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Hotel Abismo: La carnicería capitalista cotidiana

Por Javier Hernández Alpízar

Suponiendo que mil familias en esta ciudad fueran consumidoras de carne de infantes además de otras que pudieran comerla en encuentros amistosos –particularmente en bodas y bautizos– calculo que Dublín consumiría cerca de veinte mil cuerpos; y el resto del reino (donde probablemente se venderían algo más baratos) los restantes ochenta mil.

Jonathan Swift, Modesta propuesta.

El autor del clásico Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift, escribió un ensayo satírico pleno de humor negro que sus contemporáneos consideraron de mal gusto. Causó polémica, pues.

En pleno siglo XVIII, cuando el capitalismo europeo cosechaba las mieles de la industrialización, del colonialismo iniciado en el siglo XVI, la acumulación originaria (que de Rosa Luxemburgo hasta hoy vemos que es un proceso que se repite cada cierto tiempo: hoy en forma de acumulación militarizada), y la pobreza también se extendía por los mundos colonizados por el capitalismo, incluyendo los centros europeos donde comenzó.

En este contexto de acumulación de riqueza arriba y de pauperización masiva abajo, se escribió y publicó en 1729 la “Modesta propuesta para evitar que los niños de la gente pobre en Irlanda sean una carga para su país, y hacerlos benéficos para el pueblo, elaborada por el doctor Jonathan Swift”.

El tono es una imitación paródica de la grandilocuencia disfrazada de humildad y del cinismo bajo el ropaje del desinterés y hasta una perversa filantropía: el autor propone que se inicie la costumbre de la antropofagia, practicada por familias adineradas que compren niños y niñas, hijos de familias pobres, para comer en fiestas y reuniones. Así se evitaría la mendicidad en las calles y las familias pobres tendrían ingresos dando a las ricas un placer.

En su momento, el ensayo escandalizó, y lo puede hacer incluso hoy, porque debajo del manto de humor negro, cínico y satírico plantea no sólo el tema de la pobreza y de la mendicidad, sino la economía capitalista: la vida que se expropia a los pobres es la vida que los ricos gozan. No tan directamente como comer la carne de los niños pobres, pero sí la energía vital, la fuerza de trabajo, el tiempo de vida, la salud, las horas de la juventud y madurez (y en muchos casos desde la infancia misma) para producir riqueza que se acumula en unas pocas manos mientras reparte mendrugos a los más. Incluso en las versiones más filantrópicas de humanismo burgués (caridad burguesa o estado de beneficencia), lo que se reparte abajo es muy poco comparado con lo que la clase político-empresarial-militar-clerical arriba acumula.

Independientemente de la buena o mala fortuna literaria del ensayo de Jonathan Swift, la crudeza con que plantea el asunto es una manera grotesca de develar la obscenidad en el fondo de la extracción de plusvalía o la colonización de la vida por el fetichismo de la mercancía: el sacrificio de todos abajo, principalmente las y los niños (trabajo esclavo o semiesclavo, trata y tráfico de personas, explotación laboral y sexual, pederastia y turismo sexual, leva para las guerras criminales, desplazamiento, refugio y migración forzadas, tráfico de órganos o simplemente abuso infantil y otras formas de enajenación y alienación) es requisito sine qua non de la riqueza, prosperidad y alegría de los pocos arriba.

Los niños y las niñas son bombardeados en Palestina, Líbano o Ucrania, víctimas de los fuegos de distintos grupos en México o en Myanmar, pero el negocio de las armas tiene pingües ganancias que nadie puede cuestionar porque son el fin en sí del sistema.

Es decir, los mismos bienpensantes que se horrorizarían de la “modesta propuesta” de Jonathan Swift pueden perfectamente disfrutar de la riqueza, los lujos, las comodidades y el confort que les reporta el sacrificio de niñas y niños en muchos países donde participan y han participado en la generación de riquezas y bienes de consumo mediante el extractivismo en campos de algodón, henequén, tabaco, cacao, café, y ahora de plantas que producen drogas como la cannabis, la coca, o la amapola y sus derivados, o en los basureros y deshuesaderos de basura industrial y tóxica.

El mundo moderno construye la utopía- centro comercial (mall) sobre el sacrificio de niños y niñas en todo el mundo, tal como asevera Franz Hinkelammert en La fe de Abraham y el Edipo occidental. Hinkelammert, quien ha leído la obra de Marx como una crítica a la religión fetichista del capitalismo, una crítica al fetichismo de la mercancía, del dinero, del capital y las finanzas, sostiene que puede llegarse a superar el fatalismo de los sacrificios griegos y romperse con ello, a partir del relato de cómo Abraham no sacrifica a Isaac.

Más allá de la fortuna o desfortuna literaria de Swift al plantear su cruda propuesta, pone en el centro de discusión el tema: la vida humana, la vida de niñas y niños, las generaciones que pueden, podrían, ser el futuro de la humanidad. Hoy el capitalismo y la acumulación (militarizada o civil, de libre mercado o estatista) están en contradicción con la vida. Los niños, las niñas, los jóvenes y las jóvenes simbolizan ese futuro que el capitalismo cercena y cancela para los más. Sin un cambio a fondo, de raíz, con solo maquillajes y gatopardismos, el sacrificio será como Swift describió: los comensales de la mesa de los pocos comiendo la vida de los miles de pobres abajo sacrificados. No es que Swift lo propusiera: es que el sistema lo hace, al extraer la vida como plusvalor.

Jonathan Swift, Modesta propuesta, Verdehalago y El hijo del cuervo, México, 2002.

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