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Hotel Abismo: Democracia, dictadura y totalitarismo: Weimar como caso

Por Javier Hernández Alpízar

A los estudiantes que en Estados Unidos protestan por el genocidio en Gaza, Palestina.

… “si nos preguntamos ahora cuál fue el pecado original que permitió que sucediera todo esto (Holocausto), parece que la respuesta más convincente es el derrumbamiento de la democracia. Desaparecida la autoridad tradicional, la democracia política es la única que puede proporcionar frenos adecuados para que el cuerpo político se mantenga alejado de medidas extremas.” Zygmunt Bauman.

Quizás para apreciar la democracia es necesario conocer los gobiernos autoritarios, las autocracias, las dictaduras, los totalitarismos. Porque quien tiene la suerte de nacer en un periodo de democracia puede encontrarla poco emocionante, quizás incluso algo aburrida. La moderación no suele ser tentadora y las dictaduras, con sus prohibiciones y sus violencias, pueden ser fuente de emociones fuertes como el miedo y el valor de transgredir.

Pero para quien ha padecido una dictadura como las que surgieron de los golpes de estado militares en el Cono Sur, el franquismo en España y autoritarismos de partido único como el del México de los años del dominio priista, no debe ser difícil entender que una democracia, por tibia o moderada que pueda ser, es siempre mejor que una dictadura o autoritarismo.

Quizá bajo un régimen con libertad de expresión, información, prensa, discusión y derecho a saber, cualquiera se aburre y no sabe qué leer; pero para la generación de Adolfo Sánchez Vázquez era importante leer a escondidas los pasajes prohibidos de Marx o de Freud; como leyeron a escondidas a Benedetti o a Galeano algunos audaces, bajo las dictaduras de Argentina o Uruguay. En Chile, escucharon clandestinamente a Silvio Rodríguez y en Cuba escuchaban a volumen muy bajo a la Sonora Matancera, para que no los molestaran los vecinos oficialistas. En México era transgresor ir a una tocada de rock, estigmatizado después de Avándaro por el priismo y una sociedad cómplice.

Un personaje de Ernesto Sabato, en Sobre héroes y tumbas, se burla de los anarquistas y humanistas que quieren promover la libertad difundiendo la lectura y la cultura, fundando bibliotecas y editando libros. Les dice Fernando Vidal Olmos que en una Alemania ahíta de libros y cultura surgió en nazismo. Y es verdad, pero no es toda la verdad: porque el nazismo no surgió de la gran cultura alemana sino que fue una barbarie que emergió a contrapelo de la gran cultura alemana, a mucha de la cual, especialmente el arte, le llamaba “decadente o degenerada”. Pero también es cierto que todos esos libros, cultura, ciencia y arte no fueron suficientes para salvar a la democracia, es decir a la República de Weimar.

Durante la pandemia, encerrado en un país gobernado por un populismo mesiánico y leyendo que por doquier se publicaban libros con preocupaciones por los peligros y amenazas para las democracias en el mundo, Jacobo Dayán escribió su libro República de Weimar, La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento.

Tenía en mente la gran cultura y el arte de la época, una verdadera belle époque de florecimiento de ciencia, arte, libros, cultura. Algunos de los nombres que salen a colación: Kafka, Einstein, los hermanos Heinrich y Thomas Mann, Hesse, Brecht, Kurt Weil, Stephen Zweig, la Escuela de Frankfurt, la Bauhaus, Heidegger, Marlene Dietrich, Fritz Lang. Y corrientes como expresionismo, dadaísmo, surrealismo, nueva objetividad y el cabaret político.

Dayán tenía en mente todo esto, por sus gustos artísticos personales y porque todo ello había ya tomado cuerpo en un curso sobre el arte durante la República de Weimar, pero ahora tenía también su pensamiento y preocupaciones puestos en el nacimiento, vida y muerte de la democracia.

Es un caso paradigmático, como una ventana en donde nos podemos asomar en un breve lapso de la historia y revisar el fin de la primera Gran Guerra; la derrota de Alemania; la humillación y las imposiciones de Tratado de Versalles; a la proclamación de la república; una constitución democrático liberal; los intentos comunistas de hacer una nueva revolución soviética como la que gobernaba la URSS; el nacimiento, apenas marginal al inicio de la ultraderecha nacionalista y antisemita; la ingenuidad de los gobiernos de centro que menospreciaron al naciente nazismo y lo alcahuetearon mientras reprimían duramente al comunismo de Rosa Luxemburgo y compañía.

