“Guerra, devastación y violencia son las palabras con las que abre el siglo XXI. Guerra en todos los órdenes. Guerra de espectro completo que no deja terreno sin contaminar, espacio sin ocupar, dimensión sin alterar, involucrando a todos los seres vivos del planeta”…
Ana Esther Ceceña, Las guerras del siglo XXI.
“Nadie vio los muertos de Irak en su pantalla / ¿Cuántos serán?, ¿fuego artificial / o son bombas que estallan? ¡Se ven igual! / Soplos de radioactividad nada visibles / ¿Dónde estarán? Venenos al mar / ¡que las aguas nos libren! / ¿Cuánto durarán?”
Serú Girán.
En diversas ocasiones hemos usado las expresiones de Jean Robert e Iván Illich “guerra contra la subsistencia” y de los zapatistas chiapanecos “la cuarta guerra mundial”.
Son expresiones que nos iluminan una amarga verdad: el proceso histórico en que vivimos inmersos, la lucha de clases en la que participamos, es una guerra, no metafóricamente, no en sentido figurado, es literalmente una guerra: sin importar si la inmensa mayoría de los seres humanos no contamos con un arma para defendernos, y si en escenarios de guerra tan confusos como el de la violencia, los asesinatos y desapariciones en México (el cuarto país más violento, peligroso e inseguro del mundo, solo después de Myanmar, Siria, y Palestina bajo ataque genocida) no sabemos cómo definir las líneas y fronteras enemigas, en medio de las cuales la población civil vive bajo Fuego cruzado, como ha documentado el excelente libro de Marcela Turati, periodista hoy “investigada”, es decir, perseguida desde el poder.
El concepto de Illich-Robert nos dice que lo que está bajo ataque es nuestra subsistencia, nuestra capacidad individual y colectiva de reproducir nuestra vida, nuestra civilización material, y el objetivo es: o aniquilarnos o destruir ese modo autónomo, territorial, de subsistencia para subsumirnos en la esclavitud asalariada y la dependencia del dinero y el mercado. El concepto de los zapatistas actuales nos explica que después de las dos guerras mundiales y la guerra fría hoy la guerra es del capital contra los pueblos del mundo, especialmente los modos de vida campesinos e indígenas, y contra todo lo diferente, lo no útil al mercado y el capital.
Ana Esther Ceceña analiza la guerra, apoyada en un amplio bagaje de teoría económica, de marxismo, del concepto de hegemonía de Gramsci, de análisis geopolítico y geoestratégico y de un conocimiento muy actualizado de las doctrinas militares contemporáneas, especialmente las del hegemón, los Estados Unidos, pero también de otros pensadores y productores de guerra, como los chinos (cuya tradición se remonta, por lo menos, hasta El arte de la guerra de Sun Tzu, o sea que es muy antigua).
En su texto Las guerras del siglo XXI, homónimo del volumen colectivo que ella coordina, Ana Esther Ceceña explica con un lenguaje asombrosamente sencillo, pese a usar los tecnicismos de los teóricos de la guerra y otros tecnicismos, que actualmente la guerra no se limita a la imagen clásica de dos ejércitos armados en un teatro de guerra, enfrentándose en nombre de dos o más gobiernos de sus respectivos Estados-nación, como en la primera y la segunda guerras mundiales.
Además de escenarios donde hay enemigos equivalentes (como en Ucrania, dos ejércitos frente a frente) hay guerras asimétricas, guerras que quieren atravesar muros, ventanas, intimidades, redes digitales (como el genocidio contra el pueblo palestino en Gaza) y guerras en todo tipo de escalas, pero sobre todo se trata de un intento de dominarlo todo: lo militar y bélico propiamente dicho, lo tecnológico, lo industrial, lo extractivista, económico y financiero, y la guerra por las mentes y los corazones, la guerra psicológica, ideológica, informativa, por la narrativa o el relato de la historia, por la enseñanza, por los medios de comunicación y lo que dicen, y sobre todo: lo que no dicen, y hasta una guerra biológica y ecológica que devasta la tierra y el planeta, un punto antes del apocalíptico escenario de destrucción nuclear.
