En su libro Modernidad y blanquitud, y específicamente en el ensayo titulado “Imágenes de la blanquitud”, Bolívar Echeverría nos regaló algunas claves para entender cómo se conjuga el racismo con el capitalismo y cómo, en la tensión entre el ideal liberal capitalista de “blanquitud” y la regresión fundamentalista y etnicista de exigencia de “blancura”, se encuentra latente el fascismo.
El filósofo y crítico de la modernidad ecuatoriano-mexicano explicó cómo el “espíritu del capitalismo”, así lo caracterizó Max Weber, incluía virtudes morales puritanas y calvinistas como austeridad, puritanismo, ahorro, devoción al trabajo y a la acumulación de riquezas, pero no necesariamente tenía que incluir un fenotipo étnico blanco.
Parecía en cierto modo “accidental” que este “ethos”, como prefiere llamarlo Bolívar Echeverría, se desarrollara entre personas blancas en la Europa occidental y nórdica, y luego, mediante la colonización, en los Estados Unidos.
Sin embargo, este rasgo “accidental” se incorporó en el ethos capitalista como lo que Echeverría llama “blanquitud”. Entonces, a la moral calvinista y puritana del “espíritu del capitalismo” a lo Max Weber, se añadiría el requisito de “blanquitud”. Aunque ésta es todavía una exigencia que puede leerse de un modo liberal, por lo cual puede incluir a personas no blancas, afrodescedientes, asiáticas o latinoamericanas que cumplan con el ethos puritano, austero, calvinista y pro capitalista. Condoleezza Rice, secretaría de estado en la presidencia de George W. Bush, es un ejemplo, dice Echeverría. Además, los blancos que no asuman el ethos calvinista serían excluidos.
Pero cuando el capitalismo entra en una crisis profunda, como la de 1929, regresa a sus formas más violentas de despojo, acumulación por desposesión o acumulación originaria. Karl Marx dice, al explicar esa acumulación originaria en Inglaterra, que el capital nació “chorreando sangre y lodo”.
Así que cuando una crisis tamaña azota al capital, la exigencia de blanquitud liberal no parece suficiente. Surge en esas crisis un capitalismo fundamentalista, etnicista, que no se conforma con esa blanquitud como “ethos”, la cual puede incluir por ejemplo a judíos liberales, hábiles para las finanzas, sino que ahora exige “blancura”. El nazismo es un ejemplo clásico. Los supremacismos blancos y los fascismos son frutos de ese caldo de cultivo.
Entonces las tendencias fascistas, racistas, los ku klux klanes, los supremacismos blancos, el populismo de derecha racista y xenófobo a lo Donald Trump o Jair Bolsonaro, son un elemento que está presente, latente en el ethos capitalista.
Además, se pregunta Bolívar Echeverría, ¿por qué precisamente el antisemitismo, si en la Alemania de Hitler los judíos representaban solo el 1% de la población? Y se responde que el gesto de racismo antisemita violento sirve para aparentar una radicalidad revolucionaria a un movimiento “nacional socialista” que no es revolucionario, no toca al capital, sino que es incluso retrógrado, una contrarrevolución.
“Dos razones estrechamente ligadas entre sí permiten explicar –que no justificar– el hecho de que el movimiento nazi encauzara la reafirmación racista de la blancura étnica en el sentido de un antijudaísmo exacerbado: en primer lugar, se trataba de un movimiento constitutivamente demagógico que disfrazaba con una retórica revolucionaria su intención profunda de tendencia contrarrevolucionaria y que necesitaba por lo tanto borrar de la percepción del proletariado, al que engañaba, la evidencia de su continuismo efectivo con el Estado capitalista al que decía atacar. La única manera de hacerlo era recurrir a acciones abiertamente violentas que llevaban a cabo una aparente “transformación radical de lo establecido” En esta línea, la acción violenta de arrancarle al cuerpo social alemán su parte judía (el uno por ciento de su población) y deshacerse de ella para “purificarlo y fortalecerlo” resultaba impactante, demostraba una “voluntad revolucionaria” más potente y pura que el “marxismo”, con la ventaja, además, de que se trataba de una acción relativamente inofensiva para “el sistema”, irrelevante grosso modo para el funcionamiento capitalista de la economía y la sociedad alemanas.” (Bolívar Echeverría).
