Icono del sitio Centro de Medios Libres México

Hotel Abismo: Caminos de concreto, por todas partes

Por Javier Hernández Alpízar

Esta capa que separa la tierra de las personas ha hecho que los urbanitas pensamos que es mejor tener una barrera entre nosotros y cualquier forma de naturaleza, lo que ha hecho la vida más confortable para la gente, sobre todo porque consideramos que el contacto con la naturaleza es incómodo.”

Luis Zambrano.

En la película de Studio Ghibli “Susurros del corazón”, la protagonista tiene que adaptar una letra en japonés a la canción country norteamericana “Country roads” (Caminos en el campo), pero hacer una canción de nostalgia por un terruño rural le parece algo artificial, a ella, una chica de ciudad, por lo cual, junto a la versión ortodoxa, hace una alternativa paródica que alude a caminos de concreto.

En los urbanitas, como nos llama Luis Zambrano, ha echado raíces una idea muy moderna y urbana: civilizar un lugar es cubrir el suelo con una placa de asfalto o concreto, que pueda lavarse con abundante agua y jabón, y nos libere de los bichitos molestos, o que pueda barrerse por si el molesto árbol de un vecino ha mancillado nuestro civilizado entorno con la caída de hojas secas.

Sin embargo, las ciudades no estuvieron siempre radicalmente disociadas de la vida rural. El contraste campo-ciudad apenas inició cuando una humanidad que recién descubrió la agricultura y cedió a la tentación de la vida sedentaria empezó a explorar una vida gregaria más masiva en las primeras urbes, pero en ellas había aún una gradual mezcla de campo y urbe que no se excluían.

Hoy las ciudades son por definición insostenibles: no producen sus alimentos, no producen su energía ni producen su agua. Asimismo, no pueden manejar sus excrecencias, como basura o agua contaminada, sin tener a su alrededor un amplio espacio rural, normalmente sacrificado a la vida urbana más o menos cosmopolita.

En Ecología urbana, breve cuadernillo de reflexiones plenamente actuales, Luis Zambrano nos resume el desarrollo desde esas ciudades todavía sanamente imbricadas con el campo y el contraste con las ciudades habitadas por urbanitas ya suelófobos o al menos poco tolerantes con la incomodidad de convivir con la naturaleza.

Sin embargo, la ciudad sigue siendo habitada por plantas y animales que se han adaptado, han evolucionado para poder vivir en el contexto urbano. Los mosquitos de los túneles del metro londinense son sólo un ejemplo. Las grandes extensiones de naturaleza (parques, arboledas, jardines, viveros, lagos, ríos, cerros, playas) en algunas ciudades norteamericanas, a veces lo mejor de sus paisajes, como presumen en su cine, son otro ejemplo.

Y no solamente hay aún naturaleza en la ciudad, no sólo mascotas sino lagartijas, insectos, aves, ardillas y otros roedores, mucha vegetación, más allá de la flor de asfalto, sino que de la naturaleza, del campo, de espacios rurales y aún bosques, selvas o parajes lejanos vienen nuestros alimentos, el agua (la Ciudad de México es ejemplo dramático de extractivismo de agua a costa de comunidades que la rodean) y desde luego, energía.

Las olas de calor que nos han acosado recientemente, como hace un par de años nos impactó el humo de incendios forestales (recientemente en Estados Unidos y Canadá), las cenizas del Popocatépetl, la dificultad de sobrevivir a una pandemia viral en una ciudad de masas como la de México y el cambio climático son apenas los síntomas de que tenemos que revisar a fondo nuestras ideas sobre la naturaleza y la relación que tenemos con ella.

La información científica resumida sencillamente en Ecología urbana nos da elementos para pensar que vivir en la ciudad no es ni puede ser dar la espalda a la naturaleza, y también, abrirnos a los esfuerzos que ya existen por reabrir las ciudades al verde de la naturaleza.

Cuando parece que nos va a carbonizar el calor, ¿acaso no reconocemos que una sombra de árbol y una ligera corriente de viento son un tesoro?

Por cierto, uno de los capítulos del librito se titula igual que una película de dibujos animados “Vecinos invasores”. En realidad los invasores somos nosotros. Tal vez podemos permitirnos más espacios verdes para nuestro bienestar, salud y sustentabilidad y permitir la sobrevivencia de muchas especies vivas, los polinizadores, por ejemplo.

Esta lectura puede hacernos pensar que “ecología urbana” no es un oxímoron, porque la naturaleza es una enorme capacidad genésica, una gran fuente de vida. Así que tal vez la artificial vida urbana, como pensaba la periodista Jane Jacobs, es una prolongación (mediada por los humanos) de la naturaleza y su generosidad.

Luis Zambrano, Ecología urbana, Colección ¿Cómo ves? 14, UNAM, México, 2022.

Salir de la versión móvil