El arte, antena sensible, todo el tiempo denunció la violencia, el racismo, las tendencias dictatoriales y totalitarias, los feminicidios y violencia contra las mujeres, la decadencia de un mundo burgués y patriarcal, hundido en dinero, mafia, violencia y drogas; sumido en el nihilismo.

Primero, no detuvieron a Hitler a tiempo. Pensaron que nunca tendría oportunidad alguien a quien veían como un payaso, un fantoche. Sin embargo, la crisis de 1929 fue como la levadura que llevó al nazismo de la marginalidad a las masas inflamadas, y convirtió el antisemitismo en crimen masivo, así como trajo una guerra para Europa y para el mundo.

Así vemos, como en una suerte de tragedia, que el arte parece Casandra: profetiza el desastre con detalles, pero no le hacen caso. Los artistas, científicos y pensadores terminaron en el exilio, suicidándose (Walter Benjamin) o siendo perseguidos.

A cada momento, Jacobo Dayán se acuerda de hoy, un hoy que tanto se parece a entonces. En una entrevista dice que incluso tenía sus dudas, no fuera que su familiaridad con Weimar lo hiciera exagerar, hasta que vio al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declarar que el mundo de hoy se parece a los años treinta de siglo XX. Y bueno, también los zapatistas advirtieron que el movimiento de masas alrededor de un líder mesiánico que ya crecía en 2005-2006 era el huevo de la serpiente.

Y no es que los zapatistas, Jacobo Dayán o quien esto escribe pensemos que ha resucitado Hitler, pero la analogía con Weimar es muy fuerte. En México, en el año 2000, una democracia tardía, joven, endeble, frágil, que no tuvo cuidado de hacer ajuste de cuentas con el pasado (el PRI, los militares, el autoritarismo) apresuró la temprana crisis de representación. Y a nivel mundial, la desconfianza de los electores en los partidos políticos desató una ola mundial de hartazgo de los partidos y de la democracia liberal y trajo el voto masivo para líderes mesiánicos que gobiernan de modo autoritario e iliberal.

Escribe Dayán: “La verdad evidente dejó de ser relevante y los embates vienen de diversas figuras que integran una larga lista: Trump, Bolsonaro, Bukele, Maduro, Erdongan, Orbán, Modi, Netanyahu e incluso Andrés Manuel López Obrador.” Las declaraciones obradoristas diciendo que su autoridad política y moral están por encima de la ley, no hacen sino abonar en favor de la tesis de Dayán.

Además de una simpatía hacia la República de Weimar que albergó el arte que ama, Dayán se preocupa por el espejo en que puede verse la vacilante y endeble democracia mexicana. “En México la vida democrática se ha reducido a ruido y falta de escucha, a la renuncia de lo evidente, a la desaparición de los mínimos éticos de la vida pública, al desprecio por el estado de derecho, al debilitamiento institucional, al militarismo de la vida pública, a un poder que se asume como único representante de lo que entiende por pueblo, a la pérdida de brújula de la clase política, a medios de comunicación que escudados en la equidad de voces desprecian la verdad, a miles y miles de fosas clandestinas, a cientos de miles de personas asesinadas y desaparecidas, a una sociedad que ha normalizado el horror, a la impunidad como norma.”

Solamente para aumentar nuestra preocupación: en 2012, 43% de los mexicanos se manifestaban “de acuerdo o muy de acuerdo en que el país iría mejor si fuera gobernado por líderes duros”, según una encuesta citada por la investigadora Jessica Baños Poo, en su artículo “Estado de la cultura cívica y democrática en América Latina y México”. En 2013, Armando Bartra (artículo “Crisis civilizatoria”) citó otra cifra: 70% de los mexicanos renunciarían a la democracia, si tuvieran que elegir entre democracia y desarrollo sin democracia. La Gaceta UNAM dio hace unos días una cifra de Latinobarómetro: el número de latinoamericanos que admitirían gobiernos no democráticos, con tal de resolver los problemas, aumentó de 44% a 54% entre 2002 y 2023.

La crisis de representación, de los partidos políticos y de la idea de democracia liberal ha llevado al poder a Trump, Bolsonaro, Obrador, Bukele o Milei. No es exactamente el nazismo, pero recordemos que, en una crisis parecida, el arte y el pensamiento en los años de la República de Weimar anunciaban que venía algo grave. Nosotros podemos hacer algo diferente, apoyar la democracia y no apuntalar autoritarismos. Es al menos una de las posibles conclusiones que nos sugiere el libro de Jacobo Dayán.

Jacobo Dayán República de Weimar, La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, Taurus, México, 2023.

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