Por Javier Hernández Alpízar
“Pero yo sé. Mmmmm, sí, lo sé. Debe haber un mundo mejor en algún lado.”
B. B. King, adherente a la Sexta, según el difunto Sub Marcos.
Con mi solidaridad, al compañero Raúl Romero. Si tocan a uno, nos tocan a todos.
La muerte es más que el silencio y la ausencia, porque la vida es más que presencia y palabras.
Cuando un compañero nos deja definitivamente, sorpresivamente además, lo primero que sentimos es la inverosimilitud: porque apenas hace pocas semanas, días, horas que le vimos, le saludamos, conversamos.
Y de pronto comienza solamente la lucha contra el olvido, es decir, la memoria, extensión de la vida.
Nos queda el desconsuelo de la vida y de todo lo que el compañero podría aportar con su rebeldía, su trabajo cotidiano, su solidaridad, su lucha, su amistad y compañerismo. Y en la semilla de la resignación, acaso solamente podemos decir lo que de un personaje de la película Roma, ciudad abierta: “vivió bien”.
Ya lo había dicho y escrito alguna vez de la compañera Marta de los Ríos, con cuya muerte también experimenté esa sensación de no poderlo creer: ¿no será un error?, ¿una falsa noticia? Como la compañera Marta de los Ríos, el compañero Román Sánchez Núñez vivió bien.
¿Qué quiero decir con que vivió bien? Quiero decir que vivió en libertad, en rebeldía, que es la única forma de vivir en libertad bajo los sistemas opresivos como el capitalismo.
La única libertad que merece ese nombre es la ardua tarea de vivir de acuerdo al propio pensamiento, en la construcción, difícil, de la autonomía.
Por eso los compromisos, de vida y de activismo, del compañero Román fueron, en el más reciente tramo de su vida, en que tuvimos la fortuna de conocerlo, al lado del EZLN, del CNI, con la Sexta Declaración, con la Escuelita Zapatista, con el Concejo Indígena de Gobierno, con Marichuy, con el proceso de acercarnos a las víctimas de la violencia estructural en nuestro país, con la Coordinación Metropolitana con el CIG y con la comunidad otomí y su Casa de los Pueblos “Samir Flores Soberanes”.
A eso llamo vivir bien, a vivir sabiendo que uno hace lo correcto, que uno se esfuerza por ser congruente con su pensamiento.
Alguna vez, otro de los compañeros que nos han dejado en los años y meses recientes, Manuel Martínez Morales, me dijo que si algún día pudiera volver a vivir y tuviera que elegir de nuevo un camino, elegiría el mismo, con los de abajo y a la izquierda, por la justicia.
Por eso creo que compañeras como Marta de los Ríos, compañeros como Manuel Martínez Morales, como Samir Flores Soberanes, como Román Sánchez Núñez vivieron bien, porque eligieron la dignidad de la lucha, de la rebeldía y seguro que, si tuvieran que volver a elegir, elegirían el mismo camino.
Por eso es que su muerte nos duele, pero nos alienta su vida, porque su vida es su aportación, su obra, su legado y un aliciente para perseverar en un camino a contracorriente.
Alguna vez los zapatistas, en medio de la represión, un momento grave en 2006, nos pidieron reflexionar, preguntarnos si vale la pena elegir este lado de la lucha. No debemos dejar de preguntarnos.
Porque vivir bien es también vivir eligiendo, decidiendo: estar en un camino no por inercia, sino por convicción, por determinación.
Como dijera Raúl Vázquez, el homenaje a compañeros como Román Sánchez es el homenaje a los militantes de toda una vida.
Cuando recibimos la noticia de una muerte así, de repente, sin preámbulos, con la rotundidad del absurdo, el golpe solo cobra sentido con el reflujo del recuerdo, la memoria: son vidas que no fueron inútiles, no fueron sin sentido, porque apostaron por la vida, la defendieron, porque la defendieron hasta el último aliento. Vivir de ese modo es lo que podemos llamar vivir bien. Así vivió nuestro compañero Román Sánchez Núñez, y con esa plenitud de vida tenemos que recordarlo.