Escribió el urbanista y filósofo Jean Robert, en su libro La libertad de habitar: “Los aztecas usaron la palabra altépetl, “agua-montaña”, para hablar de ciudades, pueblos y otros sitios habitados, insinuando que se puede habitar solamente en lugares donde un cántaro natural (una montaña) surte agua abundante y cristalina. Ellos consagraron sus tertulias nocturnas al canto y la poesía, cada poeta improvisado se entendía como “un corazón, un rostro” ante la fragilidad de la vida.”
Y por su parte, Fernández Christlieb y García Zambrano, en el libro colectivo Territorialidad y paisaje en el altépetl del siglo XVI, explican: “Altépetl fue el término usado por los hablantes del náhuatl antes de la Conquista para denotar sus unidades básicas de organización comunitaria”. Y aclaran también la etimología así: “la otra traducción, más literal, que se hizo del mismo término como “monte lleno de agua”. Estrictamente el término deriva de las raíces yn atl, yn tepetl, (“agua, montaña”), lo que revela la importancia del ambiente para la sociedad que se agrupaba en esas unidades de organización.”
El término equivale a un poblamiento, aldea o pueblo, pero también le llamaron ciudad. Dicen Fernández y García: “el término utilizado para “ciudad” fue, con frecuencia, véi altépetl (huey altépetl), es decir gran altépetl. El plural de altépetl es altepeme.
Además, el término tuvo su importancia política para señalar cabeceras o lugares donde se asientan las autoridades, pues “otra de las traducciones castellanas del término altépetl fue la de “rey”. Probablemente, cuando Malintizin tenía que traducir el reino de Castilla, le llamaba en náhuatl, altépetl.
Otras lenguas indígenas usaron el equivalente del altépetl: en mixteco (yucunduta. “montaña-agua”); en otomí (an dehe nttoehe, “agua-cerro”); en totonaco (chuchu tsipi, “agua-cerro”); en maya (batabil, “señorío” o “cacicazgo”); en huaxteco (tsabaal, “suelo, tierra”); en mixe zoque (nass, “tierra o suelo”). Otros pueblos otomianos (matlatzincas): inpuhetzi, de inthahui, (“agua “) e inihetzi (“cerro”).
Fernández y García explican: “Pese a no ser todos ellos traducciones exactas unas de otras, lo cierto es que en la territorialidad del “pueblo” subyace la imagen del paisaje.” Es decir, los altepeme mesoamericanos estaban íntimamente relacionados con su paisaje, territorio, tierra, naturaleza, aguas, montes, ríos.
En cambio, los poblamientos novohispanos tuvieron como principios de fundación ejes políticos de dominación colonial y control poblacional y territorial, por encima del criterio de relación con el entorno natural. Fernández y García lo señalan así: “Con el tiempo, esta reducción semántica [de agua-cerro a pueblo] se tradujo en una reducción geográfica palpable: mientras las viviendas y construcciones del altépetl prehispánico solían presentarse esparcidas sobre laderas de difícil acceso o entre terrenos agrícolas integrados con su medio, las congregaciones que los españoles concibieron para los indios y a las cuales llamaron pueblos, fueron concentraciones de una alta densidad arquitectónica y poblacional establecidas en un terreno llano que prefería dar la espalda al ámbito rural y a la naturaleza silvestre y montañosa.”
La noción de paisaje se deriva de la de país, el territorio o lugar de donde somos originarios, y donde están nuestras raíces, y coterráneos o paisanos. Así lo definen Fernández y García: “El país es el terruño al que un grupo humano se va adhiriendo generación tras generación, en el que entierra a sus muertos y realiza diversos ritos. Del ambiente natural que caracteriza dicho país, el grupo social nutre su cultura. Así, la identidad de un grupo sedentario está depositada en el país donde vive y en una serie de tradiciones reconocidas colectivamente. Tarde o temprano el país pasa a ser también un “territorio” reconocido como propio. El “paisaje” es la representación de ese país tomando en cuenta todas sus características físicas, sean de origen natural como el relieve y el clima o cultural como la pirámide y la milpa. Así el paisaje puede ser definido como “aquello que se ve del país”.”
