…”¡ojalá los límites de la credulidad terminen por ser los de la succión financiera y de la ilusión de que el dinero producido por dinero vale algo en el mundo real!” Jean Robert.
“Y muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se inventó. Pues se hizo para el cambio; y el interés, al contrario, por sí solo produce más dinero. De ahí que haya recibido ese nombre, pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés es dinero de dinero; de modo que de todos los negocios éste es el más antinatural.” Aristóteles.
Marshall Berman analizó el estilo literario de Karl Marx como modernista (al lado de Goethe, Baudelaire, Dostoievski…) en Todo lo sólido se desvanece en el aire. El título del libro está tomado de una frase del Manifiesto comunista. Marx y Engels expresan que, a la manera de un Rey Midas que todo lo troca en oro, el capital hace de todo bien o servicio útil una mercancía, un portador de valor de cambio que terminará siendo precio, venta, ganancia, dinero, capital y finanzas. La deriva necrófila de este proceso de mercantilización del mundo de la vida la explicitó Erich Fromm.
Karl Marx elaboró una teoría objetiva del valor, sistematizando críticamente la teoría del valor-trabajo de William Petty, Adam Smith y David Ricardo. Después de Marx, y con la clara intención de ocultar el análisis de la explotación y la plusvalía, los economistas neoclásicos desarrollaron una teoría subjetiva del valor (el valor depende del juicio de cada consumidor, de su preferencia, así como de la escasez de una mercancía) que está en la base de los análisis de curvas de oferta y demanda de las escuelas de economía neoliberales. El valor se convierte en un concepto psicologista confuso que oscila en un mercado “libre” antropomorfizado, capaz de sentirse nervioso, optimista, presionado o tranquilo.
En La crisis: el despojo impune, Cómo evitar que el remedio sea peor que el mal (Jus, 2010), como un Don Quijote armado de su estilográfica, Jean Robert se lanzó contra los molinos de viento de los grandes corporativos de las finanzas. Así como los gigantes para el Quijote fueron un espejismo, Jean Robert encuentra que las finanzas son un juego de espejos (especulación), un mecanismo autorreferencial, ciego a la realidad de los de abajo; una máquina de bombear valores de abajo hacia arriba; un modo de despojo legalizado, institucionalizado, protegido por el Estado más poderoso (al menos bélicamente) del planeta: Estados Unidos.
La crisis que estalló en 2008 fue una burbuja especulativa que reventó: los corredores y ganadores de las finanzas hicieron, con deudas impagables e insustentables empaquetadas, productos financieros de nombres crípticos, y los vendieron en los mercados financieros a personas que ingenuamente esperaban grandes ganancias. Cuando el esquema piramidal (esquema Ponzi) colapsó, los pequeños y medianos (y algunos grandes) inversionistas perdieron todo. Grandes empresas de especulación quebraron, pero al final, el gobierno de Estados Unidos los rescató con dinero de los impuestos. Un Fobaproa del tamaño de los Estados Unidos y el capitalismo global. Hay varios documentales sobre el caso, uno de ellos es Capitalismo, una historia de amor, de Michael Moore.
Jean Robert inició su análisis del crimen con un peritaje, una autopsia, del mundo financiero: un mundo de abstracciones, donde nada refiere a seres humanos, ni a seres vivos ni a la naturaleza, sino solo a sí mismos: valores abstractos que se desplazan en forma de fractales, al ritmo del deseo mimético: deseo lo que veo que otros desean y por tanto compro o vendo cuando otros lo hacen porque, aunque sea una irracionalidad, no puedo perderme una oportunidad de apostar a ganar… aunque al final casi todos pierdan y, como en la canción de Abba, el ganador se lo lleva todo, es decir, las empresas demasiado grandes para quebrar.
El libro de Jean Robert incluye también una parte propositiva: la reivindicación de la territorialidad, la vida campesina, rural, indígena; las culturas materiales de subsistencia que no producen para el mercado sino para consumir, para reproducir la vida; todo eso que los economistas desprecian como “informal”, una cultura material que existe desde mucho antes que el capitalismo y podría sobrevivir al colapso del capitalismo.
