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Hotel Abismo: Si Hobbes viviera… ¿dos Leviatanes o uno con varias cabezas?

Por Javier Hernández Alpízar

A Yanqui Kothan Gómez, in memoriam,

a los padres y madres de los 43, los normalistas

y a quienes les siguen apoyando.

Según el jurista y filósofo político alemán Carl Schmitt, el derecho contemporáneo surgió de la secularización del derecho canónico de la iglesia católica medieval. Incluso el Estado moderno y actual se construyó, opina ese teórico, sobre el modelo institucional del poder terrenal de la iglesia católica.

Las hipótesis de Schmitt son verosímiles, porque a la caída del Imperio Romano, la Iglesia se erigió en autoridad y llegó a ser la fuente de legitimidad (recuérdese el “derecho divino de los reyes”) para quien quisiera ser reconocido monarca o emperador (muchos de ellos apelando al nombre y el prestigio de Roma).

La Iglesia católica no despareció con el prestigio de la ciencia, la filosofía y la cultura moderna. Se adaptó y continúa siendo una institución con peso político en el mundo contemporáneo.

El peso de esa legitimación simbólica lo evidencian las fotos de las candidatas mexicanas con el actual papa Francisco, que hacen recordar la afirmación de García Márquez de que la diferencia entre liberales y conservadores (nomenclatura decimonónica) es que unos van a misa de cinco y otros a misa de seis.

Ahora, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), especialmente por impulso de la orden jesuita, que ha sido víctima directa de la violencia organizada, ha impulsado un proceso de diálogos por la paz que cristalizó en el documento “Compromiso por la paz”.

Las tres personas que aspiran a la presidencia han firmado el compromiso, aunque la candidata oficialista no comparte el diagnóstico que está a la base. Porque la violencia que azota al país no tiene matices en los tres más recientes sexenios: está fuera de control y ha roto o al menos diezmado gravemente el tejido social. Hechos innegables para quien no se niegue a ver, pero que el oficialismo, por definición, se niega a ver, reconocer y a afrontar.

Según información publicada por Proceso, el objetivo que el CEM persigue con este documento, el cual ha invitado a asumir a las personas candidatas a la presidencia al firmarlo es: “construir una ruta para abordar de manera efectiva la acción colectiva que pueda encarar la crisis de violencia y descomposición social que aqueja a nuestra nación, con una visión de Estado en un horizonte de largo plazo, convocando a todos, sin excepción, a sumar las experiencias y conocimientos de quienes habitan los territorios de nuestro país, con objeto de volver hacer de México un país habitable”. (Proceso, 22 de marzo de 2024)

Frases como “la crisis de violencia y descomposición social que aqueja a nuestra nación” resultan inaceptables para un gobierno y una candidatura oficialista que se refugian en la posverdad, según las cuales, en este sexenio todo mejoró y los mexicanos están felices, o al menos tienen una “percepción de mejora”.

Proponerse como objeto “volver hacer de México un país habitable” significa reconocer que nuestro país se ha vuelto un país inhóspito, inhabitable, sumamente agresivo y nocivo para sus residentes, por la violencia, principalmente. Otros hechos que confirman esa inhospitalidad por la violencia son la gran cantidad de mexicanos que se han visto obligados a emigrar o refugiarse en los Estados Unidos, los que piden asilo en Canadá, y las comunidades, familias y personas que han tenido que desplazarse de manera forzada dentro del propio territorio mexicano.

Otro padecimiento no menos grave es el de los muchos mexicanos que en el lugar donde viven padecen todo tipo de delitos, crímenes, extorsiones, violencias, asesinatos, desapariciones y un clima insufrible. Cuando se dice que alguien fue víctima de la violencia organizada porque “estaba en el lugar y el momento inadecuado”, quizá lo que quiere decirse es que estar en México en 2024 es estar en el lugar y momento inadecuados, pero nadie puede elegir el lugar ni el momento de la historia en que nace y vive.

Quienes se han ido de México han tratado de corregir parte de esa “inadecuación”, ya que no pueden cambiar de época, cambian de país de residencia y trabajo. Lo mismo está pasando con personas de La India, de África y de países de toda América Latina y el Caribe que tratan desesperadamente de huir de sus lugares de origen y entrar en territorio estadunidense, arriesgándose a pasar por el violento y peligroso territorio mexicano.

El solo hecho de que un documento como el “Compromiso por la paz” no sea el resultado de un proceso de diálogo entre los candidatos, partidos e integrantes del gobierno mexicano es toda una evidencia: Estado, gobierno, clase político-empresarial-militar y partidos son inoperantes. ¿De dónde vino una iniciativa “con una visión de Estado en un horizonte de largo plazo, convocando a todos, sin excepción” para reconstruir el tejido social dañado y hacer posible la paz? Vino de la iglesia.

En buena medida, Carl Schmitt tiene razón: las teorías políticas que justifican la existencia del Estado y su pretensión del “monopolio de la violencia legítima” son teologías políticas. En lugar de dios, han colocado a un “dios mortal”, como llamó Thomas Hobbes el Estado- Leviatán. El argumento es que, sin someterse a ese poder político del Estado (violento pero “legal y legítimo”), los seres humanos vivirían en un mundo en el cual la vida es corta y brutal, por el miedo a la violencia y a la muerte.

Los mexicanos estamos padeciendo una situación que es la peor de las posibles porque hemos roto la dicotomía hobbeseana: padecemos un Estado Leviatán autoritario, militarizado, antidemocrático, paternalista y opresivo, y simultáneamente padecemos el “estado de naturaleza” del miedo, la guerra y la muerte violenta como riesgo cotidiano. El “monopolio de la violencia legítima” no nos libra del libre mercado de la violencia organizada y los habitantes mexicanos somos vulnerables a ambas violencias y hasta a sus fuegos cruzados.

Si Thomas Hobbes viviera, se sorprendería de ver que en México hoy coexisten el “estado de naturaleza”, donde la vida es breve, violenta y brutal, con un pseudo Estado “civil” (pero militarizado); y que los mexicanos son víctimas de ambos y temen (y algunos incluso veneran) y pagan derecho de piso a ambos. Tal vez Hobbes tendría que escribir un tratado sobre dos Leviatanes mellizos o un solo Leviatán con dos cabezas… o más: ¿la Hidra?

Como en tiempos del derrumbe del imperio de Roma, la iglesia contiene en lo que puede la violencia de los bárbaros, ante la impotencia e inoperancia de un Estado decadente, que no tiene más recursos que la negación, mejor dicho: el negacionismo, y la propaganda en tiempos de “posverdad”… y posdemocracia.

Haciendo apología de la iglesia, San Agustín decía que ella no solo no fue causa de la decadencia y derrumbe de Roma, sino que solo su autoridad moral había salvado a algunos romanos de la violencia bárbara. Quizás algún día los historiadores tengan que narrar cómo un presidente que se disfrazaba con una botarga de Benito Juárez necesitaba que la iglesia católica realmente existente le sacara las castañas del fuego… o peor aún, evitaba que la lumbre le llegara a los aparejos.

Pobre sociedad mexicana, que nació y vive en el lugar y momento equivocados.

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