Por Javier Hernández Alpízar
“Muñoz Ledo fue un actor clave en el descarrilamiento del proceso de paz en Chiapas.”
Luis Hernández Navarro
Cuando en 2004 el Congreso desaforó a López Obrador y después de las movilizaciones masivas contra esa medida el gobierno de Fox dijo que siempre no, Pedro Ferriz de Con estaba muy enojado.
Uno de los operadores del control de daños en ese momento fue Porfirio Muñoz Ledo. Fue entrevistado por Ferriz de Con y, en esa charla, el viejo político ex priista, ex perredista, funcionario del gobierno panista de Fox, le dijo a Ferriz de Con que si no hubieran revertido el desafuero habría ocurrido un sismo político. Revertir el desafuero era el mal menor.
Para hacer comprender, al testarudo de Ferriz de Con, la gravedad del momento y la importancia de la decisión, Muñoz Ledo comparó la crisis política con el alzamiento zapatista de 1994. En ese momento, explicó Muñoz Ledo, se tuvieron que reunir los más importantes líderes de la clase política y decidir cómo enfrentar la crisis.
La operación cicatriz, ante la crisis generada por la sublevación zapatista, se encauzó de manera que no hubiera más peligro para el régimen. Y en esto ya no seguimos la explicación de Muñoz Ledo, sino nuestros propios recuerdos, entre ellos algunos artículos de Luis Hernández Navarro en donde cuenta parte de todo esto.
El gobierno de Salinas respondió a las movilizaciones de la sociedad con un alto al fuego. Iniciaron un diálogo con la mediación del obispo Samuel Ruiz y el comisionado Camacho Solís. Sin embargo, la estrategia del Estado mexicano era doble: públicamente, diálogo, apertura a la paz, pero en realidad, de manera oculta y soterrada, contrainsurgencia y, desde el sexenio de Zedillo hasta el actual: paramilitarismo antizapatista.
Los gobiernos mexicanos se negaron a discutir con los indígenas la política nacional, porque son racistas y consideran que los indígenas no pueden tener una visión nacional, y menos internacional, de la política. Un pacto entre los partidos fue parte del control de daños.
Durante el gobierno de Zedillo, en lugar de dialogar esto con los indígenas, se reunieron los representantes del PRI, el PAN y el PRD para formular una “transición” a la democracia desde arriba, sin el concurso de la sociedad, en los “acuerdos de Barcelona” (por el nombre de la calle donde tenía sus oficinas Arturo Núñez, subsecretario de gobernación). Por el PRD, las negociaciones tuvieron al inicio como representante a Porfirio Muñoz Ledo, y al final, nos cuenta Luis Hernández Navarro, el representante por el PRD fue Andrés Manuel López Obrador. El representante del PAN fue Felipe Calderón.
A la crisis del régimen priista, respondieron con una apertura a que los partidos de oposición pudieran obtener gobiernos, estatales primero, y luego el federal. Los hechos fueron revelando el cumplimiento de ese pacto de la clase política: Cuauhtémoc Cárdenas pudo gobernar el Distrito Federal, por primera vez en la historia, en 1997. Y en el año 2000, Fox y el PAN fueron por primera vez un gobierno de un partido distinto al PRI.
Esas negociaciones entre el gobierno priista y los dos principales partidos de oposición se sellaron posteriormente con la traición a los Acuerdos de San Andrés y la contrainsurgencia antizapatista.
En el terreno del diálogo entre zapatistas y el gobierno federal, estaban programadas diversas mesas, no solamente sobre derechos y cultura indígena, de la cual surgieron los Acuerdos de San Andrés, firmados por ambas partes y traicionados por el Estado mexicano. Estas mesas tenían como temas la democracia en México y los derechos de las mujeres, por ejemplo. Tras la traición de los Acuerdos de San Andrés, el diálogo quedó roto y ya no se discutieron esos temas.
La traición de los acuerdos de San Andrés fue concertada por la clase política en su totalidad: Manuel Bartlett por el PRI, Diego Fernández de Cevallos por el PAN y Jesús Ortega por el PRD sellaron el pacto votando contra la ley Cocopa.
La consecuencia fue que no hubo una ley que protegiera la autonomía de los territorios indígenas y que estos quedaran expuestos a los megaproyectos extractivistas, colonialistas, ecocidas y etnocidas que los gobiernos de todos los colores han impulsado, con diferentes nombres como Plan Puebla-Panamá o los actuales proyectos estratégicos Tren “Maya” y Corredor Interoceánico en el Istmo.
De hecho la acumulación militarizada que impulsa este régimen es la continuación del proyecto capitalista en el nombre del cual se traicionaron los Acuerdos de San Andrés y se selló, para los pueblos zapatistas, desde el poder, una voluntad de contrainsurgencia militar, paramilitar y hoy incluso criminal.
Lo que Porfirio Muñoz Ledo quiso hacer entender al necio de Ferriz de Con es que, más allá de la oposición entre partidos, hay un Estado, y un sistema político. Y que cuando entran en crisis, operan unidos para evitar verdaderos sismos y cismas.
Hombres y mujeres de ese sistema son no solamente los priistas o panistas rancios, sino los supuestos alternativos como Muñoz Ledo y López Obrador. De hecho, si el régimen capitalista hubiera corrido algún peligro ante alguno de ellos, no habrían podido tener ningún cargo de gobierno en el país: no hubieran gobernado ni la Ciudad de México ni el país.
El pacto de la clase política incluyó lo que podía incluir, a los partidos políticos y a la clase política-empresarial-militar, y excluyó a los que no pueden incluir, a los indígenas zapatistas y a todo otro pueblo indígena que construya autonomía, a los ciudadanos sin partido y a quienes no se subordinen al sistema de dominio político-empresarial-militar.
No es que no haya antagonismos, y hasta “polarización”, entre derechas e izquierdas de allá arriba, entre progres y conservadores, chairos y fifís, neoliberales y populistas. Al partido que dice “García Luna no se toca” se le opone férreamente el que dice: “García Harfuch no se toca”.
Son pleitos entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo neomilitarista, entre quienes quieren democracia sin el pueblo y quienes quieren al pueblo sin democracia.
Ambos tienen entre sí diferencias irreconciliables, no se perdonan sus recíprocas traiciones y agravios. Pero coinciden en hacer la guerra contra la subsistencia, la guerra contra la autonomía, la guerra contra los pueblos, guerra contrainsurgente y colonialista. Miles de desaparecidos y asesinados, mujeres y hombres, son el saldo de esa guerra.
Digamos que a la borrachera neoliberal le sigue una cruda neopopulista, pero en la acumulación militarizada el sistema tiene su homeostasis, su resiliencia, su estabilidad y su continuidad.
Y los hombres y mujeres del sistema pueden pasar de un partido a otro, de un régimen a otro, como Muñoz Ledo, López Obrador, Manuel Bartlett, Dante Delgado o Rosario Robles y Elba Esther Gordillo. Son hombres, y mujeres, del sistema.