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Hotel Abismo: ¿Es la clase media “traidora”?


Javier Hernández Alpízar

Uno de los resortes del discurso político oficial ha sido el resentimiento social: por ello se ha valido de acusar a algunos grupos y sectores sociales de traición o de “defender la corrupción” para tratar de anularlos del espacio social y cancelar sus opiniones en la arena política. La clase media ha sido uno de los chivos expiatorios, por su falta de lealtad electoral al régimen en turno. Revisaremos el tema contrastando la idea de democracia que el sistema ha postulado con las expectativas que se ha formado la clase media urbana, especialmente en la capital del país.

La hipótesis del siguiente texto es que la clase media en la Ciudad de México ha asimilado una noción de democracia, sobre todo como efecto de que el sistema político mexicano le ha dicho una y otra vez que en México hay o ha habido una “transición a la democracia”, una idea que implica la mayor parte de estos elementos: democracia procedimental, regla de la mayoría, un ciudadano un voto, pero también derechos humanos en su amplia acepción. Por ello, cada vez que esta clase media de la Ciudad de México ha votado por “la alternancia” (Cuauhtémoc Cárdenas y luego los gobiernos del PRD, Vicente Fox y López Obrador a nivel federal y Morena en la CDMX), ha votado con la expectativa de alcanzar esas metas democráticas. Por ende, si en 2021 votó por partidos que antes ya gobernaron y no por los que se presentaron como “del cambio” (en este caso, Morena) no es porque el electorado de clase media se “derechice”, sino porque los partidos “de la esperanza” no cumplieron sus expectativas de cambio democrático: “revolución democrática” o “transformación”.

Citaré un par de estudios que apuntan en ese sentido: que la clase media tiene expectativas de democracia y derechos humanos, y dejaré la hipótesis abierta a que el lector la juzgue, porque tanto el concepto de “democracia” como el de “clase media” siempre tienen matices en la mente de cada lector, como en la de cada uno de los que han escrito sobre esos temas.

Para tratar de asentar una idea o noción de democracia que nos sirva de punto de partida para esta reflexión pondré en tensión dos textos aparentemente contradictorios sobre la democracia y trataré de encontrar una idea de democracia que intente superar su oposición. El primer texto es éste de la filósofa francesa Simone Weil:

La democracia y el poder de la mayoría no son bienes. Son medios para conseguir el bien que acertada o equivocadamente se consideran eficaces. Si, en vez de Hitler, la República de Weimar hubiera decidido por vías estrictamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarles refinadamente hasta la muerte, las torturas no tendrían ni un átomo de legitimidad más que la que ahora les falta.”

Básicamente, Simone Weil distingue a la democracia como un mero medio para conseguir fines, medio consistente en el poder de decisión de la mayoría. Perseguir como fin un bien (justicia, bien común) es legítimo de suyo, no como medio para otro fin. En cambio la democracia como medio (procedimiento o método, parlamentarismo y leyes por ejemplo) basado en el parecer de la mayoría no puede legitimar lo ilegítimo: un genocidio decidido democráticamente no sería más legítimo que un genocidio impuesto por un dictador totalitario como Hitler: la democracia no puede legitimar lo malo y, está implícito, una mayoría puede equivocarse y decidir algo malo, lo cual sería “democrático”, pero no justo ni legítimo.

Contrastemos esta noción de democracia con la que pone en juego aquí el filósofo alemán Klaus Held:

Dado que la libertad democrática de la disputa de opiniones descansa sobre el temor respetuoso, no es casual que los regímenes totalitarios en el siglo XX hayan abandonado todo temor y hayan aniquilado como sabandijas a los grupos humanos que declararon como indeseables.”

Klaus Held opina que la democracia, en el sentido inventado por los griegos, se basa en una noción de dignidad humana (“temor respetuoso” ante la singularidad de cada ciudadano) del cual carecieron los regímenes totalitarios como el de Hitler. La falta de ese sentido de la dignidad humana o “temor respetuoso” hace que en democracia no se pueda destruir seres humanos como lo hacen los regímenes no solamente dictatoriales sino totalitarios. Aquí hay una exigencia ética en la base de la democracia, no es un mero medio o procedimiento, sino que es el respeto a la dignidad humana: el respeto a las opiniones de la mayoría (y las de las minorías) y sobre todo a la de cada uno de los ciudadanos, se basa en ese concepto de dignidad humana. Los derechos humanos se convierten entonces en condición sine qua non de la democracia, como apunta Elisabetta Di Castro Stringher:

La democracia tiene sentido sólo en un Estado de Derecho en el que se respeten plenamente los derechos humanos. Si no fuera así, la participación ciudadana y los procesos electorales que caracterizan a esta forma de gobierno se volverían una farsa con la que se justifica la imposición de algún grupo en el poder.”

