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Hotel Abismo: Tejer fino abajo, en defensa de la vida: una tarea de izquierda

Por Javier Hernández Alpízar

…“how many times can a man turn his head / And pretend that he just doesn’t see?” Bob Dylan.

A esa mujer nosotros los pueblos zapatistas la llamamos: “Madre Tierra”. / Al macho que la oprime y la humilla, pónganle el nombre, el rostro y la figura que ustedes quieran. / Nosotros los pueblos zapatistas llamamos a ese macho asesino con un nombre: capitalismo.” Palabras de las comunidades zapatistas en Viena, 2021.

En 2006, los zapatistas del EZLN (como se llaman a sí mismos en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona) desafiaron al partido que entonces se reclamaba de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) a debatir sobre ¿qué es ser de izquierda? La respuesta no fue un debate, sino la propaganda negra y la calumnia: los seguidores del PRD y de López Obrador (que entonces eran los mismos) acusaron al EZLN de haberse aliado con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). Repitieron esa mentira tantas veces (algunos en sus monos o caricaturas, como El Fisgón) que lograron instalarla en la mente y los corazones de millones de mexicanos, de manera que hoy es más fácil conocer la verdad sobre el EZLN fuera de México que en nuestro país, donde la mentira y la calumnia son programáticas, masivas y persistentes.

Hoy el PRD es aliado electoral del PRI y el PAN, y lo ha venido siendo en los últimos años, y su alianza no pudo evitar que pierda su registro. Por su parte, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido surgido principalmente del PRD y reforzado con la inserción masiva de priistas, gobierna imponiendo exitosamente la militarización de un modo que ni el panista Felipe Calderón soñó, e imponiendo también con éxito, contra los defensores del territorio, la acumulación militarizada (usando el concepto de William I Robinson) que, otro ex presidente panista, Vicente Fox, llamó “Plan Puebla-Panamá” y el régimen hoy en el poder llamó “proyectos prioritarios”, como el “Tren Maya”: rearticulación capitalista, desarrollista y militarizada de los territorios mayas, sin el consentimiento informado de los pobladores originarios; y el Corredor Interoceánico, en el Istmo de Tehuantepec, sueño acariciado por los Estados Unidos y logrado hoy, bajo un gobierno que se dice de izquierda.

Pero si ser de izquierda fue en su origen europeo oponerse a la monarquía y apoyar una república democrático burguesa moderna, hoy esta supuesta izquierda en el poder trata a su presidente y líder de partido y de campañas políticas como un monarca, el líder carismático a quien le justifican todo y obedecen en todo.

Si con el avance del capitalismo, ser de izquierda se convirtió en el lugar de los anticapitalistas (fueran socialistas, comunistas o anarquistas), esta presunta izquierda hoy en el poder promueve las ganancias de la oligarquía que antes llamaba “mafia del poder” y hoy son empresarios asesores del gobierno y esa misma sedicente izquierda promueve el capitalismo ecocida, con polos de desarrollo, corredores multimodales de mercancías e inversiones, a cargo de los militares, lo otros grandes beneficiarios del gobierno de Morena. Como santo y seña, el actual gobierno inició ratificando un actualizado Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, el tratado contra el que los zapatistas se alzaron en armas en 1994.

El cambio climático asoma ya sus fauces de fuego con el intenso calor en territorio mexicano, y una temperatura en los océanos que propicia más peligrosos ciclones o huracanes, y la violencia, ya durante tres sexenios, desde 2006, ha hecho la guerra contra los más pobres y hoy amenaza no solamente a la gente pobre, rural o migrante con ser asesinada o desaparecida, extorsionada o desplazada de modo forzado, incluso asesina a autoridades locales, candidatos y sus familiares, de todos los signos partidarios, pero el régimen practica sistemáticamente el negacionismo, como en la película “No mires arriba” (Don´t look up, 2021), aconseja voltear para otro lado, porque no hay problemas, sino complots de la prensa contra su gobierno. El negacionismo oficial da la espalda a indicadores como que México es el cuarto país más violento del mundo, sólo después de Myanmar, Siria y la Palestina bombardeada por Israel.

En la correspondencia entre el filósofo Luis Villoro y el subcomandante Marcos (incluida en el libro de Villoro, La alternativa, perspectivas y posibilidades de cambio), al hablar sobre la guerra que desde por lo menos 2006-2006 (y a la fecha) se vive en México, el ex vocero zapatista expresó que una de las consecuencias de toda esa violencia, la versión mexicana de la cuarta guerra mundial del capital contra los pueblos, sería una severa destrucción del tejido social.

La más grande riqueza de un pueblo, de una nación, de una sociedad, es lo intenso y extenso, lo denso, tupido y firme de ese tejido: las relaciones entre los seres humanos, entre las personas, tanto en lo individual como en lo familiar, lo colectivo, lo comunitario, lo social. Esa red fina, frágil, sutil de relaciones que no se limitan a lo económico (el ser humano no es solo un homo economicus, frío, calculador, racional, que pondera ganancias y pérdidas, como en un casino) sino que abarcan todas las actividades de la civilización material, del mercado (que no nació con el capitalismo), de la vida cotidiana, de la cultura, la religión, la espiritualidad, la vida intelectual, la ciencia, el habla, las costumbres, los saberes de los pueblos, lo viejo y lo nuevo, lo innovador, el humor, el arte, las letras, el juego.

Sin embargo, el paradigma moderno ha reducido todo a la competencia, es decir, la lucha por la sobrevivencia, por el crecimiento a costa de los demás, exacerbando el egoísmo, y la ceguera que resultan de una manera tan materialista y simplista de ver el mundo (dice Edgar Morin que padecemos una “razón ciega”, Boaventura de Sousa Santos la llama “razón indolente”) como una mercancía o el insumo para una mercancía.

