Icono del sitio Centro de Medios Libres México

Hotel Abismo: Humor y parodia en cuentos escritos por mujeres

Por Javier Hernández Alpízar

Entre los registros literarios que algunas escritoras han abordado con fortuna, el humor, la ironía, la parodia y la sátira no faltan. Comparto aquí los comentarios a dos libros escritos por mujeres y de publicación no muy lejana en la UNAM, se trata de El ataque de los zombis (parte mil quinientos), de Raquel Castro y de Famosas últimas palabras, de M. B. Brozon.

Los zombis me hacen reír

Los zombis, como antes los vampiros, las momias, los fantasmas, los muertos, los aparecidos, la creatura del Dr. Frankenstein y probablemente hasta los virus, nos dan miedo porque rompen la que quisiéramos clara distinción, frontera, entre lo muerto y lo vivo.

Los muertos-vivientes, aparentemente surgidos de las creencias del vudú haitiano, son la figura grotesca de lo que no tiene más voluntad que sobrevivir, atacar para comer y continuar.

Al pasar de moda los monstruos anteriormente en boga, momias, vampiros, hombres lobo, Frankenstein, los zombis proliferaron en el cine, en películas con códigos muy precisos, como los western o los romances: en su caso, la persecución, cada vez menos seres humanos “normales” huyendo de la muerte-contagio, porque, como los vampiros, los zombis al morderlos convierten en zombis a los humanos.

Películas que parecieran ilustrar la eterna huida que a veces parece el devenir humano, y la masificación de la vida moderna que vuelve zombis (¿consumidores?) a casi todos, excepto a los que resisten y huyen, se alejan y guardan la “sana distancia”.

Sobreexplotados por el cine, como los monstruos tradicionales en general, los zombis están comenzando a inspirar parodias, en las que los lugares comunes de sus imágenes apocalípticas y terribles se vuelven campo de juego de la ironía.

Así procedió Raquel Castro en su colección de relatos cortos El ataque de los zombis (parte mil quinientos), que desde la frase entre paréntesis del título se ríe de ser un producto con tantos e innumerables antecedentes zombis.

Por supuesto que el humor que parodie a las historias de zombis tiene que ser irónico, crítico, satírico, para llevarnos a ver la asfixia de la vida en la urbe y sus peripecias como las contarían narradores cuya poética está hecha toda de filmes de zombis, palomitas y refrescos de cola.

Así, en “Típico”, por ejemplo, el narrador guiñe cómplice al lector para contarle de un accidente y sus consecuencias mostrando a través del lugar común del relato zombi como típico lo que, por definición, es atípico y ruptor de la normalidad: un accidente.

En esta colección de relatos hay historias donde los personajes siguen rumbos disímiles, verbi gracia, en “Historia de amor”, una joven ve primero a sus vecinos convertirse en zombis, pero al final deja de resistir y encuentra el amor, o al menos el noviazgo, con el zombi vecino que le resulta mejor parecido.

En cambio hay personajes que encuentran una salida, una emancipación, como la protagonista de “El plan perfecto”, quien se libera de la superexplotación laboral bajo el mando de un jefe que tiene el seso sorbido por una historia de conspiración. Ella llega al extremo de dejar caer el mundo, que todo acabe, pero ella ya no se presenta al trabajo, inmisericordemente extenuante y sin sentido.

Además de divertido, este libro de relatos también nos dice en clave, quizá, que nosotros también podemos sobrevivir a nuestro cotidiano apocalipsis zombi, y quizá lo logremos sin perder la elegancia y el buen humor.

Raquel Castro, El ataque de los zombis (parte mil quinientos), Ilustraciones de Joaquín X. Vázquez, UNAM, México, 2020.

¿Ya elegiste tu frase célebre para la antología de las “famosas últimas palabras”?

Como los epitafios, las frases célebres pronunciadas en la agonía final son una suerte de subgénero literario. Y al lado de su vertiente seria y casi épica, hay una vertiente cómica, paródica, de este tipo de frases. Me viene a la mente la muerte del dictador, personaje central de El recurso del método de Alejo Carpentier, quien al morir en su exilio europeo se empeña en decir una frase que pueda ser considerada célebre y a la altura de su personaje histórico. El depuesto dictador se despide de la vida con un latinajo: “Alea jacta est” (en castellano: “se echó el dado”, aludiendo a la fortuna: “la suerte ha sido echada”). Cuando le preguntan a la sirvienta, la persona que estaba más cerca del moribundo, “¿qué dijo?”; ella responde: “No sé, dijo algo de la jalea”… o cosa semejante.

En famosas últimas palabras, Mónica Beltrán Brozon aprovecha ese umbral entre la vida y la muerte en el que nos ponen las frases célebres en el lecho de muerte para elaborar cuentos que tratan del tránsito final de la vida o de las creencias relacionadas con la posibilidad o imposibilidad de una vida después de la muerte.

En este contexto, cuenta por ejemplo de un abuelo ateo y anticlerical, personaje que en un cuento puede ser gracioso por irónico o satírico, pero en la vida real de la mayoría de las familias mexicanas sería sin duda incómodo, herético. En este caso, incómodo hasta en sus hedores tras su muerte. ¿Una póstuma forma de protesta ante símbolos religiosos como la cruz? O en otro caso, ¿qué puede pasar si a un joven le pide su madre renunciar al ateísmo, justo cuando ella yace en su lecho de muerte?

Otros cuentos muestran una muerte velada tras una macabra cotidianidad como “El loco”, cuyo nudo empieza cuando un chico piensa que otro le roba sus pensamientos, y encuentra la complicidad para resolver radicalmente ese problema.

Una sana ironía, un sano humor es el que Brozon despliega en los cuentos de este volumen. Tal vez es una pequeña venganza de la vida ante un tema que la cultura contemporánea no nos ha enseñado a enfrentar con mayor sabiduría. Si como dice Spinoza los pensamientos de un hombre sabio no son acerca de la muerte sino de la vida, entonces los buenos cuentos, con su humor, inyectan vitalidad incluso a ese último estertor y a las discusiones más o menos dogmáticas que podemos entablar sobre nuestras creencias acerca de las postrimerías.

Ojalá un humor así de sano nos acompañe siempre, tanto como para decir unas últimas palabras como las que según Paul McCartney fueron las postreras de Picasso: “Drink to me” (Brinden por mí). Y que eso pueda dar pauta a funerales menos sombríos.

M. B. Brozon, Famosas últimas palabras, ilustraciones de Pamela Medina, UNAM; México, 2020.

Salir de la versión móvil