Como es demasiado amplio el espectro, los norteamericanos establecen centros de gravedad para priorizar entre conflictos y cercar a sus enemigos, rivales de su hegemonía, obstáculos para su acceso a minerales, gas petróleo, agua, recursos diversos, espacios y territorios estratégicos, pueblos indisciplinados que se rebelan o resisten, retos para su dominio mundial como Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Siria o los grupos “terroristas” como el Estado islámico o Al Qaeda.
Pero para ellos, es un desafío todo pueblo, civilización o cultura que tenga otro modo de habitar: “La distensión sistémica, agudizada con la desarticulación del bloque socialista y con la fuerza acumulada de las-otras-maneras-de-habitar-el-mundo, ya sea que emergieran de experiencias largas en el tiempo o de disrupciones del propio sistema, produjo un malestar general creciente y múltiples iniciativas de corrosión, subversión o negación.”.
Particularmente peligrosos son los enemigos pequeños, difusos, complicados de situar y culturalmente difíciles de comprender y por tanto de combatir:
“Los pequeños, los excluidos, los despreciados, los excedentes, los no integrados y aquellos que provienen de condiciones similares se convirtieron en el enemigo a vencer. Un enemigo latente pero difuso, que surge sin previo aviso, llevó a buscar métodos disuasivos o preventivos que intentaran aniquilarlo antes de su constitución. Cualquier condición potencialmente propicia para su formación debía ser atacada y eliminada. La guerra se trasladaba hacia lo cotidiano, lo precario, lo minúsculo, lo interno, lo privado y, por tanto, estaba obligada a cambiar de estilo y de instrumentos.”.
Por ello, Estados Unidos, tras su derrota en Vietnam y luego su nueva derrota en la batalla de Mogadiscio (retratada cinematográficamente por Ridley Scott en Black Hawk Down, La caída del Halcón Negro, 2001), aprendió, como los chinos por sus propias experiencias y seguramente otros ejércitos, como el ruso y el israelí por su cuenta (y estudiándose unos a otros), que la guerra hoy es por un dominio de espectro completo: desde la teoría, el lenguaje, hasta la tecnología y el poder bélico en sí, desde las guerrillas, las fuerzas espaciales, los ataques con drones, los ataques de enjambre que golpean y dañan por todos lados y se esfuman sin dejar rastro, dejando destrucción y confusión, hasta la lucha por el relato: quién cuenta la historia.
“Los contenidos de la enseñanza, las narrativas, los estilos alimenticios, los hábitos creados por una materialidad específica delineada por el poder, las estéticas sociales, los deseos y gustos manipulados, todo forma parte de las condiciones que construyen los consensos de la dominación y que pueden incluso hacerla deseable. Siguiendo la inspiración de Sun Tzu, la disciplina social que emana de la gestión de estos campos y otros equivalentes es la que hace posible ganar guerras antes de llegar a la confrontación militar. Pero, a la vez, cuando estos aspectos se desatienden o son subestimados, los resultados pueden ser semejantes a los de la guerra de Vietnam o a los de la batalla de Mogadiscio.”
La guerra es hoy cada más profesional, sofisticada, altamente teórica (la teoría nació de la mirada que abarca un horizonte, un campo visual que puede ser conquistado o disputado, atacado y defendido, por algo se le simboliza con una lechuza, que mira y domina su campo visual, pues es ave de presa, depredadora), y cuenta con el apoyo de muchas ciencias auxiliares y mercenarias, tan mercenarias como los ejércitos privados tipo Blackwater (o el Wagner que pelea en Ucrania, contratado por los rusos).