El alemán y el inglés tienen palabras que expresan muy bien el paisaje y su relación con el arte humano de habitar modificando el entorno natural, Nuevamente citamos a Fernández y García: “la etimología germánica de paisaje parece más clara, el vocablo alemán Landschaft (equivalente del inglés landscape) puede ser descompuesto en Land (“tierra”) que refiere al ambiente natural y schaffen (“crear”) que significa dar forma, trabajar, ocupar; es decir, modelar el ambiente original mediante la actividad humana.”
La centralidad política y social se verifica también en el poblamiento indígena pues, “un altépetl ya establecido tendría un templo principal, símbolo de su soberanía. […] así como también un mercado central.” Templo y mercado que, al lado de plaza central, kiosko, palacio de gobierno, son elementos típicos de cualquier centro de poblado o ciudad mexicana tradicional, nuestros actuales altepeme.
Además, el poblamiento es un cerro con agua en un sentido no meramente poético o metafórico, así lo dicen los geógrafos estudiosos del altépetl que comentamos: “Estas formas de relieve presentes en el sitio seleccionado por la gente de los altepeme se sintetizan en un paraje prototípico que aquí hemos llamado rinconada: se trata de una cuenca hidrográfica delimitada en el horizonte circundante por una línea de eminencias orográficas que permite dar cuenta de los movimientos de los cuerpos celestes. En las inmediaciones de esa rinconada o en su interior encontramos con frecuencia cañadas, barrancas o cauces que se encajan en el terreno, así como cuevas, grutas, manantiales, confluencias de ríos, arroyos y otras formaciones que ponen en aparente contacto a la superficie de la tierra con el inframundo, todo ello en el marco de una cosmovisión coherente y completa que proviene de la época prehispánica pero que logra trascender, en cierta medida, hasta muy entrada la época colonial y, en algunas regiones de nuestro país, hasta nuestros días. Adicionalmente la rinconada constituye un modelo que recuerda a una vasija o un contenedor natural de agua y al mismo tiempo que evoca el paisaje primordial, el útero y las cuevas húmedas del Chicomoztoc, en el que, según la tradición mexica, los seres humanos fueron concebidos.”
En síntesis: “Las ciudades mesoamericanas eran fundadas sólo ahí donde estaba garantizado el contacto entre sus pobladores y el mundo acuático del Tlalocan.”
Por ello no debe sorprendernos que los pueblos indígenas sean hoy, en pleno siglo XXI, defensores del agua, defensores de la tierra y del territorio. Es algo que está en su ADN histórico y cultural, en su cosmovisión, espiritual y material a un tiempo. Los pueblos indígenas y sus saberes, sus conocimientos, su sentido de lo sagrado en la tierra y el agua, el cielo y el inframundo, no son el pasado, lo arcaico y caduco, Son conocimiento vivo que puede y debe permitirnos defender la vida, tanto la de la tierra y el entorno como la vida humana.
Leonardo Boff explica así la esencia ética de nuestra vocación de cuidar la vida, una ética que está implícita en la cosmovisión de los pueblos originarias y que podemos y debemos hacer nuestra: “Así el cuidado se encuentra en la raíz originaria del ser humano, antes de que él haga cualquier cosa. Y, cuando el hombre hace algo, su hacer siempre viene acompañado e imbuido de cuidado. Esto implica reconocer el cuidado como un modo-de-ser esencial, siempre presente e irreductible a otra realidad anterior. Es una dimensión fundacional, originaria, ontológica*, imposible de ser totalmente desvirtuada.”
Defendamos la vida defendiendo el entorno natural y construido en que vivimos, y por supuesto defendamos a los defensores del territorio que, como nuestro compañero nahua Samir Flores y tantos otros, son hoy víctimas de una nueva vuelta de tuerca colonizadora que quiere hacer, en lugar de altepeme, meros almacenes de seres humanos, automóviles y mercancías.
La información sobre el altépetl la tomamos del libro Fernández Christlieb, F., García Zambrano, A., J., (Coords.), Territorialidad y paisaje en el altépetl del siglo XVI, FCE, Instituto de Geografía UNAM, México¸2006.