Es un concepto más exigente de democracia, pues no basta con tener una mayoría, sino que se deben respetar derechos humanos, puesto que no están sujetos a consulta (por ejemplo: el derecho de las mujeres a la libre interrupción del embarazo no es consultable). Además de los procesos electorales debe haber otros requisitos que se exigen para respetar la dignidad humana y los derechos humanos, en una situación ideal, la democracia sería un obstáculo para que ocurran atrocidades como las que perpetran los regímenes autoritarios, dictatoriales y totalitarios, y en cuanto un régimen pudiera cometer esas atrocidades significaría que ha desaparecido la democracia, aunque subsistan elecciones y otros procedimientos que la aparentan. Un ejemplo sería el periodo en que se deslegitimó la hegemonía priista basada en el nacionalismo revolucionario y quedó un PRI-gobierno o partido de Estado represivo con elecciones vacías de toda capacidad de decidir quiénes serían gobernantes. La “dictadura perfecta” que dijo Vargas Llosa. Durante ese periodo se cometieron los crímenes de lesa humanidad de la llamada “guerra sucia” contra opositores armados y no armados.

Bajo esta otra concepción, la de Klaus Held y la de Elisabetta di Castro, es comprensible otra exigencia, formulada por Juan Ramón Capella, comentando a Simone Weil, ya que la sola mayoría no basta para que algo sea democrático, sino que necesita una legitimación a la luz de otras exigencias como los derechos humanos y el respeto a la dignidad humana:

No hay sistema político alguno que no precise construir una por una la legitimación de las decisiones que produce. No hay legitimación puesta a priori de una vez para siempre. Cada decisión ha de legitimarse en función de un proyecto social suficientemente compartido.”

Es decir, no basta con que un candidato o partido gane por una aplastante mayoría para que todo lo que haga sea democrático y sea legítimo, mucho menos para que sea justo: cada decisión que tome debe buscar su legitimación en el respeto a los derechos humanos, el respeto a las leyes o estado de derecho y el respeto a las instituciones democráticas que esa sociedad se ha dado. Los atropellos a esas leyes e instituciones son ilegítimos y desvirtúan la democracia.

Esta democracia basada en el respeto a la dignidad humana es más exigente que un mero procedimiento y es interesante ver cómo la expresa Klaus Held, basado en la fenomenología (sobre todo en Edmundo Husserl y Hannah Arendt) y en la democracia de los griegos clásicos.

Sin embargo, el concepto de democracia en el que se basan modelos electorales como el mexicano, y probablemente la mayoría de los modelos en los países llamados “democráticos”, es el procedimental:

Una formulación clásica de esta democracia procedimental o liberal es la de italianos como Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero. El segundo de ellos expresó en una conferencia:

… “la sustancia de la democracia es su forma, que una sociedad democrática (gobernada de forma democrática) puede albergar en su seno una gran variedad de preferencias, orientaciones, inclinaciones políticas distintas y alternativas entre sí, todas ellas legítimas en principio; y que el contenido de las directrices del gobierno y de las decisiones políticas se determinará, de vez en vez, con base en la aplicación y el respeto de las reglas formales del juego. Estas reglas pueden variar, también en medida relevante, dependiendo del lugar, del tiempo y de las circunstancias; pero, independientemente de las específicas particularidades que caracterizan las distintas constituciones, son reconocibles como reglas democráticas precisamente en tanto que instituyen la posibilidad de mutar, periódica y pacíficamente, el contenido de las directrices del gobierno y la sustancia de las decisiones políticas.”

Es decir, dada la pluralidad de las sociedades contemporáneas, no son democráticos los contenidos o políticas concretas, sino, ante todo, la siempre latente facultad de la sociedad para cambiar ese rumbo eligiendo a quienes proponen otro.

Este tipo de democracia no puede darse con ciudadanías pasivas que solamente voten y luego se crucen de brazos para dejar que los gobernantes electos hagan a su antojo: “los ciudadanos no deben transformarse, de electores por un día, en sujetos pasivos por años, simples espectadores, más o menos distraídos o, peor, súbditos apáticos, sino deben, más bien, conservar un papel activo asumiendo la figura de opinión pública crítica.”

El “respetuoso temor” a cada ciudadano, como llamó Klaus Held al respeto de la dignidad, se extiende al respeto por los actores organizados que participan en la política dentro de las reglas democráticas, no solo electorales, sino en el sentido amplio de derechos humanos cívicos, políticos y sociales:

La segunda condición de la compatibilidad entre elecciones y democracia es que el acto de elegir debe desarrollarse según las reglas de un juego correcto, con base en las cuales sea respetada la dignidad de todas y cada una de las ideas y orientaciones políticas.”