Algunos, en otros lados, le llaman “guerra de cuarta generación”: mucho de ella transcurre en el ciberespacio, en las redes digitales, los meandros y nodos de internet y usando “inteligencia” artificial, en los medios de “información” que difunden las verdades de cada bando (los diarios estadunidenses, el Russia Today o el Tik Tok chino). Lo cual no quiere decir que no haya balazos, explosiones y muertos en campos y ciudades. Pero también la mente de cada persona es un teatro de operaciones de guerra. Y la hegemonía es un campo de disputa, como la cultura, las artes (lo vimos con las artes, las ciencias y el pensamiento, en República de Weimar de Jacobo Dayán), los deportes y la carrera por el espacio, aparejados a la carrera armamentista (La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonor Saunders).
Pero la guerra quiere controlarlo todo, lo que se escribe en diarios y libros, en blogs y en podcast, lo que se dice en redes (incluso los mensajes “privados”). Y los objetivos son siempre de dominio, control, disciplinamiento, destrucción de competidores y sometimiento de sobrevivientes, disuasión de posibles enemigos, tratando sobre todo de impedir que se organicen, que se conozcan entre sí, que se inconformen, que se constituyan. Por ejemplo: La manera como fue impedida la organización de la Sexta y la Otra Campaña, con represión cruenta en algunos lugares y una combinación de silencio mediático nacional, y propaganda negra en cada localidad, con la contrainsurgencia mediante los cartones de los moneros y rumores, fake news, etcétera. Incluso el actual plagio de las ideas zapatistas como el “mandar obedeciendo”, ocultando su fuente o atribuyéndosela a uno de los intelectuales del obradorismo. Todo ello sumando a los errores propios de los participantes en la Otra Campaña y la falta de capacidad para autoorganizarse.
Como dijeran en la presentación de los textos del subcomandante Marcos sobre guerra y economía (que junto con el intercambio epistolar del mismo con Luis Villoro, sería de gran utilidad leer junto con este volumen coordinado por Ceceña): Carl Von Clausewitz dijo que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, pero hoy es al revés: “la política (incluso la más “pacífica” y electoral) es la continuación de la guerra por otros medios”, como expresó Michel Foucault.
Sin embargo, Ana Esther Ceceña, en su texto inicial de este volumen, libro que luego expone otros conceptos y otras modalidades de guerra, y sobre todo, casos históricos actuales, no es pesimista ni catastrofista, sino que tiene todo el tiempo presente que el sistema toca a sus límites y si bien es peligroso, e hiperdestructivo, también puede ser arrastrado por las luchas que resisten a su guerra y proponen otros modos de habitar y de vivir a una bifurcación sistémica, a dar paso a algo otro, posiblemente de la mano de una contrahegemonía más favorable a la vida:
“El sistema-mundo moderno capitalista está tocando sus límites históricos. Las guerras, que deberían colaborar con un disciplinamiento general para mantener la estabilidad y las condiciones de su permanencia, están, al contrario, contribuyendo a un final catastrófico. Todos los sistemas, de acuerdo con sus características, su complejidad y su evolución, tienen límites históricos que ofrecen la posibilidad de abrir horizontes más luminosos. El previsible colapso de este sistema no anula la creatividad de la vida para recrearse, afirmarse o reinventarse, a pesar de todas las guerras por las que tenga que transitar.”
Los siguientes textos del volumen los escribieron Raúl Ornelas, Ana Karla Rodríguez Pérez, Adriana Franco Silva, Christian Jean Faci, David Barrios Rodríguez, Yeriani Romero Rebollo y Alberto Hidalgo Luna.
La foto del mural pro palestina es la de un muro exterior de unas oficinas de la CNTE, el mural fue vandalizado y borronearon los textos de apoyo al pueblo palestino y denuncia de la guerra genocida en Gaza.
Ana Esther Ceceña (coordinadora), Las guerras del siglo XXI, Clacso, México, 2023. Disponible en pdf en https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/248836/1/Las-guerras-siglo-XXI.pdf
El arte de la guerra, de Sun Tzu, comentado por expertos y con ejemplos históricos recientes: https://www.youtube.com/watch?v=tp8-VK56O90&t=858shttps://www.youtube.com/watch?v=tp8-VK56O90&t=858s