de una continua actividad, de una especie de frenesí; que las novedades, las sorpresas y los efectos teatrales atraigan permanentemente sus miradas; tal vez esto perezca raro, pero, nuevamente, es así.”
La actividad febril del gobernante será la que mantendrá pasivo a su pueblo. ¿Para qué tiene que movilizarse el pueblo, si su emperador está por todas partes cambiándolo todo, mejorándolo todo, transformándolo todo? Del pueblo, solo necesita su apoyo masivo, pasivo e incondicional.
Además de este espectáculo permanente, del que da cuenta la prensa (hoy la telecracia y la infocracia en todas las redes sociales), el dictador tiene que elaborar un discurso, una narrativa heroica, solemne, grandilocuente:
“Más que los actos, son las palabras las que debemos hacer concordar. ¿Cómo pretendéis que la gran masa de una nación pueda juzgar si su gobierno se guía por la lógica? Basta con decirle que es así. Por lo tanto, deseo que las diversas fases de mi política sean presentadas como el desenvolvimiento de un pensamiento único en procura de un fin inmutable.”
Un gran eslogan de grandeza que sirve de horizonte a un pensamiento único.
Un dictador no es un profeta desarmado, tiene unas fuerzas armadas activísimas, pero también un ejército de escritores, oradores y periodistas que repiten por todos lados las grandezas del señor gobernante:
“El objeto único, invariable, de mis confidencias públicas será el bienestar del pueblo. Hable yo, o haga hablar a mis ministros o escritores, el tema de la grandeza del país, de su prosperidad, de la majestad de su misión y su destino nunca quedará agotado; nunca dejaremos de hablar sobre los grandes principios del derecho moderno y de los grandes problemas que preocupan a la humanidad. Mis escritos trasuntarán el liberalismo más entusiasta, más universal. Los pueblos de Occidente gustan del estilo oriental; de modo que el estilo de todos los discursos oficiales, de todos los manifiestos oficiales estará cargado de imágenes, siempre pomposo, elevado y resplandeciente. Como el pueblo no ama a los gobiernos ateos, en mis comunicados al público no dejaré nunca de poner mis actos bajo la protección de Dios, asociando, con habilidad, mi propio sino al del país.”
Humanismo, respeto a Dios, y sobre todo grandeza heroica: todo lo que se hace es histórico, solamente los grandes héroes del pasado se equiparan al emperador.
Y el pasado inmediato es un lodazal. El actual gobierno viene a salvar al pueblo de la corrupción, el caos, la anarquía y el desamparo. El gobierno anterior a este buen gobernante es responsable de todos los males, y hay que repetirlo todo el tiempo, no dejar que nadie lo olvide:
“Procuraré que a cada instante se comparen los actos de mi reinado con los de los gobiernos anteriores. Será la mejor manera de hacer resaltar mis aciertos y de que obtengan el merecido reconocimiento. Importa mucho que se pongan de relieve los errores de quienes me precedieron y mostrar que yo siempre los supe evitar. De este modo trataremos de crear, contra los regímenes que antecedieron al mío, una especie de antipatía, hasta de aversión, lo que terminará por resultar irreparable como una expiación.”
La prensa deberá estar bajo control, sin una censura visible, mediante una censura invisible, legal: por ejemplo, no se prohíben los libros, solamente se reglamenta que tengan muchas páginas y no se puedan publicar los breves: ¿quién leerá semejantes mamotretos?
Sin embargo, los periodistas pueden ser enjuiciados y hasta encarcelados (Maurice Joly fue encarcelado por su libro anónimo, y el libro confiscado sobrevivió por azar), pero lo serán por delitos comunes. Porque son criminales, delincuentes, según el emperador. Y es muy importante que la sociedad vea los opositores políticos como reos comunes y no como perseguidos políticos:
“En mi reino, el periodista insolente será confundido, en las prisiones, con el simple ladrón, y comparecerá, junto a él, ante la jurisdicción correccional. El conspirador se sentará ante el jurado criminal, junto al falsificador, con el asesino. Se trata, observadlo, de una excelente modificación legislativa, porque la opinión pública, viendo tratar al conspirador al igual que al malhechor ordinario, terminará por confundirlos a ambos en un mismo desprecio.”
Es lo que debe generarse para los críticos, disidentes, opositores y la prensa que ose salirse del pensamiento único: desprecio.
La descripción que hace Maurice Joly del control de una prensa “plural”, pero toda ella leal al consenso fabricado, recuerda al México priista. A Fernando Savater le recuerda al franquismo. Y a cada quien le puede recordar al gobierno autoritario que haya conocido de cerca.
“Como el Dios Vishnú, mi prensa tendrá cien brazos y dichos brazos se darán la mano con todos los matices de la opinión, cualquiera que sea ella, sobre la superficie entera del país. Se pertenecerá a mi partido sin saberlo. Quienes crean hablar su lengua hablarán la mía, quienes crean agitar su propio partido, agitarán el mío, quienes creyeran marchar bajo su propia bandera, estarán marchando bajo la mía.”