Esta idea compleja de democracia está presente ya como horizonte de la clase media mexicana. Un estudio titulado “El malestar con la democracia, Creencias políticas de la clase media en México” resume así sus conclusiones de una serie de entrevistas a personas de clase media:

Los entrevistados tienen, en colectivo, una concepción de la democracia que se acerca mucho a la teoría [una serie de elementos definitorios de la democracia como los que antes sintetizamos], y contemplan los aspectos normativos que ésta involucra: la importancia de que los ciudadanos se ciudadanicen en cuanto a conocer y ejercer sus derechos y obligaciones; el papel que le asignan al derecho a la información como elemento que puede equilibrar la relación entre el representante y el representado; la concepción de la vigilancia del gobierno como una función que trasciende al ciudadano votante para impulsarlo al ciudadano participativo interesado en que se democratice el ejercicio del poder; la crítica de que en el ejercicio de gobierno se siguen usando formas autoritarias con la imposición de decisiones sin consultar; la falta de transparencia y rendición de cuentas; el ocultamiento de información política que deberían conocer los ciudadanos, todo ello para cubrir la corrupción y la impunidad en el manejo de los recursos políticos y la creencia de que el gobierno y los políticos en general no gobiernan para el pueblo sino para los intereses de sus partidos, de sus amigos y de los ricos”.

El estudio fue publicado en 2012, con base en entrevistas con grupos focales en Mérida, Tijuana y la Ciudad de México.

Los reclamos de déficit democrático tienen presentes desde el fraude de 1988, las movilizaciones de los ochentas y noventas; el triunfo de Fox en el 2000, y sobre todo el polémico “triunfo” del panismo con Felipe Calderón en 2006 y la “imposición” del priismo con Peña Nieto en 2012. Esos reclamos hicieron que dieran el voto a López Obrador en 2018.

¿Habrá cambiado el horizonte de valores democráticos de la clase media? Según otro estudio más reciente (2016) algunas de sus demandas siguen siendo las mismas que en 2012:

“Representación efectiva de los ciudadanos” […] Acceso a la información pública. […] Transparencia y rendición de cuentas en la administración pública. […] Combate a la corrupción y la impunidad,”

La hipótesis es que cuando ocurren fenómenos como que Morena, beneficiario de ese voto que buscaba arribar a los parámetros democráticos que la clase media dice defender, perdió seis alcaldías (Azcapotzalco. Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Magdalena Contreras, Tlalpan) de la Ciudad de México, en junio de 2021 , se trató de un voto resultado de la decepción ante los gobiernos de Morena, evaluados según parámetros democráticos caros a la clase media. Una clase media cuya cifra varía según diversos criterios y estudiosos entre el 34 y el 53.2 por ciento de la población mexicana urbana. Sin embargo, si le preguntan a la población mexicana a qué clase pertenecen, hasta un 80% dice pertenecer a la clase media.

Podemos concluir, provisionalmente, que entre un 34 y 53 por ciento de población, que es clase media, y un 80 por ciento, que cree ser clase media, tiene expectativas de democracia y, en función de ellas, puede encantarse con un proyecto político que promete cumplir esas expectativas o puede decepcionarse de él.

Como elemento en contrario, podemos contrastar este otro dato citado por Armando Bartra en 2013:

“… ante la necesidad de elegir entre democracia o desarrollo económico sin democracia, de cada 10 sólo tres eligieron la democracia; o sea, aceptar cualquier cosa que resuelva nuestros problemas aún si esto significa dejar en el camino la democracia: esto piensa 70% de los mexicanos, para simplificar.”

De manera que también podría ocurrir que prevalezca el ansia de “desarrollo” (básicamente consumo) por encima del ideario democrático de la clase media en la Ciudad de México. De hecho, ya durante la hegemonía y el autoritarismo priista ocurrió que un periodo de estabilidad y desarrollo económico hizo que la población aceptara la falta de democracia a cambio de la posibilidad o expectativa de mejoría económica.

Finalmente, quizá lo más problemático es que frente a la decepción que pueden tener muchos mexicanos, de clase media y de todas las clases y estratos sociales subalternos, hace falta que no se hundan en el estrecho margen de “no hay alternativa”. Sobre todo porque esperan alternativas ya construidas, entre las cuales puedan elegir, como buscan su marca favorita en el supermercado. Y de lo que se trata es de construir la alternativa, pues las expectativas y la decepción no bastan.

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