En un principio, podría antojarse un rodeo inútil el dedicado por Robert a tratar de entender, con ayuda de matemáticas y de poesía (una bandada de estorninos, tomada de un poema de Lautréamont), así como de pensamiento crítico, el mundo de espejismos de las finanzas. Sin embargo esa gran casa de los espejos es lo que Néstor Kohan ha conceptualizado como el fetichismo de la mercancía llevado a nivel sistémico: el fetichismo de la mercancía deviene en fetichismo del dinero, fetichismo de los mercados y fetichismo de las finanzas. Y miren que Jean Robert opinó que el concepto de fetichismo de las mercancías es la mayor aportación de Marx al pensamiento crítico.
El capitalismo moderno es una gran maquinaria de producir abstracciones: esconde el mundo natural (el de la físis griega, amado por Martin Heidegger) subordinando el valor de uso al valor de cambio y luego hace estallar al valor de cambio en mil formas: mercancías, precios, dineros, monedas, documentos, inversiones, bolsas de valores, mercados de futuros, derivados y conceptos cada vez más abstractos que nos alejan del mundo del trabajo, de la vida cotidiana, el mundo de la vida (Husserl) que, dice bien Klaus Held, es el de la producción de lo necesario para vivir y la reproducción para que la especie humana continúe.
Asimismo, se opera una inversión entre medios y fines: ya no es la economía al servicio de la oikos, la casa, el hogar, sino una abstracta ciencia y práctica (fraudulenta) de producir la escasez de bienes (por ejemplo expropiando, sobreexplotando y contaminando fuentes de agua para luego vender agua embotellada), necesidades ficticias, deseos aprendidos de la publicidad y la propaganda, o bien destrucción por la guerra para reconstruir colonialmente. Jean Robert la llama guerra contra la subsistencia.
Las cosas naturales, la naturaleza misma (selvas, ríos, montañas, mares…), los seres vivos (incluso sus genomas), los seres minerales (sobre todo si son fuentes de energía), los seres humanos (ya ni siquiera como esclavos asalariados sino como meros insumos) son sacrificados en el altar de las abstracciones. El nuevo platonismo para el pueblo ya no es la religión, judeocristiana o budista, sino la religión del oro, el dinero, los “valores”.
Incluso el término “valor” ha sido impugnado por autores como Martin Heidegger y Karel Kosík: en lugar de valorar las cosas, las degradan del ser (de ser entes) a venir a ser meras existencias, reservas, recursos, enseres, un stock disponible para el lucro. Por ello dice Heidegger que quienes creen preservar a Dios llamándolo el “supremo valor” no se dan cuenta de que lo degradan: quizás por ello hoy las religiones son mercancías que compiten en el mercado de lo “espiritual” o sirven de alcahuetas en los discursos políticos y su demagogia.
Incluso el intento de Emmanuel Kant de vindicar la dignidad humana como un “valor infinito” no evita llevar un concepto de la economía a poner valor (y precio) a una humanidad cuyo trabajo es ya de por sí una mercancía en el capitalismo.
Todo lo sólido se desvanece en el aire, se vaporiza, se sublima; pierde su ser y, como un incienso quemado para el Becerro de Oro, se convierte en el humo prestigioso del valor (de cambio).
Tiene razón Jean Robert, la única verdadera resistencia ante este proceso de valorización (mercantilización) de todas las cosas es la territorialidad, la defensa de los territorios por los campesinos e indígenas mayas, kurdos, mapuches, palestinos, los campesinos del mundo; y en la ciudad, la subsistencia informal. La cultura material que se resiste a su colonización por “la economía” capitalista, de mercado o estatista.
Y no nos salgan con que la subsistencia informal es delictiva, porque la economía del delito, analizada también por Jean Robert, no se parece en nada a la subsistencia, por el contrario, se parece en todo a la economía financiera, a sus movimientos de deseo mimético, al despojo y la violencia (capitalista) que ejercen contra los de abajo. Finanzas capitalistas y economía del crimen quieren crecer sin límite, como las células cancerosas.
Aquí podemos encontrar una alianza necesaria: entre quienes defienden las subsistencias, la territorialidad, la autonomía y la autogestión y quienes defienden el planeta contra los promotores del calentamiento global y la extinción masiva de especies. Ambos luchamos contra el mundo de abstracciones, de los “valores” y en favor de lo más concreto, lo más complejo, lo más frágil y lo más resistente que conocemos: la vida. A la necrofilia del mundo financiero, oponemos la biofilia.