Una vez extirpada de raíz la prensa crítica, el pensamiento crítico incluso, se debe crear una imagen de falso pluralismo, en el que se discrepe sobre temas menores pero nadie cuestione el “traje nuevo del emperador”. La legitimidad del gobernante será el horizonte incuestionable de los debates menores por temas irrelevantes:
“tened presente que los periódicos de que os hablo no atacarán jamás las bases ni los principios de mi gobierno; nunca harán otra cosa que una polémica de escaramuzas, una oposición dinástica dentro de los límites más estrictos.”
Como en la “dictadura perfecta” priista que diagnóstico Mario Vargas Llosa, hay intelectuales y periodistas que hace críticas, sin tocar la legitimidad del régimen. La prensa parece libre, así que hablar de “dictadura” sería exagerado simplemente un despropósito:
“El resultado, ya considerable por cierto, consistirá en hacer decir a la gran mayoría: ¿no veis acaso que bajo este régimen uno es libre, uno puede hablar; que se lo ataca injustamente, pues en lugar de reprimir, como bien podría hacerlo, aguanta y tolera? Otro resultado, no menos importante, consistirá en provocar, por ejemplo, comentarios del siguiente tenor: Observad hasta qué punto las bases, los principios de este gobierno, se imponen al respeto de todos; ahí tenéis los periódicos que se permiten las más grandes libertades de lenguaje; y ya lo veis, jamás atacan a las instituciones establecidas. Han de estar por encima de las injusticias y las pasiones, para que ni los enemigos mismos del gobierno puedan menos que rendirles homenaje.”
Todas las noticias son acerca del gobernante y su pensamiento, obras y decisiones. Asimismo le permiten al tirano sondear la opinión y ajustar su discurso para que parezca siempre que lee la mente del pueblo leal:
“Hago anunciar un hecho y lo hago desmentir, de acuerdo con las circunstancias; sondeo así el pensamiento público, recojo la impresión producida, ensayo combinaciones, proyectos, determinaciones súbitas, en suma lo que en Francia vosotros llamáis globos-sonda. Combato a mi capricho a mis enemigos sin comprometer jamás mi propio poder, pues, luego de haber hecho hablar a esos periódicos, puedo infringirles, de ser necesario, el repudio más violento; solicito la opinión sobre ciertas resoluciones, la impulso o la refreno, mantengo siempre el dedo sobre sus pulsaciones, pues ella refleja, sin saberlo, mis impresiones personales, y se maravilla algunas veces de estar tan constantemente de acuerdo con su soberano. Se dice entonces que tengo fibra popular, que existe una secreta y misteriosa simpatía que me une al sentir de mi pueblo.”
Extirpada toda función crítica, toda independencia o autonomía de la prensa, ésta se convierte en un aparato ideológico y en una correa de transmisión del gobierno:
“cada uno de mis periódicos, de acuerdo con su tendencia, procurará persuadir a un partido de que la resolución tomada es la que más le conviene. Lo que no se escribirá en un documento oficial, haremos que aparezca por vías de interpretación; los diarios oficiosos traducirán lo meramente sugerido de una manera más abierta, y los periódicos democráticos y revolucionarios lo gritarán por encima de los tejados; y mientras se discuta y se den las interpretaciones más diversas a mis actos, mi gobierno siempre podrá dar respuesta a todos y a cada uno: os engañáis sobre mis intenciones, habéis leído mal mis declaraciones; jamás he querido decir otra cosa que esto o aquello.”
Hoy el poder autoritario y su cotidiana lucha por destruir toda comunicación, información y prensa independiente y crítica cuenta con muchos recursos: dinero, tecnología, ejércitos de intelectuales mercenarios y reproductores en las redes digitales, sean de carne y hueso o robots.
Ante todo, cuenta con la pasividad de mayorías y con el recurso de criminalizar a comunicadores, periodistas y prensa. El desprecio del poderoso hacia sus críticos es una extensión de su desprecio hacia un pueblo visto como masa manipulable que no comprende para qué sirve la libertad de prensa:
“hacedlo comprender a las masas, si podéis; contad el número de quienes se interesan por la suerte de la prensa, y veréis.”
Cuando están en el poder, los gobernantes se creen invencibles. Sin embargo, la historia tiene otros parámetros: el libro de Maurice Joly sobrevivió y hoy podemos leer cómo fue la dictadura de Luis Bonaparte gracias a su escritura. Y la descripción que hace del autoritarismo es vigente. Puede ser nota en la prensa crítica hoy.
La democracia y la libertad de prensa “burguesas” pueden ser poco glamorosas, pero quienes han vivido una dictadura saben que son libertades necesarias y que han sido el resultado de la lucha de los pueblos.
Los magonistas, por ejemplo, no fueron burócratas al servicio del “orden y progreso” sino combatientes y periodistas sumamente críticos.
Por suerte hoy, aunque bajo amenaza, siguen existiendo comunicadores, periodistas, prensa, medios libres y mentes críticas, pese a los esfuerzos de los emperadores de turno, estatistas o de “libre mercado”, y sus burocracias dóciles.