Un orden social, de dominación y explotación, solo puede sostenerse sobre una permanente, estructura y sistémica violencia: el despojo, la represión, el sometimiento de clase, el colonial. Violencia contra los vencidos y colonizados, contra los racializados y contra las mujeres, las infancias, las disidencias sexo-genéricas, pero también contra la naturaleza, las especies vivas no humanas.

Para tratar con solamente individuos, átomos (“gaseosos”, dice la filósofa uruguaya María Noel Lapoujade, “líquidos”, dice Zygmunt Bauman) antes de imperar como hegemonía, casi “sentido común” (fetichismo de la mercancía en versiones de religión y de ideología laica: “libre mercado”) el capital tiene que pulverizar los colectivos: romper con la familia extensa y la comunidad, reducir la célula social a familia nuclear y, si es posible, a individuos que se autoexplotan, se presionan y exigen todo hasta acabar con su salud.

La violencia está en el origen del capital, que nació “chorreando sangre y lodo”, escribió Karl Marx, para separar al campesino o al artesano de los medios de producción mediante el despojo (acumulación por desposesión, diría David Harvey) y luego hizo de los proletarios un inmenso campo de trabajo forzado por el hambre abajo y por la alienación consumista en los escalones superiores.

El nihilismo es la expresión ideológica de la valorización del valor, como un rey Midas industrial, el capital todo lo vuelve mercancía, todo lo profana, y el resultado es el vacío, el sinsentido.

Las personas viven como en una ´prisión o en una carrera contra el hambre, la muerte, la soledad y la exclusión, temerosas no solo de la muerte y la enfermedad, de la tragedia o la desgracia, sino de la soledad, la vejez, de no ser “populares”, de padecer en carne viva la exclusión y la segregación de un sistema que además exige “blanquitud” (inclusión por la asunción de los valores modernos, burgueses, liberales, procapitalistas) y, en tiempos de crisis y de ascenso de los autoritarismos (populismos, fascismos, falsos colectivismos corporativistas y clientelistas), de la “blancura” como regresión al etnicismo y la racialización, como explicó Bolívar Echeverría.

En México, la ruptura del tejido social, el desarraigo, la producción masiva de sinsentido, son fruto combinado de la violencia organizada (estatal y privada), el extractivismo feminicida (usando la expresión de Raúl Zibechi) y ecocida, el neoliberalismo, en su versión ortodoxa y en su versión populista (austeridad para continuar con el saqueo), el militarismo, la mercantilización de la vida y la manipulación de masas como posverdad y posdemocracia (Frei Betto).

Una falsa polarización impulsada desde el gobierno mexicano desvía la atención de los verdaderos beneficiarios de la acumulación militarizada: oligarquía, militares, poderes salvajes (Luigi Ferrajoli) y criminales, y en su lugar, persigue a víctimas, familiares de las víctimas, defensores de los derechos humanos y del territorio (la Madre Naturaleza), periodistas de investigación, medios independientes y medios libres, religiosos comprometidos, migrantes, mujeres, infancias. Mientras tanto, a la oligarquía y a los ex gobernantes no los ha tocado.

Y en el México de abajo, la fanatización partidista (y otras, en menor medida, como la religiosa) divide, desorganiza, desalienta, hace sumisa a una sociedad que había reclamado a sus derechos y que ahora los posterga por un estado de beneficencia, caricatura del estado benefactor socialdemócrata. Además, ese partidismo promueve el negacionismo: ese “no miren arriba” que en México es “no miren”, a secas.

Reconstruir, retejer el dañado tejido social es una tarea urgente: que las personas dejen de verse como vasallos o súbditos de un gobierno o color partidario, y que se vuelvan a ver como ciudadanos, habitantes, personas, amistades, compañeros, camaradas, compatriotas, paisanos, correligionarios, colegas, interlocutores.

Paradójicamente, quienes iniciaron 1994 alzados en armas llamando a derrocar al gobierno priista, calificado como dictadura, hoy son comunidades autónomas, democráticas, pacíficas y casi (subrayo: casi, porque no entregan las armas y se reservan el derecho a usarlas pare defenderse) que en lugar de “polarizar” ponen la tierra en común y llaman a los otros indígenas, los no zapatistas, a compartirla y defenderla juntos. Son quizá los únicos en México cuya mirada llega mucho más allá de sus narices, en la geografía y en el calendario, y quienes militan en defensa de la vida y de la Madre Tierra.

El tema de “lo común” no es solamente importante por destruir la propiedad (toda forma de propiedad) de la tierra, sino por retejer, reconstituir el tejido social: reintegrar la comunidad indígena, la comunidad humana. Si la propiedad destruye el tejido social, para reconstituirlo tenemos que destruir la propiedad (la exclusión) de la tierra y rehacer la hermandad humana, la sororidad humana. Todo contrario de las falsas polarizaciones y sectarismos que buscan en el rostro del otro siempre un adversario, un rival, un enemigo.

Si como piedras de toque de ¿qué es ser de izquierda? tomamos el anticapitalismo y la democracia (de verdad), los indígenas zapatistas tienen hoy la estafeta de la izquierda: y ellos la llaman por su verdadero nombre: defensa de la vida. Biofilia.

En el México de arriba, la necrofilia, el necropoder, la defensa del desarrollismo ecocida y sus mentiras son la derecha entronizada en el poder.

La brújula política hoy es o la vida o la muerte. Esa es la verdadera polarización en tiempos en que defender la vida, en Palestina, en México, en cualquier lugar del mundo, es ser de izquierda.

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