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Hotel Abismo: El valor de un compañero de carne y hueso

Por Javier Hernández Alpízar

Lo colectivo no es, no debe ser, la disolución de lo individual: la valoración de lo comunitario no puede ser un totalitarismo que niegue a los seres humanos de carne y hueso en el nombre de una abstracción o un ideal como la humanidad o el “humanismo”.

Decía Abelardo Villegas, comentando el desmoronamiento del socialismo realmente existente en la URSS y Europa del Este, que “el individuo es una ideología, pero el individuo no es una ideología”.

No necesitamos combatir una ideología individualista y procapitalista exaltando una ideología antiindividuo, que al final de cuentas es también inhumana y potencial y peligrosamente totalitaria.

Así pues, tenemos que entender que cada ser humano de carne y hueso es y necesita ser profundamente social, o mejor, comunitario: necesita el colectivo y solamente entre otros, entre prójimos, puede ser plenamente humano.

Aristóteles pensaba que fuera de la ciudad (en el doble sentido de urbe y de sociedad política) el ser humano solitario no era un ser humano, sino un dios o una bestia, un animal no humano.

Con esa misma premisa, Marx se burlaría de las robinsonadas del individualismo, el ser humano nace social, se produce socialmente (familia, gen, tribu, horda, clan, comunidad, sociedad, colectivo).

Sin embargo, el individuo, la persona, el compañero o la compañera singular y concreta cuenta: es insustituible.

Las luchas sociales, organizadas, colectivas, están marcadas por rasgos sociales, de su tiempo, de clase, de etnia, de género, de generación, del proceso social, pero también por la personalidad, la impronta de cada uno, de cada una: la iniciativa individual, sin la cual no habría movimiento colectivo, organización, iniciativa colectiva ni movimiento social.

Si un sentido tienen las luchas por la emancipación social y colectiva es que sea libre, en esa nueva sociedad, cada ser humano concreto.

Decimos esto para retomar el nombre de Francisco David Reyes Jiménez. La singularidad de su persona, su vida, su militancia es representativa de las aportaciones militantes sin las cuales no existiría el “abajo y a la izquierda”.

Antes de dejar este mundo sublunar, Paco había estado en las actividades por el 31 aniversario de la salida a la vida pública del EZLN. La última vez que lo escuché supe que con los colectivos con los que trabajaba estaba reflexionando en “el común”.

El trabajo que se sintetiza con los nombres del “común” o la “no propiedad” de la tierra es un trabajo que puede y debe ser comprendido, y aprendido, desde muchos ángulos, como semilla de un mundo otro que es.

Uno de los filones más ricos es lo que representa como “reconstrucción del tejido social”.

Dicen que Penélope tejía de día y deshacía por las noches lo tejido, pero el sistema capitalista, cuyo centro “sagrado” y motor es la mercancía, y el dinero, desteje la comunidad, la deslee, la deshila y luego la refuncionaliza, la reorganiza en el modo mercantil-industrial-militar, corporativo, autoritario o liberal, es decir, una sociedad donde parecería que el individuo es el fin, pero en la cual en realidad el individuo es instrumentalizado, como trabajador-productor, como consumidor, como votante que luego tiene que aceptar las decisiones verticales.

Así que lo que compañeros como Paco han estado toda una vida tratando de hacer es evitar esa desgarradura de lo comunitario por los mecanismos de opresión-represión y subordinación capitalista: cada vez que compañeros como Paco ponen por delante la ayuda mutua, la solidaridad, el trabajo y la lucha colectiva, la organización, construyen lo común, o mejor aún, lo que hace posible lo común: el tejido social sano: las relaciones humanas entre seres humanos organizados con libertad y con responsabilidad individual y colectiva.

Sin esos hilos, esas trayectorias, esas tramas de la vida colectiva, las que tejen y reconstruyen una y otra vez compañeras y compañeros como Paco, el capitalismo ya hubiera destruido el mundo humano y reconstruido un mundo de máquinas obedientes y sumisas.

La resistencia que encarnan compañeros como Paco es la resistencia de lo humano que se niega a convertirse en una mera cifra, un mero dato estadístico, un mero engranaje de la máquina capitalista mundial.

Por eso cada pérdida de una compañera o de un compañero, como las que estamos sufriendo en estos años con tan dolorosa intensidad, nos debilita como movimiento social rebelde.

Y la memoria, el no olvidar el alma viva y la lucha de cada uno de nuestros compañeros, de nuestras compañeras, es una defensa de la vida, de la memoria, de la posibilidad de futuro.

Paco vivió bien, en el sentido ético, porque vivió libremente: tratando de que su vida fuera siempre congruente con sus ideales, con sus convicciones, y vidas como la de este compañero son semilla de lucha y resistencia: por eso no podemos dejarlas perder en el anonimato ni en el olvido, porque son la muestra de que la libertad es posible, la dignidad es posible, la resistencia es posible.

Eso nos compromete: cada una de nuestras vidas puede ser una semilla de futuro, de un mundo otro, de un posible que apenas si podemos columbrar, imaginar, intuir: así están construyendo las comunidades zapatistas, con compromiso colectivo, y con las manos de compañeros, compañeras y compañeroas que son, cada uno, cada una, imprescindible.

Dijo María de Jesús Patricio que deberíamos alegrarnos cada vez que llega un nuevo compañero, compañera, y entristecernos cuando alguien se va.

En el caso de los compañeros que nos dejan así, como Paco, hay tristeza por su ausencia, pero también el consuelo de saber que su vida concreta, ya completa, íntegra, nos dice que lucharon hasta el final, que sembraron el mundo futuro, donde la dignidad será costumbre.

Continuar ese camino de dignidad y rebeldía es nuestra tarea.

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