Hotel Abismo: Autogobierno

Por Javier Hernández Alpízar

El buen arquitecto no es el que, prendado de pureza, para edificar su ciudad tiene que arrasar un mundo, sino el que, a semejanza del humilde artesano, recoge la impura tierra para darle una forma nueva.”

Luis Villoro.

El movimiento de Autogobierno (1972-1992) en la Facultad de Arquitectura UNAM cumple 52 años, pues fue fundado el 11 de abril de 1972. ¿Qué podemos pensar y actualizar quienes nacimos después de 1968 y crecimos con las secuelas y las influencias del movimiento social liberador, democrático, los aires libertarios de las décadas de los sesenta e inicios de los setenta?

La generación que vivió su juventud en esos años nació cuando estaba por terminar la Segunda Guerra Mundial. Un mundo que había traicionado todas las promesas del humanismo y la ilustración mostraba su rostro siniestro con la guerra y el genocidio. Los procesos de descolonización y las luchas de los pueblos, bajo la bandera de la liberación nacional e incluso del socialismo, quedaron atrapadas en la lógica bipolar de la guerra fría. Es decir, fría para las grandes potencias que se enfrentaban, pero caliente para los países de Asia, África y América Latina, en donde querer iniciar un nuevo destino como nación independiente era convertirse en parte del peligro y ser tratado con toda la violencia del anticomunismo de la época.

En México, el gobierno de la revolución mexicana que había coqueteado superficialmente con el socialismo, con una reforma agraria y la nacionalización petrolera, pronto retomó la vocación de favorecer la empresa capitalista, y se alineó con el anticomunismo estadounidense, mientras mantenía una retórica de la “tercera vía”, de los países del tercer mundo o no alineados y la llamada “economía mixta”.

Sin embargo, los jóvenes mexicanos fueron capaces de contagiarse y participar de la revolución democrática mundial que se alzó como movimiento social, como protesta y revuelta juvenil, principalmente estudiantil. De París, Berlín y Praga a ciudades de Japón, los Estados Unidos y América Latina, los jóvenes alzaron la bandera de la rebeldía pidiendo cosas muy sencillas: libertad, democracia, no represión. Sabemos que, en nuestro país, el movimiento sufrió una trágica y cruenta represión estatal –militar el 2 de octubre, pero la represión no ocurrió sólo en la Ciudad de México, sino en varias ciudades del país.

Sin embargo, el viento de libertad que recorrió el mundo no quedó cancelado ni en la cárcel, ni en los sepulcros, sino que sus arroyos alimentaron el río de movilización social de los setenta y ochenta, corriente fresca que terminó derribando al PRI en el fin de siglo, un poco como las estatuas del comunismo en la Europa del este. El viento libertario, como el espíritu, sopla donde quiere. Y la rebeldía sesentaiochera se volvió a alzar en 1994 cuando, lo dijo José Agustín, los zapatistas mayas fueron quienes portaron “la onda”.

Las aulas no fueron ajenas a esta inquietud y rebeldía, En la Facultad de Arquitectura durante los agitados días del Autogobierno, hace ya 52 años, en asambleas, se discutió de presos políticos, de condena a la represión, se exigió la desaparición de los cuerpos represivos, se rechazó la participación del ejército en la masacre y la represión, pero también se intentó cambiar la forma de pensar, enseñar, proyectar y producir la arquitectura.

El cambio de perspectiva tuvo consecuencias que incluso se reflejaron en la enseñanza de toda la facultad, no solamente de la parte que construyó el autogobierno.

Sin embargo, como ocurrió con toda la contracultura de esos años (desde la psicodelia y las flores en el pelo a la creación en la música, la danza, el teatro, el cine y la literatura), la industria capitalista y el Estado se encargaron de hacer una operación de control de daños, cooptando lo que pudieron y tratando de dejar en el olvido lo que no pudieron adulterar.

En arquitectura, en la Facultad, ha regresado al centro de la enseñanza profesional universitaria la ideología hegemónica: una arquitectura que se ve a sí misma como arte o como alta tecnología, desde un paradigma positivista que sustentó a las vanguardias, del movimiento moderno hasta nuestros días. Algunos de esos vanguardistas modernos tuvieron una retórica socialista, pero casi nadie se comprometió con la verdadera democracia política y epistémica que representó la participación: la producción social del hábitat, el diseño participativo y la arquitectura participativa. Con excepciones como Hannes Meyer, quien sí comprendió la participación en arquitectura, la mayoría siguieron siendo artistas, a veces con intenciones filantrópicas.

Incluso arquitectos y oenegés hábitat con ideas progresistas han pensado que basta con que los arquitectos militantes de izquierda sean sensibles para que proyecten una arquitectura “social”, sin asumir el más elemental de los derechos a habitar: el derecho a participar y a tomar las decisiones.

Al respecto, a algunos herederos de esa rebeldía contracultural, nos parece que una herencia legítima del radical cuestionamiento que dio origen al Autogobierno es reivindicar lo que Jean Robert ha llamado la “libertad de habitar”, el fenómeno raíz, anterior a cualquier codificación como derecho: derecho a habitar, derecho a participar, derecho a la vivienda, derecho a la ciudad y al territorio.

Lo podemos resumir en estas palabras de Manuel Saravia Madrigal, en “El significado de habitar”, explicando a Iván Illich, uno de los pensadores que reflexionó desde esa perspectiva liberadora:

Habitar un mundo significa depender de otros en el acto mismo de habitar (y asumir esa dependencia personal). E intervenir en su transformación humana: participar. En este sentido, participar significa vivir y relacionarse de un modo diferente. Pero sobre todo implica la recuperación de la libertad interior propia, es decir, aprender a escuchar y compartir, libre de cualquier miedo o conclusión, creencia o juicio predefinidos.”

La palabra “autogobierno” puede volver a cobrar su sentido orientador: por algo hoy quienes se autogobiernan construyen autonomía en territorios indígenas en rebeldía. Tal vez otros autogobiernos están por ahí, en las grietas del vasto horizonte de la heteronomía moderna capitalista.

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