Por Javier Hernández Alpízar
… “imaginémonos «el enemigo» tal como lo concibe el hombre del resentimiento -y justo en ello reside su acción, su creación: ha concebido el «enemigo malvado», «el malvado», y ello como concepto básico, a partir del cual se imagina también, como imagen posterior y como antítesis, un «bueno» -¡él mismo!…”
Friedrich Nietzsche.
Estamos viviendo la hegemonía de la Cuarta Revolución Tecnológica. Una nueva transformación capitalista destinada a individualizarnos y fragmentarnos más, a exacerbar el narcisismo y el consumo frívolo. A vaciar la política de contenidos y propuestas para hacerla cada vez más un oficio de manipulación de masas. Las pasiones han sido siempre un motor eficaz de las políticas de masas. Y entre ellas, destaca el resentimiento.
Gabriel González Molina dice que el poder de Obrador sobre millones de mexicanos se debe a su narrativa: a que López Obrador comprendió los más profundos resentimientos de una gran mayoría de la población agraviada por la injusticia y la desigualdad. Capitalizó electoralmente ese resentimiento con un discurso de “primero los pobres” y contra la corrupción.
Al analizar las intenciones de voto para la elección de 2024, González Molina ha encontrado un sector poblacional, al que identifica con el numeral 2 (S2), que está resentido ahora con algo más profundo que la humillación de la injusticia: la humillación de haber sido abandonados: el desabasto de medicamentos, el abandono de la educación, el abandono y revictimización de las víctimas de la violencia organizada, etcétera.
Gabriel González encuentra que hay un 35 por ciento de la población, a quienes llama los “switchers”, porque su voto no está decidido, sino que pueden inclinarse hacia uno u otro lado, como la palanca de un switch. La decisión de este sector podría definir la elección. No obstante, la oposición no ha logrado abanderar ese resentimiento, el del abandono, e incluso la que hasta ahora está comenzando a entrar en ese sector es la candidata oficial.
Es muy interesante la idea de una psicología de masas que levanta a un líder carismático a partir del resentimiento: así se encumbran líderes carismáticos fascistas, populistas de derechas (Trump, Bolsonaro) y líderes populistas de “izquierdas” como Obrador. Se pueden presentar como redentores de los agraviados por el neoliberalismo, la oligarquía, e incluso de algún enemigo real o imaginario que atenta contra la nación, el pueblo, la soberanía, la seguridad nacional, etcétera.
Los zapatistas mayas trataron de leer y de canalizar el resentimiento en otra clave: dolor y rabia, y procuraron dignificarlo (digna rabia), hacer que el dolor identificara a un pueblo contra el causante se ese dolor: el capitalismo.
La mayor parte del pueblo mexicano no identifica al capitalismo como causa de sus males, sino que piensa que falta capitalismo (“desarrollo”) y está dispuesto a sacrificar otros valores (la democracia, por ejemplo) en aras de ese “bienestar” que identifica como consumo (fetichismo de la mercancía). Creen que el capitalismo se puede humanizar, limarle las asperezas neoliberales y la “corrupción”. Es la hegemonía de las ideas de la clase dominante a nivel mundial.
Una gran mayoría del pueblo mexicano, insisto, no identifica al capitalismo como el autor y causante de su dolor, sino al gobierno, a algunos partidos políticos, a la clase política, a los corruptos, a los conservadores, a personajes específicos como Salinas, Calderón, Claudio X González (el Mojojojo, de la 4t).
Eso empobrece el análisis, pero gana en claridad: hay una alternativa simple, dicotómica, los malos y los buenos. En blanco y negro. Una postura maniquea hasta el punto de que el malo, en cuanto se pasa del lado bueno, puede ser perdonado y comenzar a ser reivindicado como un nuevo bueno; Bartlett el nacionalista, Peña el demócrata, la maestra Elba Esther Gordillo (porque “no hay que hacer leña del árbol caído”), los militares, porque son “pueblo uniformado” y solo “obedecen órdenes”. Ahora son buenos porque “están con la transformación”.
Las posturas simples, el lenguaje simple gana en posicionamiento masivo. Los discursos complejos, y peor si te piden analizar la situación por tu cuenta, aportar a las propuestas, organizarte con otros, responsabilizarte, no son populares. Tampoco es popular hablar de la gravedad de los problemas: es mejor reducirlos, tipo: en cuanto se acabe la corrupción se verá que México es rico, feliz y próspero y el pueblo es bueno.
Pero el resentimiento es el motor. Como Nietzsche lo supo, es la moral del resentimiento. Y es una pasión fácilmente pervertible: se pude desviar el resentimiento y la ira de los verdaderos responsables: empresarios, militares, altos jerarcas de la religión, la empresa y la política para canalizarla contra defensores de derechos humanos, periodistas, ecologistas, indígenas, feministas, porque son adversarios, no apoyan la transformación, son conservadores, parte de un complot “golpista” etcétera. El resentimiento no ayuda mucho a pensar. Exige lealtad a la tribu, la grey de los que comparten el resentimiento. Es el caldo de cultivo de populismos y fascismos.
Los responsables de ese resentimiento, y en parte, solo en parte su objeto de odio, son los gobiernos neoliberales y sobre todo violentos: esos lodos de exclusión y agravios trajeron estos lodos de resentimiento.
Los ganadores de ese caldo de cultivo de una moral de resentimiento son los líderes carismáticos, las comunidades carismáticas, los líderes que predican como pastores religiosos. Abdalá Bucaram en Ecuador gritaba “¡yo soy el látigo de Dios, yo expulsaré a los mercaderes del templo!”. Con otras palabras, ese mensaje portan los predicadores pararreligiosos de los mensajes populistas.
También somos responsables, no en la misma medida que los victimarios, pero responsables al fin, quienes en décadas fuimos incapaces de organizarnos en serio, para formar una izquierda de abajo, social y política, con propuesta nacional, que impidiera el regreso de un populismo priista ya bastante trasnochado, pero que se renueva y restaura, se recalienta al fuego manso de un resentimiento generalizado.
Si no convertimos en digna rabia el resentimiento popular, puede degenerar en las peores formas de abyección, con masas cazando chivos expiatorios y brujas, y otro sector deprimido.
Dijo Gabriel González Molina, al presentar en radio su nuevo libro Switchers S2, que la principal tarea ahora de Obrador es hacernos creer a todos que no hay más alternativa que la suya. Lo puede lograr ante la ineptitud de una oposición electoral impresentable. Y lo logrará aún con mayor razón si la izquierda de abajo no logramos proponernos como alternativa viable, que acompañe a las víctimas de la violencia, que convierta el abandono y la orfandad, el hartazgo y el resentimiento de los agraviados en digna rabia organizada.
Los zapatistas mayas están recomponiendo el tejido social en sus territorios proponiendo el trabajo de la tierra en común (la no propiedad) con comunidades zapatistas y no zapatistas. Otros grupos en diversos lugares hacen reconstrucción del tejido social a contrapelo de la violencia y la mercantilización de la vida.
Pero en la mayor parte del país imperan la fragmentación, la contrainsurgencia que parcela individualmente la tierra, como “Sembrando vida,”, además de la lucha y la competencia de todos contra todos para sobrevivir y la polarización entre los pro y anti gobierno.
Sabemos que se trata de reconstruir el tejido social y superar la polarización de los de abajo: la interrogante es ¿quién le pone el cascabel al gato?