La teatralización y el uso exagerado de una retórica “revolucionaria”, así como de una narrativa y perfomatividad que aparentan una aparente “transformación radical de lo establecido”, pero realizan acciones inocuas para el capital (gatopardismo),y solo sirven para ocultar una “intención profunda de tendencia contrarrevolucionaria”, es algo que en México se ha vuelto pan de cada día, de todas las mañanas.
Un papel que jugaron los fascismos y sus dictaduras, y que hoy juegan neofascismos, populismos de derechas y de izquierdas, es ocultar el antagonismo de clase entre propietarios del capital y excluidos debajo de otros antagonismos como blancos-no blancos, heterosexuales-no heterosexuales, nacionales-extranjeros, etnia mayoritaria-minorías étnicas, progres-conservadores, chairos-fifís, pueblo-antipueblo, patria-antipatria… Construye así un enemigo interno y su conspiración (tiranía, golpe de estado blando) produciendo brujas, judíos, comunistas, terroristas, la OTAN, Rusia, China, la ONU o la OEA intervencionistas, toda clase de complots, hasta terribles complots golpistas de padres de niños con cáncer.
Hoy los populismos de derecha viajan llevando de compañeros a grupos neofascistas. Y los populismos de izquierda solamente se distinguen de los fascismos y los populismos de derecha en que mantienen un nacionalismo que no necesariamente comporta racismo o xenofobia y hacen un uso de la violencia solamente verbalizada, la subliman en linchamientos en efigie y no la llevan al acto genocida.
De todas maneras, es preocupante un populismo (de derecha o izquierda) que socava a la democracia (pese a utilizarla como trampolín al poder) y es feroz contra las minorías, no solo oligárquicas (aunque parte de las oligarquías sea su aliada), sino contra minorías étnicas, indígenas, migrantes, campesinos, defensores del territorio, ecologistas, defensores de derechos humanos, comunicadores y periodistas, feministas, científicos e intelectuales no subordinados y, en general, personas, ciudadanos, que no se subordinan a la ideología populista dominante.
Así como los fascismos de países de origen étnico blanco exigen blancura, en México puede haber un peligroso etnicismo a lo José Vasconcelos (simpatizante del nazismo) para quien la “raza” mexicana “mestiza” era “cósmica”, porque mezclaba la raza española y la indígena: el mítico, patriotero y nacionalista mestizaje.
Pero, ojo, la ideología nacionalista del mestizaje no es una emancipación de los indígenas, sino su anulación bajo el mestizaje, es decir, aculturación, colonización, castellanización, “blanqueamiento”, urbanización y proletarización bajo pretexto de desarrollo modernizador “redentor”.
José Vasconcelos reivindicaba su criollismo, su raíz española, Pero un liberal como Benito Juárez no reivindicaba su origen étnico zapoteco (binni záa), sino que lo sepultaba bajo un liberalismo occidental que arrebató tierras y territorios a pueblos indígenas para incorporarlos en el mercado capitalista de tierras. La reforma juarista fue el equivalente de la reforma luterana-calvinista: una avanzada del capitalismo sobre las tierras de “manos muertas”, paro el enriquecimiento de la burguesía, no de las masas campesinas excluidas.
El “supremacismo” de Morena, que intenta reivindicar para sí el monopolio de la honestidad y austeridad (mezcla de juarismo y calvinismo), parece estar atravesado por una tensión entre su parte liberal (occidental, capitalista, burguesa, moderna) y su parte nacionalista (anti-hispana, y pro estadunidense de clóset) y la deriva populista del culto a la personalidad de un líder mesiánico.
Si llegase a robustecerse el componente etnicista (la morena mestiza, racista contra los indígenas, especialmente los que no se subordinan a su gobierno), conjuntamente con la militarización y el militarismo (en los cuales, Obrador va en contra de las prácticas de Benito Juárez y de Lázaro Cárdenas), entonces la “blanquitud” liberal, que han preconizado los neoliberales, podría ser sustituida por la versión de “blancura- morenidad” mestiza, acortando peligrosamente la distancia entre populismo y fascismo.
Por ello hoy es altamente riesgoso alentar cualquier componente racista o xenófobo, porque ya bastante daño hace un “autoritarismo democrático” o “democracia autoritaria” populista como para invocar fascismos nacionalistas con su fundamentalismo “étnico “, en este caso, supuestamente “mestizo”.
Asimismo, se requiere defender el pluralismo democrático, pues las tendencias homogeneizantes (populistas, fascistas, liberales o de cualquier tipo), solo alientan los autoritarismos y las tentaciones totalitarias.
Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, Era, México, 2010.